miércoles, 13 de noviembre de 2024

ESPAÑA EN EL CONTEXTO REVOLUCIONARIO DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX

El estallido de la Revolución francesa del año 1789 alteró el equilibrio internacional europeo, poniendo a España en una de las fronteras del foco revolucionario. 



El contexto de la revolución: los hechos históricos

El 27 de octubre de 1807 se firmó el tratado de Fontainebleau por el que se establecía el permiso para que los franceses pasaran por España para la invasión conjunta de Portugal, donde se establecía expresamente el respeto a la integridad del territorio español, incluidas las colonias americanas, desvinculado de cualquier otra monarquía exterior.

Del 17 al 19 de marzo de 1808 tuvo lugar el motín de Aranjuez que llevó a Carlos IV a abdicar en Fernando VII el día 19. El catalizador fue el miedo a la huida a América de la familia real española, dejando al pueblo en manos de los franceses. En el fondo estaba el enfrentamiento político entre los fernandinos y el valido de Carlos IV, Godoy, que hizo que fuera éste perseguido. El 20 se produjo la exaltación oficial de Fernando VII como rey de España por el consejo de Castilla. El 21, Carlos IV se retractó de la abdicación dando lugar a que España tuviera dos reyes en pleito por la corona.

Las tropas de Napoleón, que estaban en España en dirección a Portugal al amparo del Tratado de Fontainebleau, entraron en Madrid al mando de Murat. Llegaron a la capital por la petición de ayuda para Godoy que hizo Carlos IV al emperador. De hecho, Napoleón fue el único que no felicitó a Fernando VII tras su elevación al trono. Por esta razón, Fernando VII creyó conveniente salir el día 10 de abril hacia la frontera con Francia para encontrarse con Napoleón y obtener su reconocimiento como legítimo Rey. Llegó a Bayona el 20 y se le comunicó la intención del emperador de sustituir a los Borbones en el trono español.

Motín de Aranjuez

Pocos días después, el 30, llegaron Carlos IV y María Luisa a Bayona. El emperador consiguió así reunir a toda la familia real, sacándola de España y obteniendo a primeros de mayo la renuncia de sus derechos a la Corona. Carlos IV firmó el 2 de mayo una carta negando la validez de su abdicación en Aranjuez, y un tratado cediendo el trono de “España e Indias” a Napoleón, abdicando el 4 de mayo. Fernando VII, que desconocía este dato, devolvió la Corona a su padre, dos días después, el 6, y firmaba con sus hermanos las renuncia a sus derechos de sucesión. El 12 firmaron la absolución a los españoles de sus obligaciones.

Abdicaciones de Bayona

El 6 de junio, Napoleón proclamó Rey a su hermano José mediante Decreto, y convocó una Junta, al modo estamental, la Junta Española de Bayona, que se reunió entre el 15 de junio y el 7 de julio de 1808 para aprobar una Constitución, el Estatuto de Bayona, que se aprobó el 6 de julio de 1808. Entonces José fue reconocido Rey de España y de las Indias.

En España, mientras tanto, se produjo un vacío institucional que fue cubierto por la acción del pueblo. La Junta Suprema de Gobierno dejada por Fernando VII estaba formada por 9 miembros, de ellos 4 ministros y 5 representantes de los Consejos. En la noche del 1 al 2 de mayo se produjo una agitada reunión en la que se discutió la conveniencia de declarar la guerra a los franceses, decidiéndose no hacerlo. Al día siguiente, al tratar de embarcar al infante Francisco de Paula para Bayona, se inició el levantamiento madrileño al grito de ¡traición!; la represión del primer grupo que agredió al edecán francés enviado por el duque de Berg (Murat) a Palacio provocó la sublevación popular. El 5 de Mayo Fernando dictó sus últimos decretos de esta época: uno otorgando a esta Junta el ejercicio de la soberanía; y el otro mandando al Consejo de Castilla que convocara Cortes para la defensa del reino. Pero esta Junta estuvo presidida por el propio Murat desde el 10 de mayo y siguió los intereses contrarios a Fernando VII. Murat llegó a prohibir la comunicación de Fernando VII con esta Junta y sólo se le reconoció como Príncipe de Asturias. Este afrancesamiento de la Junta hizo que la soberanía siguiera su camino en busca de los representantes de la nación en armas.
 
José Bonaparte

El Consejo de Castilla tampoco cumplió esta función de representar a la nación frente al poder extranjero.

El 21 de abril decidió castigar a todos los que hablasen sin consideración de los franceses; después a los que fijasen pasquines o hicieran circular libelos en el mismo sentido. El mismo 2 de mayo salió a la calle con la Junta para mantener el orden y amenazar con pena de muerte a los que tuvieran armas. Todavía tras la batalla de Bailén mantuvo idéntica postura. Por debajo del Consejo, las Audiencias y Capitanes Generales en provincias, tampoco llegaron a ejercer esa función. De ahí que la soberanía pasara a las Juntas Supremas que se fueron organizando tras el levantamiento contra los franceses.

Fue el 2 de Mayo, antes de formalizarse las renuncias de la familia real española, cuando se produjo el levantamiento popular dando inicio al «levantamiento, guerra y revolución». El movimiento popular, iniciado por el manifiesto del Alcalde de Móstoles, se propagó a Extremadura y Andalucía, pero por coincidencia histórica cabe a Asturias la gloria de iniciar la articulación del movimiento. En Oviedo se produjo el levantamiento el día 9 de Mayo, las autoridades se pusieron a la cabeza del movimiento y declararon solemnemente la guerra a Napoleón. El 25 se había constituido su primera Junta Nacional, denominándose después “Junta Suprema de Gobierno” para dirigir el alzamiento; se organizó un ejército y se enviaron a Londres dos comisionados para pedir el auxilio de Inglaterra. El ejemplo de Oviedo fue seguido por Santander, Coruña, Cádiz y Sevilla y la mayoría de las ciudades no ocupadas por Francia.

El vacío de poder en España lo provocó la marcha de la familia real y la dependencia de las instituciones tradicionales respecto al poder extranjero. Ello supuso el fin de las instituciones y personas representativas del Antiguo Régimen; desde la Junta Suprema de Gobierno dejada por Fernando VII hasta el Consejo de Castilla, las Audiencias y los Capitanes Generales. Así surgieron las Juntas Provinciales, origen del nuevo poder en España.

Las Juntas Supremas Provinciales

Para su formación, y ante el vacío de poder, se aprovecharon las instituciones locales; en algunos casos se resucitaron viejas instituciones extinguidas de hecho, como la Junta General del Principado de Asturias, que fue la que formó el 25 de mayo la Junta Nacional; o las Cortes Aragonesas, que pasaron a constituir una Junta Consultiva de 6 miembros; o los diputados a Cortes en Galicia. Se acudió a los notables del lugar que pasaron a presidir por grado o por fuerza los nuevos organismos directivos. En muchos casos las mismas autoridades derrocadas constituyeron el Gobierno provisional tras el levantamiento popular.

Se organizaron trece Juntas Supremas Provinciales, más los dos Capitanes Generales, Palafox y Cuesta; en cuatro meses se consiguió una organización central, formándose el 25 de septiembre de 1808 en Aranjuez la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino. La iniciativa partió de Galicia el 16 de junio pero fue el Manifiesto para la unidad publicado por la de Valencia el 16 de julio, del que arrancó finalmente la formación de la Junta Central. La Junta de Asturias, que era la única que tenía dos miembros liberales, sentó el principio revolucionario de la proporcionalidad entre población y representantes, que luego sirvió para convocar las Cortes gaditanas.

Conseguir un Gobierno Central fue objetivo también del Consejo de Castilla tras producirse la liberación de Madrid, y fue cuando se inició el choque entre los poderes antiguo y nuevo porque ya las Juntas se opusieron y se enfrentaron a él y a las Audiencias, sus representantes en provincias; asimismo sustituyeron a los Tribunales de la Corte. Ésta fue la ocasión para que se manifestara por primera vez la opinión pública a través de folletos que emitían tanto los viejos como los nuevos poderes para informar de su posición. De hecho, los títulos que se dan las Juntas suelen mostrar intenciones de predominio. En general ninguna de ellas reconocía un poder superior, y ejercían poderes fundamentales como el de declarar la guerra, el de disponer del dinero del Estado, el de imponer tributos, o el de ejercer como Tribunal Supremo, que fue el caso de la de Cataluña.

Debido al avance del ejército francés y tras la capitulación de Madrid, la Junta Central salió el 16 de diciembre para Sevilla, fijando su sede en el Alcázar. En enero de 1810 y por la misma razón, se trasladó a Cádiz y después a la isla de León (S. Fernando), disolviéndose el 29 a favor de la formación de una Regencia. La Junta Central estuvo compuesta por dos vocales enviados por cada una de las Juntas Supremas iniciándose en España una nueva instancia de poder, no delegada de las Juntas, sino soberana, por encima de todas ellas y de cualquier institución anterior. Fue algo novedoso porque los vocales no representaban a su provincia sino a la nación. Fue presidida por Floridablanca; se encargó del Gobierno y la dirección de la Guerra y fue de hecho el primer Gobierno de la España del Nuevo Régimen. Se dividió en cinco Secretarías. En Sevilla murió su presidente, Floridablanca, sustituido por Jovellanos, comenzando la discusión y organización de la convocatoria de Cortes.

Fue un proceso difícil, distinguiéndose tres corrientes; la primera proponía una Regencia según la leyes tradicionales, las Partidas, que tomaría el gobierno en nombre del Rey y acabaría con las Juntas; defendida por Floridablanca, fue la menos numerosa. La segunda estaba liderada por Jovellanos, eran los “Centristas” que buscaban una solución mixta entre el viejo y el nuevo gobierno; es decir, la formación de un Consejo y de unas Juntas, teniendo como modelo constitucional el inglés, sólo estuvo apoyada por el Consejo de Castilla y la Junta de Valencia. La tercera corriente la formaban los que no creían necesario hacer concesiones a las instituciones tradicionales, pues defendían la soberanía nacional, la recaída en las Juntas Supremas, era la postura de los liberales de Quintana que proponían la apertura de un proceso constituyente; recibió el apoyo de la mayoría de las Juntas. Fue la opción que triunfó finalmente.

Para 1810, el avance de los franceses, la derrota de Ocaña, y la falta de convocatoria de las Cortes prometidas, hizo que se acusara a la Junta de inacción e incluso de usurpar y abusar del poder supremo o de malversar fondos públicos. La Suprema, tras la “revolución” abierta por la Junta de Sevilla, no tuvo más remedio que disolverse y nombrar un Consejo de Regencia, justamente lo que habían querido los más conservadores, pero no sin antes dejar convocadas las Cortes.

Al Consejo de Regencia le transfirió todo el poder y la autoridad sin limitación. Ningún miembro de la Junta lo fue de la Regencia, que estuvo formada por cinco miembros y presidida por el General Castaños. Las Cortes convocadas iniciaron el cambio revolucionario de modelo político en España. Y en cualquier caso lo trascendental fue esta revolución liberal materializada por las Cortes reunidas el 24 de septiembre de 1810 en la Isla de León.

Juntas Provinciales


Las guerrillas

El levantamiento popular significó además la guerra de guerrillas, el levantamiento espontáneo de partidas que luchaban sin las reglas de la guerra en campo abierto contra los ocupantes franceses. Si bien éstos, e incluso los ingleses además de algún jefe del Ejército español, las denigraron, las Juntas y la Junta Central las tuvieron en gran estima y las regularon y sostuvieron; por su parte los franceses organizaron una contraguerrilla para intentar paliar los daños causados por ellas. Cuando se empezaron a multiplicar a partir del otoño e invierno de 1808 la Junta Central estableció el primer reglamento, en diciembre, que seguía las Ordenanzas Militares y las distribuía en las divisiones del Ejército, para cumplimentar la acción de éste a las órdenes del General correspondiente (Reglamento de Partidas y Cuadrillas); el 17 de abril de 1809 se elaboró la Instrucción para el Corso terrestre, seguido de múltiples disposiciones de la Junta, del Consejo de Regencia, y finalmente de las propias Cortes, siempre interesadas en coordinarlas con el Ejército, supeditando las guerrillas al mando militar e integrándolas en su estructura. El último Reglamento fue de 28 de julio de 1814 que las disolvió y las integró en el Ejército. Hay que tener en cuenta la debilidad del Ejército regular en la Guerra pues la Junta nunca logró levantar uno de 500.000 hombres, consiguiendo alrededor de un tercio, y tras la derrota de Ocaña, en noviembre de 1809 prácticamente dejó de existir, predominando a partir de enero de 1810 el ejército anglo-portugués con Wellington a la cabeza, con el que colaboró eficazmente la guerrilla. De las casi 7.000 unidades destacan entre sus cabecillas 11 mujeres.

Entre los jefes predominaban clérigos, militares y autoridades civiles, seguidos de labradores y pequeños propietarios
Guerra de guerrillas


Las cortes y su convocatoria

Después de Bailén, en julio de 1808, Jovellanos propuso convocar Cortes con el fin de conseguir las necesarias reformas y una Constitución ordenada. El 22 de mayo de 1809 se anunció la convocatoria de Cortes para 1810, sin fecha fija, dejándose establecida la necesidad de una profunda reforma política y la constitución de una comisión para prepararla, estableciéndose una consulta al país para obtener propuestas. Fue el Decreto de 28 de octubre el que fijó la fecha del 1º de marzo de 1810.

La consulta al país, a las instituciones del Estado, la llevó a cabo la Junta Central en el segundo semestre de 1809, preguntando sobre el modo de observar las Leyes Fundamentales a la vez que mejorar la Legislación y reformar la administración y la instrucción. Las respuestas, que cuestionaron el Antiguo Régimen, fueron consideradas algo parecido a los cahiers de doleánces de la revolución francesa. En el fondo estaban las cuestiones fundamentales de los límites del poder del rey y la soberanía, los derechos de los ciudadanos, las Cortes y la Constitución. Para estudiar estas consultas y sus resultados se creó una comisión de Cortes presidida por Jovellanos; pero fue tan complicado que se formaron siete Juntas auxiliares para organizar los diferentes temas. La más importante fue la Junta Auxiliar de Legislación.

Esta Junta auxiliar de la comisión de Cortes contaba con la presencia de Argüelles y estaba encargada por Jovellanos de revisar los códigos y leyes constitucionales. Se le encargó un informe al jurista Antonio Ranz Romanillos que resultó revolucionario y supuso el primer esbozo de proyecto constitucional, que fue utilizado luego por las Cortes de Cádiz. En él se hizo recopilación de las leyes fundamentales del Reino; se fijó un nuevo concepto de las Cortes. Se establecía ya la división de poderes, y se hacía referencia a las atribuciones del Ejecutivo. Como dio lugar a grandes debates, no cuajó en proyecto definitivo. Sin embargo, el último acto de la Junta antes de disolverse, fue la Instrucción de enero de 1810 por la que se convocaban las Cortes, que fue en realidad la primera ley electoral de España y que establecía un representante por cada 50.000 habitantes, más uno por cada Junta Provincial, más los antiguos representantes de las ciudades.

Pero todavía aparecían organizadas como Cortes estamentales, sólo se corrigió unos días antes de reunirse las Cortes, cuando ya se propuso que se reunieran juntos los estamentos por la urgencia del momento. La precaria situación de la Regencia hizo que no se estableciera tampoco la naturaleza de las futuras Cortes, dejándolo para que ellas mismas lo fijaran. La presión de los representantes de algunas Juntas que estaban en Cádiz y la difícil situación de la nación, hizo posible que el 24 de septiembre de 1810, los liberales que se encontraban en Cádiz convirtieran unas Cortes que debían ser bicamerales en Asamblea constituyente; y es que las mismas Cortes acabadas de reunir determinaron que se reunirían en una única Asamblea. El orden fue improvisado; no había reglamento ni programa, no había mesa presidencial ni orden del día. La Regencia, tras un discurso, se retiró y renunció a sus cargos.

El diputado Muñoz Torrero intervino en defensa de los principios liberales y consiguió la aprobación de un proyecto de Decreto estableciendo que los Diputados representaban a la Nación y estaban legítimamente constituidos en Cortes generales y extraordinarias, en las que residía la soberanía nacional. Además, dada la ausencia del Rey, se estableció de hecho la concentración de poderes, fijándose la obligación de la Regencia de dar cuenta a las Cortes, ante las que eran responsables. Como es lógico, aunque no hay partidos como tales en las Cortes de Cádiz, si se manifiestan distintas tendencias políticas, como en la propia Junta Central, y así se puede hablar de “conservadores”, en referencia a todos aquellos que miraban al Antiguo Régimen como modelo; de “renovadores”, calificando a los que apoyaban reformas de la tradición; e “innovadores” o liberales, a los que optaron por construir un nuevo modelo político, y que fueron los que llevaron la iniciativa.

Las Cortes tuvieron como primer objetivo dar una Constitución a España. Fue promulgada el 19 de marzo de 1812, por lo que fue conocida como “La Pepa”; fue la primera Constitución aprobada en España y una de las más liberales de su época. Introdujo todos los principios del Nuevo Régimen: división de Poderes según el modelo revolucionario, con separación estricta de los mismos, perteneciendo a la Asamblea el poder Legislativo, al Rey el Ejecutivo e independizando el Poder Judicial. Recogió los derechos ciudadanos, reformó todos los aspectos de la vida política, social y económica del país, y fue la Constitución más extensa de nuestra historia.

La Pepa

 Las reformas gaditanas

Los diputados que compusieron las Cortes gaditanas fueron aumentando según avanzaba el tiempo.

Algunos de los más relevantes liberales fueron suplentes, como Argüelles, García Herrero o Zorraquín. Su mentalidad, su decisión y su modo de legitimarse y hacer aceptar las reformas, fue actualizar según las exigencias de los tiempos las leyes tradicionales. Para ajustarse a esta tradición comenzaron por reconocer, proclamar y jurar “de nuevo por su único y legítimo rey don Fernando VII de Borbón”, en nombre del cual habían llevado a cabo la sublevación y todo acto político y de guerra posterior. Pero en el nuevo sistema el rey solo quedaba titular del poder Ejecutivo, toda vez que en la primera reunión de las Cortes se estableció la soberanía nacional y la división de poderes. Comenzaba así la regulación formal del Estado contemporáneo.

Las referencias en las tradiciones hispanas, desmintiendo así según Argüelles la copia de doctrinas extranjeras, no está reservada únicamente a la península, en Latinoamérica lo hizo Juan Germán Roscio en El triunfo de la libertad sobre el despotismo. Francisco Javier Yanes, uno de los grandes teóricos de la ciudadanía, hacía referencia en 1840 a las Partidas y al derecho de rebelión contra la tiranía en ellas establecido, así como a los teóricos españoles del siglo de oro, como Vitoria, o de Fray Bartolomé de las Casas y hasta del Justicia Mayor de Aragón, tal y como se hizo en las Cortes de Cádiz, recordando la fórmula «nosotros que somos tanto como vos, os hacemos Rey y Señor con condición que habéis de guardar nuestras leyes y franquezas, y si non, non».

Martínez Marina fue el encargado en España de recopilar esa historia que había que actualizar, y refirió la limitación tradicional de los reyes españoles. Citó a Montesquieu en apoyo del buen gobierno del reino visigodo, encontrando en la historia la tradición del buen gobierno, para no tener que copiar a los franceses.

Es significativo que Fernando Garrido y Tortosa, un republicano del XIX que escribió una historia de La España Contemporánea en 1862, siguiera los mismos criterios para analizar la revolución y la construcción del Estado contemporáneo, que ya estaban en Cádiz y en Martínez Marina; éstos son los que buscan en la tradición hispana los orígenes de la libertad, de la lucha de 1808, los fundamentos teóricos de la revolución; igualmente se remontaba a la fórmula aragonesa para coronar reyes, con una solemne declaración del derecho a la insurrección; o a la lucha comunera y su derrota como el final de la libertad e instituciones representativas en Castilla; o en Felipe II y el ajusticiamiento de Lanuza, el Justicia Mayor, el fin de las mismas en Aragón. Ciertamente, en el manifiesto de los Comuneros a Carlos V se pueden leer peticiones parecidas a las que se hicieron más adelante, desde la revolución inglesa.

Pues era el mismo criterio que había expuesto en el siglo XVII el teórico del republicanismo inglés, Harrington, retomado actualmente tras la renovación de la historia de las ideas políticas; pues este autor dejó escrito que en España cuajó bien el sistema introducido por los visigodos, el modelo gótico, basado en un gobierno asambleario con un rey electivo. Argüelles se remitió a esta tradición gótica en el Discurso Preliminar, de la Constitución de 1812, citando el Fuero Juzgo.

Ése es un fundamento de nuestra historicidad desde Cádiz; esa búsqueda de la historia, de la adaptación de la legislación clásica a las exigencias del tiempo, que decía Jovellanos. Y la historiografía actual ya va reconociendo esas deudas contraídas con corrientes doctrinales anteriores, internas y externas: pactismos, goticismo, etc.

Una de las reformas más significativas fue la abolición de los Señoríos Jurisdiccionales el 6 de agosto de 1811 por decreto de las cortes de Cádiz; fue la consecuencia natural del sagrado principio de la propiedad privada que es propio del Liberalismo; y fue la ocasión para que los nobles se opusieran de modo colectivo y se resistieran a la práctica de la nueva política, favorecidos por la imprecisión del decreto. Mientras en Francia se abolieron todas las cargas señoriales en España se distinguió entre el señorío jurisdiccional y el señorío territorial y solariego; y así el señorío jurisdiccional desapareció de acuerdo con el principio de que todos los ciudadanos tienen derecho a depender únicamente de la ley general; pero los señoríos territoriales pasaron a entenderse como propiedad privada, concediéndosela al señor por defecto cuando se estableció por doctrina jurídica, a cuyo arbitrio quedó, que fueran los demandantes los que acreditaran la no propiedad del señor. Esta extinción de cualquier privilegio o reglamento que limitara la propiedad privada, implicó también el fin de la Mesta o de las Ordenanzas de Montes, y llego a implicar el fin de toda propiedad colectiva, que fue el fundamento de las desamortizaciones eclesiásticas y civiles Otro foco de dificultades fue el fin de las instituciones del Antiguo Régimen que hizo movilizarse especialmente al Consejo de Castilla. Y es que los Consejos quedaron despojados de cualquier atribución por los decretos de 17 de abril de 1812, que ordenaron la transferencia de sus funciones al Tribunal Supremo, pasando así a declararse extinguidos. En octubre se regularon las Audiencias, que perdieron sus anteriores atribuciones económico-gubernativas y quedaron circunscritas a tareas judiciales, pasando a ejercer el resto de funciones las 31 Diputaciones Provinciales que se crearon, y el Intendente Provincial, los Capitanes Generales se ciñeron a las funciones militares, siendo sustituidos en las tareas civiles por los Jefes Políticos. Todo esto quedó regulado en la Instrucción para el gobierno económico-político de las provincias, de 23 de junio de 1813.

En esa misma Instrucción se regularon los Ayuntamientos constitucionales; puesto que los Ayuntamientos señoriales habían sido afectados directamente por la abolición de señoríos, se pasó a organizarlos de acuerdo al nuevo sistema. Las Cortes habían establecido que cada 1.000 habitantes se formara un Ayuntamiento. Se estableció el sistema electivo para los cargos municipales, cesando también a los regidores perpetuos. Todos los despojados de estos oficios, eran el elemento influyente de los pueblos, por lo que el régimen constitucional perdió importantes apoyos, especialmente porque la Constitución apenas pudo entrar en vigor y aquéllos pudieron mantener su influencia.

El principio de la unidad legislativa estaba destinado a cumplir el precepto de “todos iguales ante la ley”; lo que requería una misma ley para el conjunto de la nación, iniciándose el proceso de codificación legislativa; llegó la época de los Códigos: civil, criminal y de comercio. Así se eliminaron los fueros, a excepción del militar y del eclesiástico, y la legislación quedó unificada en toda la Monarquía, sin diferencias territoriales ni de status social o profesional.

Entre las reformas económicas, la libertad de comercio e industria acabó con los gremios. En Hacienda se propuso la proporcionalidad de los impuestos según la riqueza; fue el Decreto de contribuciones de 18 de septiembre de 1813 el que supuso la concepción novedosa del Estado, al establecer la contribución única que afectaba a todos los individuos de acuerdo a su riqueza, poniendo fin a todo tipo de privilegio social o provincial. El principio rector fue la racionalización, centralización y uniformidad territorial, y por lo tanto se extinguieron las aduanas interiores y las rentas provinciales, así como las exenciones por estamentos.

También se pretendía acabar con las contribuciones indirectas y estancos. El 12 de abril de 1813 se creó la Dirección General de Hacienda y en agosto la Tesorería General y la Contaduría Mayor de Cuentas.

Los problemas económicos de la Hacienda llevaron a plantear la necesidad de la desamortización civil y eclesiástica. El objetivo fue el clero regular y sus posesiones, bajo el principio de la falta de utilidad social.

Para poder subsistir se les exigió a las Órdenes que produjeran un servicio a la sociedad, por asistencia espiritual, de instrucción o acogimiento a los desvalidos; se planteó así implícitamente la extinción de las órdenes contemplativas y mendicantes. Para ello se formó en las Cortes en octubre de 1812 una comisión especial de Reforma de los Regulares. Pero fue un problema no resuelto antes de la vuelta del absolutismo; y cuando se instaló definitivamente el liberalismo, a la muerte del rey en 1833, la desamortización eclesiástica ya no distinguió entre clero regular y secular. Finalmente, hay que citar entre las reformas liberales más significativas la libertad de imprenta, aprobada en 1810 y la supresión de la Inquisición en 1813.

Cortes de Cádiz 1812
 

La España josefina y los afrancesados

El término afrancesado designa a quienes con ocasión de la dominación francesa ocuparon cargos, juraron fidelidad al monarca intruso o colaboraron con los ocupantes con fines diversos, pero más tarde ese término adquirió el sentido de imitador de lo francés con el que los absolutistas atacaban a los liberales. Las coincidencias eran las propias de la cultura ilustrada de la época; las diferencias radicaban en los métodos y las circunstancias que llevaron a los liberales a la revolución en medio de la lucha por la independencia, sin avenirse al dominio extranjero. Los liberales consideraron a los afrancesados políticamente atrasados e infieles al incipiente estado nacional, mientras que los josefinos entendieron el régimen liberal que construían los patriotas como anarquía; las Juntas provinciales eran vistas como comités revolucionarios, y así lo proclamaron en el manifiesto que hicieron los diputados de Bayona. Incluso alguno de ellos, como Llorente justificó su posición por estar a favor de la monarquía y frente a la posibilidad republicana.

Los afrancesados eran monárquicos, antirrevolucionarios y reformistas, por ello creyeron que era suficiente y válido el Estatuto de Bayona, a la par que evitaría la revolución interior y la guerra de conquista. Utilizaron también como razones la tradicional orientación de la política española de alianza con Francia frente a Inglaterra, los conocidos beneficios de una misma dinastía ocupando ambos tronos. Por otra parte, se habrían limitado a acatar las órdenes de las autoridades tradicionales, que decidieron seguir la política francesa. Según algunos autores, fueron más mediadores que colaboradores, pues siempre habrían intentado salvar la independencia del país, como muestra el Memorándum de 2 de agosto de 1808 de los ministros josefinos, que defendieron los intereses de Estado por encima de los familiares de la dinastía conjunta. Nunca admitieron la posibilidad de ceder las provincias del norte, como sí parecían dispuestos a hacerlo los absolutistas. Todavía les quedaba la justificación de intentar salvar el Imperio, que entendían que se perdería con la guerra. Los afrancesados acabaron en el medio, entre el enfrentamiento con los patriotas y su propio enfrentamiento al predominio francés en el gobierno de José I. Finalmente, tanto liberales-patriotas como afrancesados fueron perseguidos por Fernando VII, al que habían repuesto en el trono.


 El gobierno josefino

A pesar de todas esas buenas intenciones de los afrancesados, no se consiguió ni la ayuda económica, ni la independencia contradicha por la división del país en zonas militares regidas por mariscales del imperio, ni la integridad territorial por la adhesión a Francia de las provincias al norte del Ebro. Para el rey José no fue fácil su situación entre los españoles y su hermano Napoleón. Su gobierno, que duró cinco años, tuvo cuatro épocas con los intermedios que su hermano mismo le impuso.

La primera época va del 25 de julio hasta el 6 de noviembre de 1808 cuando Napoleón vino a España y dirigió el Ejército para contrarrestar la victoria española de Bailén. Fue tras esta batalla cuando se perdió la confianza de primera hora de poder atraerse a la población. Entonces se exigió juramento de fidelidad a todos los que trabajaban en la Administración (Decreto de Vitoria de 1 de octubre de 1808 y de Madrid de 15 de febrero y de mayo de 1809). El problema financiero acució a este gobierno, que comenzó a imponer servicios extraordinarios tras la batalla de Bailén y su retirada a Vitoria; normalmente empréstitos obligatorios. Napoleón utilizó el sistema de que la guerra alimentara a la guerra y no proveyó a la administración josefina, a la par que prefirió no dar todo el poder a José sino fragmentarlo entre sus mariscales. Los abusos y excesos del ejército y administración francesa crearon resentimiento contra los afrancesados, a la vez que los ataques sufridos cuando hubo ocasión, como la entrada de las tropas españolas en Madrid, provocó sentimientos recíprocos en el mismo sentido. Al final fueron más ilusos los afrancesados con su moderación que los sublevados con su arrojo frente al mejor ejército del momento.

Napoleón se hizo cargo en España del mando del ejército francés el 6 de noviembre de 1808 para anular la derrota de Bailén, que para él fue tanto como tomar en sus manos la corona de España Definitivamente quiere que España sea francesa, frente a los deseos del propio José. El 4 de diciembre sacó la serie de decretos revolucionarios destinados a abolir los derechos feudales, la Inquisición, reducir los conventos, suprimir las barreras provinciales; lo hizo personalmente Napoleón, no su hermano, y amenazó con dividir España en virreinatos militares. Cuatro días después, José I quiso renunciar a la corona, lo que ni siquiera fue acusado por el emperador. Así que hasta el 22 que abandonó Madrid, estuvo España regida por un poder exterior.

La segunda fase del reinado de José comenzó al recuperar la corona tras la marcha de Napoleón y duró poco más de un año, hasta febrero de 1810, cuando Napoleón recuperó su proyecto de desmembrar la península. De todos modos, en torno a José I hubo siempre dos campos: el de los afrancesados y sus hombres de confianza, que consideraba españoles, y los que dependían directamente del emperador francés (los mariscales), que más bien significaban una limitación de su poder regio y su autonomía. El 6 de febrero de 1809 intentó poner orden en su zona y nombró jefes para cada una de las “comisarías” en que la dividió. También intentó negociar la rendición de los patriotas, pero la Junta Central sólo admitió la restitución de Fernando VII y apeló a la voluntad nacional.

Desde junio de 1809, el gobierno josefino creó las Guardias Urbanas de Toledo, la Mancha y Madrid, y cuarenta y ocho milicias cívicas en toda España, principalmente en Andalucía y Aragón; e intentó fomentar la contraguerrilla para combatir los daños causados por la guerrilla patriótica. También se formó un Cuerpo Especial de guardias en noviembre para garantizar las comunicaciones y perseguir a los guerrilleros, pero sufrieron muchas deserciones y nunca fueron del todo fiables.

La tercera etapa se abrió con el decreto de 8 de febrero de 1810 que significó un nuevo intento de Napoleón de disgregar las provincias del Norte y el descrédito de José por no poder evitarlo; organizó cuatro gobiernos: Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya con un gobernador en cada uno que reunía todos los poderes, civiles y militares. En Andalucía, Soult como jefe de aquel Ejército ejerció de verdadero virrey.

Para Portugal también preparo un ejército independiente del gobierno español. En mayo añadió otros dos gobiernos: el de Burgos (5° gobierno de España), y el formado por Valladolid, Palencia y Toro (6° gobierno) con un intendente al frente que disponía del mando civil y militar. Al rey José le quedaban las tropas españolas y 15.000 franceses en Castilla la Nueva. Como alternativa, José dividió a España en 38 prefecturas por decreto de 17 de abril, luego subprefecturas y municipalidades, judiciales y eclesiásticas y el 23 de abril 15 divisiones militares. Se trataba de evitar la desmembración de España. Incluso el 18 se planteó la convocatoria de Cortes josefinas en ese año. En realidad obviaban, o pretendían hacerlo, los decretos imperiales.

La cuarta fue la última fase del reinado. Fue en su último año cuando José consiguió el mando absoluto de los ejércitos. Se puso al frente de las tropas francesas ese mismo año de 1810 y dirigió con éxito la ocupación de Andalucía; en 1811, tras pretender abdicar fue nombrado por Napoleón Generalísimo del Ejército de España; en 1812 quiso llegar a un acuerdo con las Cortes de Cádiz, que no logró, y la derrota en la batalla de Arapiles, el 22 de julio, lo llevó a abandonar Madrid. El 10 de agosto evacuó Madrid en dirección a Valencia, con las guerrillas siguiéndolos y flanqueándolos; casi la mitad de los soldados españoles que lo seguían desertaron y se unieron a ellas. Llegaron a Valencia el 31. A partir del 2 de noviembre, cuando retornó a Madrid, desapareció prácticamente el gobierno afrancesado, aunque siguieron los Consejos de Ministros, pero ya no se celebraron Consejos de Estado. José estaba entonces al mando de 86.000 hombres. Por fin, la derrota en la batalla de Vitoria el 13 de junio de 1813 supuso su marcha definitiva de España. En diciembre se firmó el tratado de Valençay por el que Napoleón reconocía a Fernando VII como rey de España, y éste comenzó su viaje de retorno el 13 de marzo de 1814. El año 1815 supuso la derrota de Napoleón en Waterloo y el comienzo de la restauración europea.
 
Las reformas josefinas

La España josefina fue regida por el Estatuto de Bayona. Elaborado entre el 15 y el 30 de junio de 1808, se aprobó el 8 de julio fuera del territorio nacional, tras la convocatoria de una Asamblea de notables en Bayona para darle algún viso de legitimidad. Se organizó una monarquía hereditaria, donde el Rey es el centro del poder, recogiendo derechos ciudadanos; se mantenían las Cortes estamentales pero se creaba el Senado, sin iniciativa legal; se mantenía también el Consejo de Estado. La tendencia de este sistema constitucional era muy moderada, pero se introducían nuevos principios, como la independencia del poder judicial, aunque no puede hablarse de división de poderes.

Toda su obra legislativa está recogida en el Prontuario de las leyes y decretos, ordenada por Juan Miguel de los Ríos en el Código español del reinado intruso de José Napoleón Bonaparte. Lo primero que hay que advertir es que toda esta labor fue ineficaz por su falta de aplicación.

Los decretos de diciembre de 1808, sin mayor aplicación como el resto, abolieron los derechos feudales, el tribunal de la Inquisición, redujeron el número de conventos, suprimieron las aduanas y registros entre provincias, dejando solo las fronteras nacionales. El 9 de junio de 1809 se decretó la extinción de la Deuda Pública, y asociado a ello, la venta de bienes nacionales en pública subasta por los apremios de la Hacienda. En octubre se ordenó el establecimiento de liceos fijando el cuadro de profesores, más tarde se ordenó crear casas de educación para niñas; escuela de Agricultura y Conservatorio de Artes. En 1811, se creó la Junta Consultiva de Instrucción pública. Pretendió adaptar el Código Napoleónico para unificar la legislación española, pero no se llegó a modificar el régimen civil. Se abolieron las penas infamantes.

La nueva historiografía. Los fundamentos teóricos de la revolución y el nacimiento de la nación

La nueva historiografía

La renovación historiográfica va por el camino de las culturas políticas, la historia de los conceptos y de la historia político-constitucional. Desde la década de 1990, en España se ha producido una importante renovación historiográfica en el estudio del inicio de nuestra contemporaneidad, que la celebración del Bicentenario en 2008 no hizo más que materializar. En esta celebración, sobre lo que más se aportó posiblemente haya sido sobre la memoria y los mitos de la guerra, además de situar la Guerra de la Independencia en el contexto internacional. Pero uno de los temas más conflictivos y de largo trayecto histórico es el de la construcción nacional. El artículo de José Álvarez Junco en 1994 en Studia Histórica, sobre “la Invención de la Guerra de la Independencia”, abrió un amplio campo de análisis y discusión; después, 2001, en su libro Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX desarrolló el tema, y últimamente volvió a incidir en Claves de la Razón Práctica, nº 192, en su artículo “La Guerra de la Independencia y el surgimiento de España como nación”. Observa este autor que el hecho mismo del levantamiento del Dos de Mayo “es la mejor prueba de la existencia de una identidad "española" capaz de movilizar, con rara unanimidad, a las capas populares”. Se discute también el carácter y nombre mismo de la Guerra de la Independencia y de la revolución sobrevenida. Álvarez Junco duda de que El término “guerra de independencia” sea correcto aplicado a los acontecimientos españoles entre 1808 y 1814. Alega el Tratado de Fontainebleau por el cual se garantizaba explícitamente la integridad del territorio español, incluidas las colonias americanas, y se desvinculaba de cualquier monarquía exterior; también cita el decreto por el que Napoleón nombró a su hermano José rey de España y que en su primera cláusula garantizaba la independencia e integridad de sus Estados, como quedó ratificado también por el Estatuto de Bayona. Habría sido no más que un cambio de dinastía y luego una guerra internacional entre las dos grandes potencias del momento: Inglaterra y Francia. Claro que a esta observación le falta el dato de la percepción de los españoles de entonces, en el sentido de que ese cambio de dinastía, que otras veces había sucedido, en esta ocasión era impuesto por una potencia extranjera, revolucionaria, que intentaba exportar las novedades del siglo independientemente de la tradición del lugar en el que actuaba. En este sentido, si tuvo ese carácter de “independencia”, tal y como se percibió desde el principio y que el propio Jovellanos estableció como justificación de la insurrección. Fue ese carácter de rebelión a lo impuesto, y el hecho de que lo impuesto fuera lo novedoso en la cultura política del momento, lo que dio tintes también de guerra civil, como dijo el propio Jovellanos, a aquellos acontecimientos; en este sentido destaca Antonio Elorza el uso del término «independencia» desde los primeros momentos y documentos de la sublevación.

Y aunque tuvo el sentido de la defensa de lo propio y lo tradicional, fue el momento adecuado para adoptar las nuevas formas y culturas políticas que se habían extendido por Occidente y que habían penetrado en España; fue el momento para la revolución, para cambiar radicalmente el modo de gobierno, sociedad y economía del Antiguo Régimen, que fue lo que se materializó en la Constitución de 1812.

Y es que uno de los temas que más discusión produce es la capacidad revolucionaria de la España de 1808. Ya Richard Hocquellet dejó establecido que la justificación de las acciones revolucionarias de las juntas se basaba en la cultura pactista española del XVI que fue evolucionando cuando en el XVIII fueron calando en las élites ilustradas españolas los planteamientos novedosos respectos a los derechos individuales, la crítica al absolutismo y la sociedad estamental; para llegar en la coyuntura apropiada a posturas ya revolucionarias o adaptadas a los tiempos, como diría Jovellanos. La guerra hizo que se produjera esa mutación por vía práctica y rápidamente. Cierto que la masa de población que se sublevó no tenía un proyecto político renovador en sus objetivos, pero si lo tenían las élites; lo que sucedió fue que, una vez surgida la necesidad de autogobernarse, el modo de hacerlo fue definido por las nuevas corrientes y tendencias políticas: ante el vacío dejado por lo antiguo llegó inevitablemente lo nuevo. Fue la necesidad de organizarse para la guerra, la creación de Juntas frente a las instituciones existentes y obedientes al francés, lo que inició un proceso revolucionario que resultó imparable y que fue mucho más allá de lo que el reformismo napoleónico y afrancesado hubieran previsto nunca. Hay que añadir, como ya reconoce alguna bibliografía actual, que la caída de las instituciones tradicionales ocasionó el afloramiento de una protesta social, incluso de la petición de acabar con el gobierno de los ricos, lo que hizo coincidir el proceso con otros de las revoluciones liberales.


El nacimiento de la nación y el estado contemporáneo

Las revoluciones que inician el mundo contemporáneo asociaron el origen del poder, el fundamento de todo su proyecto, a la nación, término que acabó configurando y casi definiendo la nueva época: cada Estado debía gobernar una nación, surgiendo así el Estado-nación. En España es una cuestión de larga trayectoria hasta nuestros días en torno a cuestiones como si España es una nación, cuándo surgió España o qué compone España. Los analistas del tema recuerdan que España procede de la “Hispania” latina, y de la “Iberia” griega, por tanto existió desde la antigüedad como significado geográfico. Fue la situación de España como lugar fronterizo entre cristianos y musulmanes durante siglos lo que probablemente impidió que ese concepto de “España” o “español” pasara de lo geográfico a lo político. Con los Reyes Católicos comenzó a coincidir con lo que hoy conocemos por “España”, produciéndose desde entonces una extraordinaria estabilidad de fronteras.

Justamente la fecha de 1808 pareció un comienzo inmejorable para crear la nación. En estos procesos nada suele ser más efectivo que la “transferencia de sacralidad” de las fiestas y mitos religiosos hacia fiestas cívicas y mitos y héroes civiles o lugares de memoria, entre los que no podían faltar los “padres constituyentes”, fundadores de una nueva nación o de un nuevo régimen político. Los doceañistas fueron conscientes de la fuerza simbólica de ese momento mítico, fundacional, por eso se estableció muy pronto el Dos de Mayo como fiesta nacional, oficialmente por Decreto de las Cortes de 2 de mayo de 1811, anticipándose históricamente al resto de países; se erigieron monumentos a los mártires de aquella sublevación, primer y principal símbolo público de significado político en el siglo, frente a las estatuas de reyes, único legado de la era anterior. La celebración de hecho se produjo desde el mismo año 1808, y la Junta Central sacó a la luz en 1809 el manifiesto del 11 de mayo, salido de la pluma de Quintana y dirigido a las trece Juntas Superiores, en el que se invitó a todos los españoles a conmemorar solemnemente el aniversario de aquellos acontecimientos para el 16 de mayo con un solemne aniversario en todas las parroquias y conventos.

Lo que fue inmediatamente atendido, siendo poco después oficial en todo el país. Ese 16 de mayo la propia Junta acudió a las ceremonias. Se leyeron oraciones fúnebres en Lérida, en Palma de Mallorca o en Cuenca. Al año siguiente, 1810, ya tuvo que celebrarse en Cádiz debido a la ocupación francesa.

El nuevo mito se alimentó de otro gran mito reproducido en esta época: los comuneros, en referencia al recuerdo de la lucha heroica por las antiguas libertades castellanas. Hay que destacar que aunque esta construcción nacional fue precoz frente a otros países, incluida Francia que tardó más y tuvo una vida más agitada, eso no impidió que fuera finalmente menos exitosa; entre otras cosas porque después se perdió, dejó de tener continuidad. Durante más de un siglo se celebró la fiesta nacional del Dos de Mayo con unas ceremonias oficiales destinadas a instaurar un culto cívico anual en un espacio urbano bien definido en el que prender el sentimiento nacional y la construcción simbólica de la nación. El mito y la memoria de esos héroes duraron más allá de las propias celebraciones y de la propia fiesta nacional. Daoíz y Velarde, Manuela Malasaña, Agustina de Aragón, son personajes ya míticos de nuestra historia, como lo son Padilla y Maldonado, los comuneros que se sublevaron contra Carlos V por la libertad de las ciudades castellanas, y que tan recordados fueron en las Cortes de Cádiz.

Sin embargo, las características de la construcción del Estado contemporáneo, que partió de una sublevación no sólo contra los invasores extranjeros sino contra las propias instituciones españolas que los obedecieron, hizo incómoda a la larga la celebración del Dos de Mayo; y es que en aquellas fechas las instituciones se aliaron con el invasor, mientras el pueblo luchó solo, y los héroes fueron fusilados no sólo por los franceses sino por aquellos españoles que los ayudaron a formar los consejos de guerra. Por eso fue resultando cada vez más una fiesta molesta, incómoda, para no recordar.
 
La nación y sus representaciones, el patriotismo, pasó a ocupar el lugar de la clásica virtud cívica, del bien común. En el mundo liberal donde lo que predomina es el interés individual, la nación quedó como único referente colectivo. Es ya lugar común colocar el decreto de 24 de septiembre como el fundacional de la nación española protagonista de la escena política.
 
La integridad de la Nación se juró en segundo lugar, el primero lo ocupó “la santa religión católica, apostólica, romana, sin admitir otra alguna en estos Reinos”; sólo en tercer lugar se juró al “amado soberano” y sus “legítimos sucesores”. En este caso, el poder Ejecutivo, el Consejo de Regencia, debía ir a las Cortes a reconocer la soberanía nacional, para lo que se aprobó el ceremonial y se declaró sesión permanente hasta conseguirlo. El objetivo era una acción soberana y un Estado fuerte; éste requeriría en la cultura política de la época una “Monarquía moderada”, ya que la Monarquía garantizaba la unidad y la unidad garantizaba la fuerza. Por eso el federalismo se entendía como algo perjudicial en las “viejas y grandes naciones” y se evitaba que cualquier propuesta se confundiera con él. No fue fácil adaptar la Monarquía a la práctica política. La teoría aceptada desde Locke y divulgada por el continente por los ilustrados, especialmente Montesquieu, parecía clara: había que dividir el poder, que había sido de uno solo y limitar al Rey a uno de los poderes, el Ejecutivo. Eso es lo que trataron de hacer las revoluciones liberales en Europa. Y el primer modelo aplicado fue el revolucionario, de asamblea, más tarde corregido con el modelo de la estabilización, el gobierno parlamentario.

También surgieron otras naciones. De la mano de los avatares de la península caminaron los acontecimientos que en la América española y portuguesa dieron origen al nacimiento de las naciones latinoamericanas. En el Primer artículo de la Constitución gaditana se lee: “La nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios”.

martes, 12 de noviembre de 2024

LOS ORÍGENES DE LA POLÍTICA INTERNACIONAL EN LA EDAD MODERNA: EXPANSIÓN TURCA Y GUERRAS DE ITALIA (1494-1516)

La situación internacional a mediados del siglo XV

Desde mediados del siglo XV el avance otomano había conquistado los Balcanes, Asia Menor y la propia Constantinopla. además su expansión marítima por el Mediterráneo oriental les llevó a chocar con la otra gran potencia del mar: Venecia. la expansión turca continuó por la costa dálmata, e incluso por el sur de Italia (Otranto) provocando la alarma en la Europa cristiana.

A finales del siglo XV las coronas de Castilla y Aragón se habían unido y juntas conquistan el reino nazarí de Granada. Tras esta anexión la nueva monarquía española se dispone a intervenir activamente en Italia. En Francia asciende al trono Carlos VIII de Valois en 1483. Este nuevo soberano quiere protagonizar la expansión francesa hacia Italia, en cuyo empeño va a colisionar con España. en los últimos años del siglo XV y en la primera mitad del siglo XVI las relaciones internacionales en Europa se basan en tres ejes:

  • Antagonismo hispano-francés
  • Defensa de la Europa central frente a la expansión turca en el Danubio y de los aliados norteafricanos de los turcos en el Mediterráneo
  • Pugnas entre católicos y protestantes en Alemania, una vez iniciada la reforma luterana
Hay otros dos factores que ayudan a explicar el desarrollo de los acontecimientos en esta época. Por un lado el uso de nuevas armas, como la artillería,armas de fuego, nuevas fortificaciones, etc. Por otro lado encontramos el despliegue de una nueva diplomacia renacentista, fruto de la cual aparecerán un conjunto de ligas internacionales, que se harán y desharán con cierta facilidad. El denominador común de todo este juego de alianzas internacionales es el hecho de que suelen agrupar a diversas potencias que se agrupan para hacer frente a otra más fuerte y así establecer una especie de frágil equilibrio en una zona determinada, que a finales del siglo XV y principios del siglo XVI va a ser la dividida península italiana.

Italia, fragmentada en una serie de estados independientes, fue el campo de conflicto entre las dos potencias más fuertes de la cristiandad occidental de la época: Francia y España. Hasta 1526 las ligas y alianzas se formaron para frenar a Francia. A partir de esa fecha se aglutinaron en torno a Francia para limitar el poderío de España. Así Francia no tuvo reparos en aliarse con los enemigos d ela casa de Austria, como turcos y protestantes.

El imperio turco. Organización y fases de su expansión

En el siglo XIV un grupo de población turca, conocidos como otomanos u osmanlíes, se desplaza hacia occidente y empieza a amenazar al debilitado imperio bizantino. Así desde Anatolia entran en Europa, extendiéndose por tracia y macedonia. En la Batalla de Kosovo (1389) someten a vasallaje a Serbia y amenazan Constantinopla.

En 1402 los otomanos de Bayaceto I son derrotados de forma aplastante en Ankara por las tropas mongolas de Tamerlán. Se abre una crisis en los otomanos, por lo que su expansión se detiene. En 1453 conquistan Constantinopla, ala que dan el nuevo nombre de Estambul y hacen su capital. Al tiempo continúa la expansión otomana hacia Europa y en 1459 Serbia es prácticamente anexionada, a excepción de la fortaleza de Belgrado.

En los años 1463-64 conquistan Bosnia, cuya aristocracia se convierte mayoritariamente al Islam, y se van apoderando de Grecia. En 1478 conquistan Albania y presionan en el mar Adriático contra los intereses de Venecia. Entre los años 1499 y 1503 arrebatan a este república italiana buena parte de sus dominios en el Adriático y en Morea. Con ello el imperio turco era una potencia de primer orden, cuyo poder se extendía por tres continentes: Europa, Asia y África.

Con Solimán el Magnífico (1520-1566) el imperio otomano alcanza su apogeo. En los inicios de su reinado conquista Belgrado y Rodas. Después vence a los húngaros en Mohacs (1526) y avanza hacia occidente, sitiando Viena en 1529. En 1534 conquista Bagdad y llega hasta el Golfo Pérsico. En el norte de África contó con la colaboración de los piratas berberiscos, vasallos suyos, que operaban desde la base de Argel.

Durante el resto del siglo XVI el imperio turco mantendrá su máxima extensión, pero su expansión se ve paralizada. Por el este los chiítas persas siguen siendo una amenaza, mientras que sus mercados van siendo invadidos por el comercio europeo. Además se va constatando la dependencia técnica de sus ejércitos y armadas con respecto a Occidente.

Solimán el Magnífico

Organización y características del imperio turco

El imperio turco era una entidad multiétnica, ya que además de turcos lo habitaban judíos, cristianos renegados, griegos y otros habitantes de los territorios conquistados. parece que hubo una intensa mezcla racial, que se vio favorecida por la extensión de la esclavitud. Algunos de esos esclavos llegaron a ser altos dignatarios o tropas de élite, como los jenízaros.

La forma de gobierno era la del despotismo oriental, donde confluían en la persona del sultán el máximo poder político y religioso. Reunía todos los poderes, siendo además dueño de la tierra y gozando de disposición sobre las vidas de sus súbditos. El sultanato se transmitía de padres a hijos, pero con la peculiaridad de que el nuevo sultán solía eliminar a todos sus hermanos varones y a los hijos de estos, para evitar tener competidores. así cada sucesión solía dar lugar a cruentas luchas, que podían acabar en guerras civiles.

Por debajo del sultán encontramos la figura del gran visir, una especie de primer ministro. Los miembros de su gobierno formaban parte del Diván, consejo que reunía a los visires principales ya los jefes militares, incluido el almirante de la armada. En tiempos de Solimán se llegó a la máxima centralización. El imperio se dividía en provincias, gobernada cada una por un bey. Las agrupaciones de provincias eran gobernadas por pacas y por encima de ellas había 8 gobiernos, mandados por 8 beylerbeys. Por su parte los ulemas tenían la función de aplicar la ley y estos clérigos constituían un grupo social de enorme importancia en el imperio otomano.

La institución clave para reclutar el personal al servicio del sultán era el devcchirné, que consistía en la obligación de todas las familias cristianas de los Balcanes de entregar un hijo que era enviado a alguna de las principales ciudades y convertirlo al Islam. Así algunos de ellos podían llegar a ser incluso grandes visires, mientras que el resto eran enviados a palacio o formados como jenízaros, tras un duro adiestramiento.

La caballería turca de élite procedía de los timar, tierras que se concedían de modo temporal, a cambio de facilitar un determinado número de hombres a caballo para el ejército otomano. Incluso algunos jenízaros destacados en combate podían ser premiados con un timar. El armamento del ejército otomano era similar al de los ejércitos occidentales, aunque dependían en parte de las producciones europeas, si bien trataron de atraer especialistas europeos, bien por su captura, bien ofreciendo salarios muy elevados.

Pese a que el imperio otomano pareció revestido por una capa de prosperidad, orden, tolerancia e impuestos no muy altos, no podemos olvidar que los turcos tenían una mentalidad ajena a la herencia grecolatina. así los habitantes de los Balcanes sometidos a los turcos podían ser reducidos a la condición de esclavos con cierta facilidad. Además debían entregar a uno de los hijos para al administración o para el ejército.

Las costumbres turcas eran muy diferentes a las de los reinos de Europa occidental, no sólo por cuestiones de religión, y esto afectaba también a la propia concepción del poder. Así había un alto grado de crueldad en la corte, que se traducía en luchas fratricidas en la propia familia del sultán y en la eliminación de muchos de sus miembros. también se solía eliminar a jefes militares o navales que habían sido vencidos,e incluso hubo asesinatos de grandes visires, por motivos variados.

Italia a comienzos de los tiempos modernos

A finales del siglo XV se situaban en Italia algunos de los territorios más ricos de la cristiandad. Esto se debía por un lado al comercio con oriente y por otro a la presencia de los principales banqueros de Europa, ya que Milán, Génova, Florencia y Venecia eran el centro económico mundial. Además de su poder económico, Italia estaba densamente poblada, con un alto grado de urbanización. A ello ayudaba también su gran actividad manufacturera, destacando la producción de paños, sedas,armas, barcos, vidrio, libros, etc.

La Italia del norte es la que mejor responde a las características anteriores, mientras que la Italia del sur es mayoritariamente rural. Además a partir de Roma se extiende hacia el sur un amplio espacio feudal, caracterizado por la potencia de los dominios baronales. Pese a ser una entidad geográfica y a que existía una clara conciencia de italianidad (a lo que ayudaba la historia, la lengua y la cultura), Italia presentaba una clara fragmentación política, que sería un elemento determinante en la intromisión de príncipes extranjeros y, por tanto, en las guerras de Italia.

En la Italia urbana del norte se consolidan ya al final de la Edad Media las señorías personales, que se trasmiten de padres a hijos. En la mayoría de las ciudades-estado un magistrado principal (generalmente un jefe militar) se hace con el poder (de forma vitalicia) y logra transmitirlo a alguno de sus descendientes. Se trata de tiranías, que reposan sobre las armas, el dinero y las alianzas, muy diferentes a las monarquías de otros estados occidentales. aquí el poder está abierto a cualquiera con inteligencia y astucia, tal como describe Maquiavelo en El Príncipe.

Así, en Milán domina los Visconti entre 1227 y 1447. en esta última fecha el poder pasa a los Sforza, por matrimonio con una Visconti. En florencia el poder lo tiene los Medici desde 1434. La existencia de estas señorías personales y la ausencia de un poder superior efectivo contribuyen de modo decisivo la inestabilidad política de Italia, donde las ambiciones expansivas llevan a guerras y conflictos.

En los últimos siglos de la Edad Media el mapa político se simplificó, por la expansión de los estados más fuertes, que van sometiendo territorios más débiles. Así a mediados del siglo XV encontramos unos 20 estados, de diferente poder y tamaño. En el sur predominaban los reinos (Nápoles, Sicilia y Cerdeña), además de un reino peculiar, los Estados Pontificios. En el norte predominaban las repúblicas, ducados, condados, marquesados, etc. De todos modos los cinco grandes estados italianos de la época eran la República de Venecia, el ducado de Milán, la República de Florencia, los Estados Pontificios y el reino de Nápoles.


  • República de Venecia
Pese al retroceso que sufría por el avance turco, dominaba importantes territorios y llevaba a cabo una política expansiva en la península italiana. Tenía una política exterior de gran potencia y su gobierno era una mezcla de monarquía y república aristocrática, con un dogo elegido de por vida, cuyo poder estaba limitado por el Gran consejo. En Venecia estaba el principal arsenal del Mediterráneo, donde construía y armaba sus galeras y otras embarcaciones.

  • Ducado de Milán
Contaba con una economía próspera, con un agricultura eficiente (arroz, cereales), industria textil y fábrica de armas. Sus enemigos eran Saboya, Francia, Suiza y Venecia, por lo que los Sforza de Milán solían aliarse con los Médici de Florencia, en una alianza en la que los milaneses ponían los soldados y los florentinos el dinero.

  • República de Florencia
Estaba presente como banquero en todo el occidente europeo, lo mismo que en el imperio otomano. además destaca en el comercio y tiene una importante industria textil de lana y seda. Su gobierno evolucionó también hacia la señoría personal y, hasta la muerte de Lorenzo el Magnífico, disfrutó de una época brillante en el arte y la cultura renacentista.

  • Estados Pontificios
Contaban con una considerable extensión territorial, que permitía una producción considerable de cereales,además de una buena cabaña de ovejas para la actividad textil. El Papa era su soberano, como cualquier soberano de otros estados temporales, pero el peculiar sistema sucesorio propiciaba la pugna entre facciones. Cada nuevo pontífice atare a Roma su propia clientela, que le sirve para gobernar. además, los Papas tratan de expansionar su estado, acabando con algunas de las señorías existentes en Italia central y apoderándose de ciudades como Bolonia, Perugia y Rávena, a comienzos del siglo XVI. Por todo esto los Papas necesitan más dinero y lo van a conseguir vendiendo oficios. Además se dedican al mecenazgo, favoreciendo las artes y convirtiendo a Roma en una de las grandes capitales del renacimiento.

  • Reino de Nápoles
Tras el esplendor del reinado de Roberto d'Anjou, vivió una larga decadencia y Alfonso V de Aragón acabó dominado el reino, que tuvo otra época de esplendor. A su muerte el reino queda en manos de su hijo bastardo, Fernando I, cuyo reinado estuvo marcado por dos grandes revueltas feudales, cuya represión pusoa  muchos nobles a favor de Francia

Además de estos cinco estados poderosos, podemos citar a Génova, que en la segunda mitad del siglo XV vio reducido su poder y territorios por el avance otomano, lo que provocó su decadencia interna. también encontramos pequeñas ciudades-estados en el centro de Italia, como Lucca, Siena; Mantua y Ferrara, más ricas en civilización que en territorio.

Por último encontramos tres territorios marginales. El ducado de Saboya constituye un conglomerado de territorios agregados, por lo que es un espacio mal consolidado, siempre sometido a la influencia francesa. El reino de Sicilia había expulsado a los franceses en beneficio de los aragoneses y producía cereales,seda y caña de azúcar. Por último, el reino de Cerdeña estaba aislado y muy atrasado respecto al resto de Italia, subsistiendo con una economía pastoril y arcaica.

Factores determinantes de las guerras de Italia

La Italia de finales del siglo XV se nos presenta como una de las regiones más ricas y evolucionadas de Europa, con un alto grado de urbanización, especialmente en el norte de la península. El nivel medio de riqueza en Italia supera claramente el nivel de otros países del occidente cristiano. Las ciudades italianas poseen una serie de instituciones que favorecen el bienestar de la población, como las agencias de trigo, que previenen hambrunas, las instituciones de asistencia, o los montes de piedad, que favorecen el crédito popular. Además en Italia encontramos una agricultura avanzada que produce grandes y variados rendimientos y una industria pujante, especialmente textil.

Además, Italia domina las esferas del comercio y las finanzas. Venecia es una gran potencia comercial que controla las rutas entre oriente y occidente. Los banqueros italianos están presentes en toda Europa, como es el caso de la banca Médici de Florencia y los banqueros romanos, que administran las rentas pontificias. La superioridad económica se completa con una superioridad intelectual y artística. La cultura renacentista llevó el prestigio italiano a los más altos niveles. pero esta Italia, rica y prestigiosa, adolece de un fuerte debilidad política, lo que no hace más que estimular la codicia de los estados vecinos, menos ricos pero más fuertes. Los italianos son pocos conscientes de esta debilidad, por lo que para resolver las querellas van a acudir a la ayuda extranjera, lo que acabará causando su perdición. a esta división de Italia hay que añadir el desacuerdo permanente entre el Papa, Milán y Venecia. La costumbre de los patricios urbanos a recurrir a ejércitos de mercenarios para arreglar sus conflictos, unieron a la debilidad política una fuerte debilidad militar. Éste fue seguramente el profundo origen de las guerras de Italia, durante los cuales la península se convirtió en el objetivo de las potencias vecinas.

A modo de resumen, Italia era una zona rica, próspera, culta y de gran prestigio e historia. Esto, unido a su fuerte fragmentación política y su acusada debilidad militar, la convirtió en una presa codiciada para los monarcas más fuertes y ambiciosa de la época: la monarquía francesa y la monarquía española, los cuales, esgrimiendo viejos derechos o acudiendo en ayuda de alguna de las facciones rivales, se disputarán la posesión de territorios que consideran estratégicamente imprescindibles.

Protagonistas y fases de la pugna por Italia

La pugna por Italia fue protagonizada por las dos grandes potencias occidentales de la época: Francia y España. Hubo también otros actores secundarios, tanto italianos como extranjeros. Así los turcos incidieron en algunos momentos de la laucha, lo mismo que los protestantes alemanes, ya en la segunda fase. También intervinieron, de forma más marginal, el emperador Maximiliano por sus conflictos territoriales con Venecia, y los suizos. A partir de 1512 interviene también Enrique VIII de Inglaterra, ya que este país era enemigo tradicional de Francia.

Podemos diferenciar una primera fase de las guerras de Italia, que va desde 1494 hasta 1516, cuando Francisco I de Francia se apodera del Milanesado. la segunda fase va desde esta fecha hasta 1559, con la Paz de Catedau-Cambresis. A lo largo de ambas fases veremos desarrollarse una serie de ligas que se forman y se deshacen con facilidad, pero cuyo objetivo último es contrarrestar la acción del contendiente más fuerte.

Así en la primera fase, el objetivo será frenar a Francia, mientras que en la segunda fase, será Francia la que organice ligas contra el creciente poder de los Habsburgo. El conflicto lo inicia el rey francés Carlos VIII, que buscaba afán de gloria y la reivindicación dinástica sobre el trono de Nápoles. las tensiones existentes en este reino y la inestabilidad política italiana le decidieron a esta empresa, para la que desplegó una intensa preparación diplomática, firmando pactos con Enrique VIII de Inglaterra, con Fernando de Aragón y con el emperador Maximiliano.

En 1494 tras la muerte de Ferrante (Fernando I de Nápoles), un poderoso ejército francés, comandado por su rey, se puso en marcha hacia Italia y, tras intervenir en los asuntos internos de Milán y Florencia, conquistó el reino de Nápoles con pasmosa facilidad. En sólo 7 meses, a finales de febrero de 1495, la expedición francesa había logrado un éxito total. pero los estados italianos se alarmaron ante la facilidad de esta expedición y recurrieron a la diplomacia para contrarrestar a Francia: así en 1495 Venecia organizó una liga de la que formaban parte el Papa, España y el emperador, pese a los tratados que tenían firmados con Francia. El conflicto se internacionalizaba, lo que demuestra la incapacidad de los italianos para defenderse por si mismos.

 Primera Batalla de Seminara (1495)
Al correr el riesgo de verse aislado de sus bases, Carlos VIII vuelve a Francia, dejando en Nápoles una fuerte guarnición, al objeto de buscar refuerzos. En los dos años siguientes, bajo un clima de revuelta antifrancesa por parte de la población napolitana, las tropas españolas al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán) fueron conquistando las plazas napolitanas en poder de los franceses y devolvieron el reino a los sucesores de Fernando I.

La muerte de Carlos VIII en 1498 no puso fin a las aspiraciones francesas ya que su sucesor Luis XII mantuvo las pretensiones sobre el reino de Nápoles, aunque sus reivindicaciones se centraron en el ducado de Milán, cuyos derechos reivindicaba por parentesco con el último duque de la familia Visconti.

Con habilidad Luis XII logra romper la coalición antifrancesa, acercándose al papado, atrayendo a Venecia y firmando acuerdos con Inglaterra, con Felipe el Hermoso, soberano de los Países Bajos, y con los cantones suizos. Tras ello, su ejército conquistó Milán (1499) y logró la firma del tratado de Granada con Fernando de Aragón, por el que ambos reinos se repartían Nápoles. Pero en Nápoles la convivencia de franceses y españoles no iba a ser posible y el Gran Capitán, tras la victoria de Cerignola, ocupó la capital del reino en 1503. Derrotado el ejército francés de refuerzo, el Tratado de Lyon de 1504 recoge el abandono de las pretensiones francesas sobre el reino de Nápoles, que ya formará parte de la monarquía española hasta 1707.

En 1505 Fernando de Aragón, enfrentado con su yerno Felipe el Hermoso y con parte de la nobleza castellana, debe de ausentarse de Castilla y firma una alianza con francia, que no se verá alterada con la muerte de Felipe el Hermoso (1506). Las tensione en Italia renacen cuando el papa Julio II, deseos de reconstruir los Estados Pontificios frente al expansionismo veneciano, proyecta una alianza con el emperador Maximiliano, a la que se suman Luis XII y Fernando el Católico, dirigida contra Venecia (1508). Los venecianos son derrotados en 1509 por las tropas francesas y pierden gran parte de sus posesiones, viendo invadido su territorio. Gracias a su habilidad diplomática y a la resistencia popular, venecia logra dividir a los coaligados y sólo pierde sus conquistas más recientes.

El Papa Julio II dirige ahora su acción contra Francia, tratando de sublevar Génova. Luis XII contrataca convocando un concilio en Pisa, al objeto de reformar la iglesia, pero obtuvo pocos resultados (1511-1512). El Papa, por su parte, convocó el Concilio de Letrán (1512-1517) y organizó contra Francia una Santa Liga en la que se integraron los cantones suizos, Venecia, Fernando el católico, el emperador Maximiliano y Enrique VIII.

En 1512 los franceses derrotan a las tropas pontificias y españolas en Rávena, pero su comandante, Gastón de Foix, muere en la persecución, lo que hace cambiar el signo de la contienda. Así los franceses son expulsados del Milanesado y Génova vuelve a sublevarse contra Francia. por su parte los españoles derrotan a Florencia, reinstaurando en el poder a los Médices, al tiempo que conquistan el reino de Navarra y lo incorporan a la monarquía (1512).

Tras la muerte del Papa Julio II en 1513, Luis XII logró separar de la coalición antifrancesa a Venecia y a España, pero fue derrotado por los suizos y vio su territorio invadido por estos y por los ingleses. el sucesor de Luis XII, Francisco I (1515-1547) renovó los intereses franceses sobre el Milanesado. Su victoria en Marignano (1515) le permitió reconquistar el ducado y logró que el papa León X se aviniera a firmar el concordato de Bolonia, que regulará las relaciones de Francia con Roma.

La muerte de Fernando el católico en 1516 hace que acceda al trono de España Carlos I, con 16 años. se firma así el tratado de Noyon con Francia, al que se suma el emperador Maximiliano, el cual adopta una tregua con venecia. En virtud de una paz perpetua (1516) los suizos renuncian a sus aspiraciones políticas y se convierten en auxiliares del ejército francés, al que aportan abundantes mercenarios. Al acabar esta fase la pugna entre España y Francia se resolvía con la adquisición de Nápoles para los españolas y Milán para los franceses. Parecía logrado el equilibrio entre las dos potencias con el tratado de Noyon, pero la paz iba a ser de corta duración, ya que la elección imperial de 1519 iba a revolucionar de nuevo todo el panorama en Italia.

El Gran Capitán

Las transformaciones militares en los comienzos de la modernidad

Quizá se exagerado hablar de una "revolución" militar, pero lo cierto es que la forma de hacer la guerra experimentó profundas transformaciones en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna. la principal novedad fue la generalización del uso de armas de fuego. Por un lado se incrementa el número y la potencia de los cañones y por otro lado se produce la aparición y difusión de armas de fuego individuales (arcabuces y pistolas). Esta generalización del uso de armas de fuego va a cambiar para siempre la naturaleza de los combates.

Además, en un plano más defensivo, hay que destacar el uso de la pica formada por un asta de madera de considerable longitud, acabada en punta, que se demostró muy eficaz en el combate contra la caballería pesada. Así se vió cuando los suizos las usaron y derrotaron a Carlos el temerario en los años 1476-77. La efectividad demostrada por los piqueros suizos hizo que la pica se difundiese entre los ejércitos más avanzados.

También experimenta un fuerte desarrollo la poliorcética. Así las fortificaciones bajan a la altura de su muros y adoptan formas cada vez más estrelladas, al objeto de protegerse de la artillería enemiga y de aumentar el frente cubierto por los defensores.

En el este de Europa los turcos demostraron en la batalla de Mohacs (1526) la superioridad de la infantería y de las armas de fuego sobre la anticuada caballería pesada. A raíz de esta derrota los cristianos procurarán evitar batallas campales contra los turcos y basarán su defensa en fortalezas amuralladas situadas en lugares estratégicos.

Estos cambios en la composición de los ejércitos va a provocar la plebeyización de la actividad militar, ya que los nobles pierden protagonismo en los ejércitos, a favor de la plebe, ya sean mercenarios o reclutados por otros sistemas. Así se logra un incremento importante de los efectivos de los ejércitos, que irá en aumento a lo largo de la Edad Moderna

Además, la guerra defensiva empieza a predominar sobre la ofensiva. Las zonas en conflicto se llenando de  fortalezas bien amuralladas, dotadas de importantes guarniciones, en tanto que las batallas en campo abierto cada vez van siendo más escasas. La unidad de combate más destacada de la época es el tercio de infantería desarrollado por los españoles, que combinaba picas y arcabuces, que mantendrá su supremacía hasta mediados del siglo XVII.

Calcular el número de efectivos de estos ejércitos es una tarea complicada, ya que es probable que ni generales ni los gobiernos supieran con exactitud con cuántos soldados contaban. Partiendo de la premisa de David Maffi, la logística de la época no permitiría disponer en campaña de ejércitos superiores a 30.000 hombres.

Así Felipe II pudo contar con 80.000 soldados, que se elevarían a cien mil o ciento veinte mil en los momentos de más actividad bélica, de los que unos 40.000 constituiría el ejército de Flandes, la mayor concentración militar da época. los franceses utilizarían en las guerras de Italia ejércitos de entre 25.000 y 32.000 hombres.

La mayor potencia de estos ejércitos responde al monopolio de la guerra que adquieren los monarcas renacentistas y a su capacidad creciente para financiarlo. Así se irán consolidando numerosas unidades permanentes, que no se disolverán la final de cada campaña.

Fechas de interés

  • 1453:Constantinopla cae en poder de los otomanos y la convierten en su capital con el nuevo nombre de Estambul
  • 1463-64: Los otomanos conquistan Bosnia
  • 1478: Los otomanos conquistan Albania y presionan en el Mar Adriático amenazando los intereses de Venecia
  • 1494: Carlos VIII, rey de Francia, invade Italia. Coalición antifrancesa. Los Médicis expulsados de Florencia
  • 1495. Batalla de Fornovo. Carlos VIII ocupa el milanesado. Batalla de Seminara:los franceses derrotan a los españoles
  • 1498: Muerte de Carlos VIII. Le sucede Luis XII
  • 1499: Pacto de Lucerna entre Luis XII y los venecianos
  • 1500. Batalla de Novara. Luis XII desaloja de Milán a Ludovico Sforza. Pacto de Granada entre Luis XII y Fernando el Católico.
  • 1501: Francia y España conquistan Nápoles
  • 1504: Tratado de Lyon. Fin de la segunda guerra de Nápoles. Luis XII reconoce a Fernando de Aragón como rey de Nápoles
  • 1511: Liga Santa (España, Venecia, Suiza, los Estados Pontificios y los Sforza) contra Francia
  • 1512: batalla de Rávena. Victoria francesa sobre las tropas pontificias y españolas
  • 1515:muere Luis XII y le sucede en el trono Francisco I. Batalla de Marignano y recuperación francesa de Milán
  • 1561: muere Fernando el Católico, y le sucede en el trono su nieto, Carlos I con 16 años de edad.
  • 1516-17: El imperio otomano conquista Siria y Egipto, tras derrotar a los persas en 1514.


lunes, 11 de noviembre de 2024

LEONARD COHEN

Querido Leonard

Debes ir de un lugar a otro
recuperando los poemas que te han escrito
y en los que puedes estampar tu firma, 

Recupera tus versos y canciones
y estámpalos en el papel
y difúndelos al viento
y susúrralos al oído 

las campanas siguen tañendo tristes
porque el silencio no está más cerca de la paz
recordando la melodía de tus manos
dando vida a Lorca, Chopin y al partisano

y entre tus versos y canciones te elevas inmortal
abandonando tu prisión de carne, siendo libre
en las palabras y melodías que llenan el corazón
y las almas del mundo 

entre los miles de poetas que quieren ser conocidos
tú no fuiste uno de los impostores
No hace falta estar en el cielo
Para sentirnos uno con los nuestros,

Ellos, memoria,
Nosotros, una ilusión
Y tú, más que suficiente
simplemente Leonard

viernes, 8 de noviembre de 2024

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Hasta mediados del siglo XVIII, la economía del mundo occidental estaba basada de forma casi exclusiva en la agricultura y el autoconsumo, no existía una organización industrial tal como hoy la conocemos y los productos comercializables se fabricaban en talleres artesanales de mayor o menor tamaño. La transformación, iniciada en Gran Bretaña, se basó en una serie de innovaciones tecnológicas que, junto a la utilización de nuevas fuentes de energía, sustituyeron a la mano de obra por las máquinas y dieron paso a nuevos métodos de organización fabril de producción en masa, a un aumento sin precedentes del consumo, del comercio y del bienestar de la sociedad. 

Una característica distintiva de esta revolución fue la aplicación sistemática de los nuevos conocimientos a la producción, de forma que la ciencia precedió a la práctica y los inventores transformaron los conocimientos teóricos en procedimientos útiles. A todo este proceso de desarrollo se le ha denominado Revolución Industrial. 

La industrialización no se extendió simultáneamente ni de forma homogénea por todo el mundo occidental. 

En la primera mitad del siglo XIX alcanzó a Estados Unidos y gran parte de la Europa occidental, llegando después de 1871 a Alemania. A partir de mediados del siglo XIX, se inició una nueva fase denominada Segunda Revolución Industrial, con la utilización de nuevas formas de energía como la electricidad y el petróleo. 

La Revolución Industrial impulsó la revolución política que terminó con el absolutismo monárquico y dio paso al liberalismo, basado en el respeto de la iniciativa individual, la existencia de una Constitución donde se contemplan los derechos de los ciudadanos, el derecho al voto y la separación de poderes. El liberalismo reguló el nuevo sistema económico, el capitalismo, para responder a las necesidades planteadas en esos momentos. No parece casual que la Revolución Industrial tuviera su origen en la Gran Bretaña liberal, y se extendiera pronto a Estados Unidos, regido por una Constitución liberal. Sin duda las ideas políticas plasmadas de forma práctica en sus respectivas Constituciones, proporcionaron un sustento legal para adoptar un conjunto de innovaciones que cambiaron definitivamente la vida de los hombres. 

Ligadas directamente con la Revolución Industrial y con la revolución política, se pusieron en práctica un conjunto de medidas denominadas liberalismo económico, enunciadas por el economista Adam Smith en su obra La riqueza de las naciones (1776). En la práctica el liberalismo económico se basaba en la no intervención del Estado en cuestiones financieras, empresariales o sociales y favorecía los intereses de la burguesía, que hasta entonces se había visto coartada por el Antiguo Régimen. 

Durante el siglo XIX algunos autores franceses empezaron a denominar Revolución Industrial al proceso de cambio iniciado en Gran Bretaña a mediados del siglo anterior, tal vez como semejanza en el terreno económico a lo que en el aspecto político había significado en Francia la revolución de 1789. 

Para muchos historiadores, la Edad Contemporánea se inició a finales del siglo XVIII con las “tres revoluciones”, la Independencia Americana, la revolución francesa y la Revolución Industrial, como si la revolución política y el cambio producido por la adopción de distintos métodos de producción y sus consecuencias no fueran más que distintos aspectos de un mismo proceso. 

La primera Revolución Industrial fue un proceso lento, en Gran Bretaña tardaría más de un siglo en completarse, no llegaría a algunos países europeos hasta finales del siglo XIX y sus consecuencias provocaron un cambio profundo en la economía, la política y la sociedad. 

A partir del siglo XVIII la población europea empezó a crecer a un ritmo muy rápido. La presión demográfica dio lugar a la demanda de multitud de productos, impulsando la Revolución Industrial y un conjunto de avances en la agricultura para poder generar la cantidad y calidad de los alimentos necesarios para la sociedad. La creación de fábricas, con necesidad de personal, fue cubierta, en parte, por los obreros del campo que emigraron a las ciudades en busca de empleo. Todo parece in indicar que hubo una interacción entre estos tres procesos, aumento demográfico, Revolución Industrial y avances en agricultura. 

Las tesis clásicas señalaban como base del despegue industrial la revolución de la tecnología, pero otras interpretaciones más novedosas han insistido en señalar otros factores tales como la acumulación de capitales para las inversiones en la industrial textil, el desarrollo de las manufacturas o una revolución agrícola previa a la Revolución Industrial. 

El papel de Gran Bretaña en la revolución industrial 

Gran Bretaña contaba en el siglo XVIII con las condiciones necesarias para iniciar la industrialización. Poseía un riquísimo imperio colonial; la población de las islas y la de las colonias estaba en expansión,tenía un alto nivel de vida y demandaba una gran cantidad de artículos; su situación oceánica le facilitaba el acceso a mercados ultramarinos y permitía el transporte de mercancías por barco; poseía una gran cantidad de materias primas adecuadas para utilizarlas en industria como carbón, hierro y agua y la carencia de madera propició la pronta utilización de combustibles fósiles. También contaba con facilidades para el transporte fluvial. Gracias al comercio, había una gran acumulación de capitales dispuestos a ser utilizados en nuevas inversiones. Además, las medidas librecambistas adoptadas favorecían las transacciones comerciales competitivas sin fronteras económicas interiores. 

El aumento de población europea a quien iba destinada la mayor parte de las manufacturas supuso un estímulo para la fabricación de mercancías de uso común. Los avances tecnológicos, que no habían dejado de producirse desde la Edad Media, sufrieron una aceleración en aquellos sectores que tenían que responder a la demanda. El sector productivo en el que la adopción de los nuevos avances tecnológicos tuvo un mayor impacto fue el textil. 

Los británicos crearon una serie de máquinas mecánicas para mejorar la elaboración de textiles. En 1733, John Kay inventó la lanzadera volante, logrando reducir notablemente el tiempo para fabricar una pieza de tela. La mayor velocidad de producción de tejido disparó la demanda de hilo. La industria de hilaturas experimentó un notable avance en 1763, cuando James Hargreaves construyó la spinning-jenny, un instrumento mecánico capaz de reproducir el trabajo de un hilador con la rueca y mover varios husos a la vez, abaratando el proceso. 

La primera máquina movida con la energía hidráulica aplicada a la industria textil fue la water frame, inventada por Robert Arkwright, que aumentó la producción de hilo utilizando algodón. En 1779, Samuel Crompton perfeccionó esta técnica construyendo otra máquina con la que se podía conseguir hilo más fino y resistente. 

A partir de estos momentos, todas las fases de la producción de tejidos se mecanizaron y perfeccionaron; se inventaron máquinas para el tratamiento de la materia prima. También se inventó una forma de estampar por medio de un rodillo que sustituyó a la aplicada manualmente con tacos de madera; a finales del siglo XVIII se descubrió un método químico para blanquear las telas rápidamente y los telares mecánicos sustituyeron a los manuales produciendo con más calidad y con mayor rapidez. 

Como el algodón era importado de la India, América y Egipto, las industrias textiles se concentraron en Lancashire y la Baja Escocia para abaratar el transporte, convirtiéndose Manchester en la capital de esta industria. 

En 1705 Thomas Newcomen patentó un modelo de máquina de vapor para bombear el agua de las minas; Watt perfeccionó este descubrimiento inventando un método para independizar la vaporización y la condensación de los cilindros del condensador con el fin de consu consumir menos energía, y la fue perfeccionando a lo largo de los años. En 1766 consiguió su propósito y este acontecimiento cambió radicalmente la producción. Las máquinas movidas por vapor se aplicaron para la fabricación de algodón a partir de 1780. La máquina de vapor supuso el mayor avance tecnológico del siglo XVIII. 

En cuanto al hierro, la mayor dificultad era la transformación del mineral, proceso de combustión muy lento en altos hornos para eliminar el oxígeno. La sustitución del carbón por el coque para separar el sulfuro y el alquitrán en la fundición del hierro a altas temperaturas, permitió la producción masiva de acero. 

La industria textil y la siderúrgica fueron los sectores productivos más importantes en la industrialización de Gran Bretaña. 

Gran Bretaña contaba en 1850 con la red más densa de ferrocarriles, las técnicas más avanzadas en todos los sectores y la marina más importante del mundo. La renta per cápita creció, la población se duplicó y la participación de los sectores de fabricación, minería y construcción pasó de ser una cuarta a una tercera parte en el PIB. 

La revolución industrial en los distintos países 

Prácticamente hasta el primer tercio del siglo XIX, la Revolución Industrial no se extendió fuera de Gran Bretaña. Los británicos intentaron conservar el monopolio de sus inventos y comercializaron solamente su producción en el extranjero. Los fabricantes continentales, en principio, imitaron la maquinaria inglesa y trataron de importar trabajadores especializados. Bélgica, que contaba con materias primas como hierro y carbón, fue uno de los primeros países del continente que se industrializó. 

La revolución francesa y sus consecuencias desanimaron a los inversores y retrasaron la industrialización en Francia, donde además existían otros motivos para su retraso. La propiedad de grandes latifundios en manos de nobles, poco partidarios de la inversión en reformas tecnológicas; la debilidad demográfica, con una tasa de natalidad en descenso y un crecimiento muy pequeño frente al resto de los países europeos y la escasez de recursos naturales han sido señalados como inconvenientes para una industrialización temprana. Durante el Segundo Imperio, Napoleón III apoyó el librecambismo y desarrolló una nueva política económica, creando numerosas líneas de ferrocarril, canales fluviales, grandes compañías de navegación y fastuosas obras públicas; la industria, el comercio y la agricultura prosperaron de forma significativa. 

Desde mediados del siglo XIX, Francia fue una importante potencia industrial que en parte debió su despegue al sector siderúrgico, desarrollado gracias a la expansión del ferrocarril. Alemania contaba a principios del siglo XIX con grandes recursos naturales, una población en ascenso y unos recursos agrícolas muy importantes. La unión aduanera, el Zollverein, creada en 1834, a la que se fueron uniendo la mayor parte de los Estados, facilitó la formación de un amplio mercado común. La gran extensión de líneas férreas construidas a mediados del XIX contribuyó a la expansión del sector del hierro, el acero y el carbón. Sin embargo, su fragmentación política impedía que se emprendieran proyectos unitarios y hasta después de la unificación en 1870 no se inició el desarrollo industrial que a partir de esos momentos fue muy rápido, sobrepasando a finales del siglo XIX a Gran Bretaña en la producción de acero; Alemania se convirtió en líder mundial en industria química. 

España tardó más que los países de su entorno en incorporarse a la Primera Revolución Industrial por una serie de problemas: la Guerra de la Independencia a comienzos del siglo XIX, la pérdida de los colonias americanas, la vuelta al absolutismo durante el reinado de Fernando VII y las Guerras Carlistas crearon un clima de inestabilidad política nada favorable para el desarrollo de una industria nacional. Al final del reinado de Fernando VII se iniciaron los primeros intentos de industrialización con la creación de una factoría textil levantada por Narciso Bonaplata cerca de Barcelona y de los altos hornos en Marbella fundados por Manuel Agustín de Heredia en 1832; años más tarde se crearon otro es Sevilla y Huelva que fracasaron por la falta de combustibles en lugares cercanos. La industria textil empezó a utilizar la máquina de vapor en 1844, ya durante el reinado de Isabel II, gracias al régimen político liberal constitucional. En 1848 se inauguró la primera línea de ferrocarril entre Barcelona y Mataró, seguida en 1855 de la de Madrid a Aranjuez, pero la expansión de este medio de transporte de mercancías y personas no llegaría hasta años más tarde. A partir de 1854, con los progresistas en el poder, se llevó a cabo una política de liberalismo económico que favoreció la entrada de capitales extranjeros. Las circunstancias políticas en España, con la revolución de 1868 y la posterior instauración de la Primera República, no permitieron al país llegar a ser una potencia industrializada hasta el siglo XX. Por diversas circunstancias, sucedió lo mismo en otros países como Rusia, Italia, Dinamarca y los situados en el este de Europa. 

Estados Unidos contaba ya a principios del siglo XIX con unos recursos naturales extraordinarios y una mano de obra especializada que le permitieron una rápida industrialización. A pesar de la distancia con Gran Bretaña, sus relaciones comerciales continuaban siendo fluidas, había un intenso tráfico marítimo y una inmigración incesante que favorecía la difusión de las nuevas técnicas. La guerra con Inglaterra entre 1812 y 1815 impidió el abastecimiento de productos manufacturados propiciando la creación de gran cantidad de industrias locales; además, el Estado promocionó la invención y la adaptación de maquinaria para ahorrar trabajo. Los principales sectores económicos se establecieron en tres regiones: el oeste se especializó en producción agrícola y ganadera; el este en industria y el sur en el cultivo del algodón. La red fluvial favoreció el intercambio de productos incluso antes de que se desarrollaran las vías férreas. 

La mejora de las comunicaciones permitió que el país avanzara de forma más rápida y la instalación de fábricas en puntos alejados de los lugares de producción de la materia prima. La creación de líneas de ferrocarril fue fundamental para la colonización del Oeste, que lo convirtieron en la región ganadera y agrícola por excelencia así como en mercado para los productos industriales fabricados en el Este. La construcción de las líneas del ferrocarril estuvo a cargo de empresas privadas a las que el Estado hacía concesiones y proporcionaba terrenos para la construcción; el ferrocarril empleó a muchísimos inmigrantes, sobre todo chinos y filipinos; se extendió rápidamente por todo el país a pesar de las dificultades. En 1869 se estableció ya la comunicación de la costa Atlántica a la del Pacifico por las compañías privadas Central Pacific y Union Pacific. 

La densidad de población en Estados Unidos a principios del siglo XIX provocaba una gran escasez de mano de obra a pesar de la inmigración; para trabajar las fincas algodoneras del sur se importó gran número de esclavos africanos. A finales del siglo XIX, Estados Unidos era ya la mayor potencia industrial del mundo. 

La competencia por parte de los distintos países en cuanto a sus adelantos industriales y el afán por darlos a conocer dio lugar a la celebración de Exposiciones Internacionales. 

La agricultura 

La agricultura tuvo un papel fundamental en la Revolución Industrial. Para algunos autores la revolución agrícola fue un paso previo, sin el cual no se habría podido conseguir la revolución industrial; es cierto que países como Rusia, Italia o España, en los que las estructuras agrícolas aún no habían evolucionado en el siglo XIX, tardaron más tiempo en llegar a la industrialización. 

En Gran Bretaña o los Países Bajos ante la demanda de alimentos por la presión demográfica que tuvo lugar en el siglo XVIII se introdujeron nuevas técnicas agrícolas, otros cultivos y más tarde el empleo de máquinas para mejorar el rendimiento del campo; al mismo tiempo, aumentó el número de campos cerrados y disminuyeron los bienes comunales. 

En muchos países se crearon las primeras escuelas de agricultura, sociedades de agricultores, se difundieron las nuevas técnicas y los gobiernos apoyaron las ideas fisiocráticas que consideraban el campo como única fuente de riqueza. El cambio de mentalidad dio lugar a considerar el campo como una buena inversión y se emplearan capitales en modernizar la agricultura. Las innovaciones y la inversión de capitales en maquinaria agrícola trajeron consigo un incremento muy importante en la productividad y una gran mejora en los cultivos y en la calidad de los alimentos. 

La Revolución Industrial aportó nuevos útiles, maquinaria y hábitos que cambiarían los sistemas de producción de las tradicionales labores del campo. Los trabajos agrícolas se facilitaron con la invención de un nuevo utillaje y la utilización de máquinas. Se introdujeron cultivos como el trébol, las plantas forrajeras, el maíz y sobre todo la patata, que proporcionó un alimento básico para las dietas más humildes y un mayor rendimiento a la tierra. La sustitución del barbecho por sistemas de rotación permitió el aumento de las cosechas y el cultivo de los forrajes permitieron el fomento y la cría selectiva de ganado y la producción masiva de carne, lana y piel. 

La publicación y difusión de la obra La química orgánica y sus aplicaciones al desarrollo de la agricultura y la fisiología (1840), escrita por el alemán Justus von Lieig, fue de gran importancia para el conocimiento de la química del suelo. 

La población del campo disminuyó a causa de la mecanización; ya no eran necesarios tantos agricultores e incluso con menos trabajadores aumentaba el volumen de producción. Muchas de estas personas se instalaron en las ciudades para trabajar en las fábricas o emigraron a otros países donde existían posibilidades de prosperar. 

El papel de los cercamientos en la revolución agrícola 

En Gran Bretaña, como en el resto de los países occidentales, existían extensiones muy grandes de tierras comunales sin explotar. A principios del siglo XVIII, algunos terratenientes decidieron obtener el máximo rendimiento de sus tierras y aprovecharon para cercar sus propiedades, incluyendo las tierras comunales. 

Lo que en principio parecía un abuso se convirtió en un procedimiento legal cuando los terratenientes presentaron demandas por esas tierras al Parlamento y se les con cedió la propiedad si eran apoyados por las tres cuartas partes de los otros propietarios de una parroquia. 

En esta batalla perdieron su acceso a los terrenos las gentes sin recursos que aprovechaban los comunales para utilizar la madera, criar algún animal o plantar un pequeño huerto; también fueron perjudicados los agricultores con pequeñas propiedades. A estos últimos, la competencia de los grandes propietarios les hizo vender y abandonar sus pequeños campos, que pasaron a incrementar las grandes extensiones agrícolas; a partir de estas reformas Gran Bretaña se convirtió en uno de los mayores productores agrícolas de Europa. 

España, a la llegada del liberalismo, tenía enormes extensiones de tierras de labor en manos de la Iglesia o vinculadas a mayorazgos, que no podían ser vendidas ni enajenadas y de las que no se obtenía el rendimiento adecuado. En 1836 se desamortizaron estas tierras, en su mayor parte fueron vendidas en pública subasta y adquiridas por capitalistas que no invirtieron para mejorar los cultivos, y estos terrenos quedaron en una situación aún peor que cuando estaban vinculados. 

En Italia había grandes territorios agrícolas propiedad de la aristocracia urbana que apenas servían para alimentar al ganado. Sus dueños no se preocuparon de introducir reformas durante mucho tiempo y para su explotación cedían las fincas a campesinos que sacaban de ellas escaso rendimientos. 

En Rusia las técnicas agrícolas siguieron siendo similares a las empleadas en la Edad Media y la servidumbre continuó vigente. Los siervos que trabajaban la tierra se levantaron en muchas ocasiones, llegando a situaciones extremas. 

En Francia, al contrario de lo que sucedió en Inglaterra, la mayor parte de los pequeños o medianos agricultores vieron acrecentadas sus propiedades después de la revolución francesa por la abolición de derechos feudales, el reparto de fincas de los emigrados y de la Iglesia y el cambio del régimen jurídico de los campesinos. Pese a no existir grandes capitales invertidos, poco a poco las nuevas técnicas agrícolas se pusieron en práctica permitiendo el abastecimiento del mercado interior no pudiéndose afirmar que la agricultura contribuyera al despegue industrial. 

 La revolución demográfica 

Después de miles de años de un crecimiento muy lento, sometido a retrocesos por las catástrofes naturales, guerras, epidemias o crisis de subsistencias, a partir del siglo XVIII la población europea empezó a crecer de forma sostenida y a un ritmo muy rápido. El número de habitantes pasó de los 110 millones en 1700 a 187 millones hacia 1800 y a más de 400 millones a comienzos del siglo XX, todo ello a pesar del fuerte flujo migratorio hacia ultramar. 

Las causas del desarrollo parecen ser varias. Se dio un descenso importante de la mortalidad, especialmente de la mortalidad infantil, atribuido por muchos autores a las mejoras en la alimentación gracias a los avances de la agricultura, a la construcción de redes de alcantarillado y la limpieza de las calles, al abastecimiento de agua potable en las ciudades y a la generalización de la higiene personal. 

Sin duda tuvieron una gran importancia los progresos de la medicina y de la cirugía. El uso de antisépticos en cirugía y la generalización de las medidas higiénicas evitaron muertes y contagios innecesarios, pasando los hospitales de ser lugares donde los enfermos iban a morir a centros de curación. 

El crecimiento de las ciudades desde principios del siglo XVIII a mediados del siglo XIX fue otro fenómeno ligado al aumento de población. La explicación a este crecimiento urbano se encuentra en la emigración de los obreros agrícolas y la oferta de trabajo en las fábricas. 

Otra consecuencia del crecimiento demográfico fue la emigración de aquellos que buscaban oportunidades en otros países. En poco más de un siglo, de 1800 a 1930, abandonaron el viejo continente unos 40 millones de europeos. El aumento de la población y la sustitución de la mano de obra explican la búsqueda de tierras en otros continentes. Además, la revolución de los transportes facilitó los viajes tanto por tierra como por mar. Los principales países receptores de emigrantes fueron Estados Unidos y Canadá en América del Norte y Argentina y Brasil en América del Sur. 

 El trabajo en las fábricas 

Antes de la Revolución Industrial, las energías aplicadas al trabajo habían sido la humana y la animal, pero con la utilización de la energía liberada por la combustión de carbón se inició un nuevo sistema de producción, en el que la fábrica sustituía a los antiguos talleres artesanales. 

Richard Arkwright, inventor de la water frame, fundó en 1771 la primera fábrica en Inglaterra, la Cromford Mill, y la situó a orillas del río Denvert para utilizar la energía hidráulica. Esta primera industria reunía los trabajadores, la fuente de energía y las máquinas en un solo lugar. Arkwright redactó el primer código de comportamiento en las fábricas, para imbuir disciplina a los obreros y conseguir así una mayor productividad para obtener beneficios. Fue un primer intento para racionalizar una nueva forma de trabajo. Se originaron nuevas teorías sobre las técnicas de organización del trabajo, como la enunciada por Baddage, que no consideraba la máquina aislada sino la fábrica en su conjunto y pensaba que la retribución del trabajo debía de estar en función de lo producido por el obrero. 

Durante muchos años paralelamente a la instalación de las fábricas subsistieron los talleres familiares donde se trabajaba a tiempo parcial, con mano de obra barata para completar la producción de las grandes industrias. Estos talleres se mantuvieron en Inglaterra hasta mediados del siglo XIX. 

Los grandes talleres artesanales con obreros especializados también continuaron trabajando hasta la plena mecanización de las fábricas a mediados del siglo XIX; algunos de sus obreros, los que no se adaptaban a las nuevas condiciones fabriles, fueron los que más se enfrentaron, con levantamientos organizados, a esta mecanización que les arrebataba su trabajo. 

Las transformaciones tecnológicas y la organización del trabajo iniciada en el siglo XVIII no produjeron sus frutos en la economía global hasta la segunda década del siglo XIX. 

 La revolución de los transportes 

Hasta el siglo XIX no llegarían a aplicarse las nuevas tecnologías a los transportes y también fue en Gran Bretaña donde se iniciaron las innovaciones en este sector. Durante el siglo XVIII se perfeccionaron los transportes por barco con la invención de nuevos instrumentos de navegación, como el cronómetro, y la mejora de los canales. 

Gran Bretaña contaba con un importante sistema fluvial con caudalosos ríos navegables, especialmente útil para el traslado de carbón y otros materiales pesados. Las grandes obras para mejorar el sistema fluvial inglés se iniciaron en 1761. También se mejoró la red de ríos navegables. Por tierra se renovaron los caminos y se utilizó también el tren, inicialmente arrastrado por tracción animal. 

La revolución en los transportes se produce con la aplicación de la máquina de vapor al ferrocarril y a los barcos. Se inició en 1825 cuando Stephenson construyó una locomotora impulsada por vapor, logró que se moviera sobre raíles y utilizó la primera línea de ferrocarril para llevar carbón entre Stokton y Darlington, después de muchos años de intentos que no habían dado resultados. En 1856, ya en la II Revolución Industrial el convertidor de Bessemer para la producción de acero fue fundamental en este proceso; a partir de entonces el acero se utilizó para la elaboración de locomotoras, raíles, cascos de barcos y toda clase de máquinas, impulsando definitivamente la industria metalúrgica. La construcción del ferrocarril constituyó el invento más importante de su época y supuso un gran estímulo para todas las actividades económicas. 

Supuso un avance fundamental para el desarrollo de nuevas técnicas financieras y normativas legales capaces de asegurar la movilización de capitales, y para las construcciones de obras públicas como viaductos, puentes, etc. 

Las consecuencias de la utilización del ferrocarril fueron de gran importancia al abaratar el traslado de mercancías, productos agrarios y ganado, facilitando la especialización de cultivos para la exportación y dando salida a los excedentes. Dio lugar a la articulación de mercados nacionales e internacionales, la apertura del comercio y la posibilidad de multiplicar los intercambios. En el terreno militar facilitó el transporte rápido de tropas y pertrechos y desde el punto de vista social promovió la movilidad de las personas. 

En el transporte marítimo y fluvial, los nuevos barcos tuvieron una mayor facilidad para adaptar las máquinas de vapor que los ferrocarriles. Los primeros vapores se utilizaron para el transporte interior por canales y ríos, luego por las líneas costeras y transoceánicas. Después, la utilización de máquinas de vapor en los barcos se impuso de forma definitiva hacia 1880; los nuevos barcos compitieron aún mucho tiempo con los clippers, barcos de vela que alcanzaban elevadas velocidades en navegación de altura que sobrevivieron hasta las primeras décadas del siglo XX. 

La revolución en los transportes y en las comunicaciones multiplicó los intercambios e hizo posible la unificación del mundo. 

La nueva cultura política 

La Revolución Industrial produjo en el mundo occidental, en un período de tiempo relativamente corto, un cambio en las condiciones materiales de vida de todas las personas como no se había experimentado nunca anteriormente. En momentos anteriores ya habían ocurrido cambios muy importantes tanto filosóficos (racionalismos), como científicos (leyes de la dinámica celeste), pero su efecto social era muy limitado, habían influido en un número muy reducido de personas. 

Igualmente, fue la fábrica la que dio lugar a la aparición del “conflicto de clases” con dos protagonistas destacados, por una parte la enriquecida burguesía y por otra el proletariado, producto de la masiva migración del campo a las ciudades y de la división del trabajo. 

La magnitud de los efectos sobre la sociedad de su tiempo dio lugar a una profunda reflexión intelectual, que podemos encuadrar en dos vertientes. De una parte aparece la cuestión social y el conflicto de clases.

La Revolución Industrial acarreó un incremento de la producción que, superando al crecimiento demográfico, permitió un importante crecimiento de la renta per cápita y también una mayor distribución de la riqueza, la burguesía frente a los terratenientes. Junto a ello, las masivas migraciones produjeron una concentración obrera alrededor del lugar de trabajo, el hacinamiento de viviendas en los barrios obreros en torno a las fábricas y duras condiciones del trabajo. Todo ello magnificó la percepción de las desigualdades y desembocó en el conflicto social de las dos clases emergentes, burguesía y proletariado. 

De otra parte el éxito material alcanzado se atribuyó al progreso científico y más concretamente al empirismo del “método científico” basado en la observación de los hechos. Se pensaba que la aplicación del empirismo a las relaciones humanas, podía dar lugar al descubrimiento de las leyes que rigen el comportamiento social de las personas, y al desarrollo de las técnicas para modificar este comportamiento en beneficio de los individuos. Sería posible reordenar científicamente la sociedad, convulsionada por las revoluciones políticas y económicas precedentes, y remediar los males que le aquejaban. 

  • Nacimiento de la idea social 

La Revolución Industrial dio lugar a una sociedad más ágil, permeable y compleja. El cambio esencial que se produjo fue la sustitución de la estructura estamental del Antiguo Régimen por la clasista. Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen disfrutaban de exenciones fiscales y estaban liberados de otras servidumbres, mientras que los pertenecientes al tercer estado o pueblo llano debían pagar impuestos para sustentar a los otros estamentos. En la nueva sociedad, de acuerdo con los principios del liberalismo, la ley debía ser igual para todos y ningún puesto o función debía ser monopolio de un grupo social; también se contemplaba la libertad económica, con la desaparición de las normas que limitaban la posibilidad de producir bienes y comerciar con ellos. 

Como es lógico las diferencias económicas subsistieron, mientras que la riqueza y las posibilidades de hacer buenas inversiones y negocios continuaban estando en un número reducido de personas. Pero estas diferencias permitían el progreso sin las cortapisas existente en la sociedad estamental. Aunque los nobles continuaron a la cabeza de esa nueva sociedad de clases, la burguesía desempeñó importantes cargos políticos, se enriqueció gracias a los negocios y pudo incluso obtener títulos nobiliarios. 

El capitalismo, que se basaba en la propiedad privada de los medios de producción, fue el sistema económico del liberalismo, fundamentado en unos principios doctrinales propios que servían para dar respuesta a las necesidades planteadas en esos momentos. Tuvo como consecuencia la aparición del proletariado y el aumento de poder de la burguesía. Para la construcción de fábricas y adquisición de maquinaria los empresarios necesitaban acumular capitales y para conquistar mercado era preciso abaratarla producción en una etapa de gran competitividad. Las empresas encontraban con facilidad abundancia de obreros a los que podían variar las condiciones según las necesidades del que contrataba. 

Las mujeres y los niños debían trabajar también, pese a las malas condiciones laborales, para completar las necesidades de la familia. Los trabajadores más desarraigados eran los que venían del medio rural y se encontraban en un ambiente desconocido sin posibilidades de encontrar ayuda. Pero las ciudades industriales no eran peores que las míseras aldeas, ni las condiciones del obrero industrial se diferenciaban mucho, en lo que a calidad de vida se refiere, de las del campesino pobre. 

Hasta que se inició la industrialización la mayor parte de la población trabajaba en la agricultura y vivía en comunidades rurales de reducido tamaño. Las ciudades eran centros administrativos y comerciales relativamente pequeños. La creación de industrias en las ciudades y la emigración dio lugar a un mayor poblamiento de los núcleos urbanos, con barrios cercanos a los centros industriales, en los que se levantaron edificios sin ningún tipo de planificación en lugares contaminados por el humo de las fábricas,carentes de alcantarillado y agua corriente. En estas precarias casuchas era habitual que toda una familia viviera hacinada en una sola habitación. El trabajo en las fábricas era monótono, con jornadas interminables que llegaban hasta las 14 horas, en algunos trabajos se manipulaban sustancias peligrosas para la salud, como el fósforo, que producía malformaciones óseas y en la minería eran corrientes los accidentes mortales. 

Estas situaciones precarias fueron analizadas por los socialistas “utópicos”, o primeros teóricos del socialismo, críticos con el sistema capitalista, que ponían de manifiesto las grandes desigualdades sociales y ofrecían alternativas o proyectos tomando como base las ideas ilustradas; estaban en contra del liberalismo económico, del capitalismo y defendían un mundo más justo y solidario. Los representantes más destacados de este movimiento fueron: 

  • Robert Owen (1771-1858), nacido en Newton (Inglaterra). En 1801 se hizo cargo de un negocio de sus suegros que administró con eficacia consiguiendo una discreta fortuna. Fundó una escuela animándose a idear un sistema de educación para renovar la sociedad. En 1812 publicó su obra titulada New View of Human Society en la que proclamaba la igualdad absoluta de derechos y la abolición de toda superioridad, mostrando su preocupación por la vida de los obreros. En su fábrica de tejidos de Escocia, fundó una colonia de propiedad colectiva con viviendas para obreros y escuelas para sus hijos, pero este ensayó no triunfó. Siguió promocionando el socialismo y ensayó nuevas experiencias comunitarias sin éxito. Murió en 1858 en Newton, su ciudad natal. 
  • Claude Henri de Rouvry, duque de Saint-Simon (1760-1825), escritor, político, teórico del socialismo y positivista, nació en París. Se preocupó durante toda su vida por denunciar en sus escritos las injusticias sociales que veía a su alrededor. Renunció a su título y se hizo republicano. Fundó varios periódicos y murió en 1825 en la mayor de las miserias. 
  • Pierre Leroux (1797-1871) fue seguidor de las ideas de Saint-Simon. Inició su actividad como escritor publicando artículos filosóficos. Liberal y antimonárquico, entró en la Masonería y en la sociedad de los Carbonarios. Creador del término socialismo, lucho por los derechos de los trabajadores. 
  • Charles Fourier (1772-1837), nacido en Besançon (Francia), fue inventor de un sistema con el que pretendía encauzar las pasiones humanas hacia un fin útil para la comunidad. Proyectó una sociedad ideal llamada Falansterio que sus discípulos pusieron varias veces en práctica fracasando siempre. 
  • Jean Joseph Louis Blanc (1811-1882), nació en Madrid en plena Guerra de la Independencia. Desde muy joven publicó artículos sobre política, poesía y se interesó por la historia. Expuso ideas sobre la organización del trabajo, achacando la miseria social al individualismo y pidiendo solidaridad. En 1848 fue miembro del gobierno provisional revolucionario. Pidió la supresión de la pena de muerte y fundó “talleres sociales” mantenidos por el Estado para emplear a los parados. 
  • Louis Auguste Blanqui (1805-1881) nació en Puget-Teniers (Francia). Estudió derecho y medicina en París y tuvo que ganarse la vida como preceptor hasta que se sintió atraído por la política. Fue un destacado teórico del socialismo utópico. Sus obras ejercieron una gran influencia durante el siglo XIX. Sus continuas actividades revolucionarias y su activo liderazgo fueron la base de la corriente revolucionaria denominada Blanquismo. Pasó muchas etapas de su vida en la cárcel por revolucionario y murió desterrado. 
  • Etienne Cabet (1788-1856). Nació en Dijon, estudio la carrera de abogado, que ejerció unos años sin gran brillantez. Participó en la revolución de 1830. Fue miembro de la sociedad secreta de los Carbonarios, socialista utópico y en su novela Viaje a Icaria, publicada en 1842, trató de demostrar la superioridad del socialismo sobre el capitalismo. En 1848, después de la revolución en la que no participó, se instaló con un grupo de discípulos que cedieron sus bienes a favor de la comunidad en Texas. En su colonia ideal no había más que peleas y discordia y se trasladó a Illinois con unos pocos discípulos, de donde fue expulsado por los mormones. En 1854, después de pasar algún tiempo en Francia, volvió a Illinois para disolver su sociedad, y allí falleció. 

 El positivismo 

En su sentido más amplio se entiende por positivismo toda corriente filosófica que proclama que sólo el conocimiento basado en la observación y evaluación de los datos empíricos es sólido y fiable. Se contrapone al idealismo y excluye como fuente de conocimiento las especulaciones metafísicas y las ideas apriorísticas. 

En un sentido más restringido, se aplica a la filosofía derivada del pensamiento de Augusto Comte (1798-1857), que dio origen y nombre a la ciencia de la sociología. Comte, hijo de un funcionario del fisco, nació en Montpellier, Francia, en el seno de una familia profundamente católica y lealmente monárquica, pero los aires republicanos y el escepticismo que dominaban la vida francesa hicieron que desde muy temprano, a la edad de 14 años, abandonara deliberadamente estos orígenes ideológicos. Por su carácter indisciplinado fue expulsado de la École Polytechnique, donde se impartía una sólida formación en matemáticas, ciencia e ingeniería; pero ya por entonces los conocimientos adquiridos le han dado el impulso para concebir la necesidad y creer en la posibilidad de extender los métodos científicos de la física al estudio y mejora delas relaciones sociales. La creación de una nueva ciencia a la que dio inicialmente el nombre de “física social” y luego el de sociología pasó a ser la misión de su vida. Su carácter dogmático le llevó a concebir el positivismo como una religión oficiada por los científicos y de la que él mismo seria el sumo sacerdote. 

En 1817 entró a colaborar como secretario con Saint-Simon durante 7 años. Tras romper con él, por pensar que se había apropiado de sus ideas comienza su andadura en solitario. Murió en París a los 59 años. 

En su libro Curso de Filosofía Positiva estableció las bases de su doctrina con su aserto de que tanto la humanidad en su conjunto como el individuo en su desarrollo personal pasaban por tres etapas o estadios de desarrollo y conocimiento. En el primero, estadio teológico o mágico, el hombre busca la explicación delos fenómenos de la naturaleza en poderes sobrenaturales o divinos. El segundo estadio es el metafísico; lo teológico sobrenatural es despersonalizado y reemplazado por cualidades abstractas radicadas en las cosas mismas. Solamente la tercera etapa, la científica o positiva, permite al hombre “observar-preveractuar”. No importa saber lo que las cosas son sino cómo ocurren. La tarea de las ciencias es la de observar las regularidades de los fenómenos naturales y de ellas derivar las leyes generales que los rigen. De estaforma se podrá controlar la naturaleza e incluso la sociedad, asegurando el orden social. Junto a la “ley de los tres estadios”, Comte presentó la idea de que las ciencias están ordenadas jerárquicamente formando una pirámide de seis niveles. El nivel inferior lo constituyen las matemáticas, ciencia que tratando los aspectos más abstractos del conocimiento no necesita para su desarrollo de ninguna otra. En los niveles sucesivos nos vamos encontrando a la astronomía, física, química y biología. El vértice de la pirámide está constituido por la sociología, la última y la más grande de todas las ciencias a las cuales integra y sintetiza en un todo cohesionado. 

Dentro del positivismo del siglo XIX podemos citar junto a Comte, al filósofo, político y economista británico John Stuart Mill (1806-1873) y a Herbert Spencer (1820-1906), que gozó de una enorme popularidad en Gran Bretaña y en Estados Unidos hasta el punto de que su obra más famosa, Estudio de Sociología, llegó a publicarse por entregas. Frente al intervencionismo social propugnado por Comte, derivado de su concepción religiosa de la nueva ciencia, los representantes británicos, grandes admiradores de Adam Smith, defendían que el progreso se alimentaba del esfuerzo individual y propugnaban las ideas económicas del liberalismo.