Los jeltzales abadiñarras (Jeltzale o también Jelkide es una palabra vasca utilizada para referirse a los simpatizantes, miembros y dirigentes del Partido Nacionalista Vasco (PNV), cuyo nombre en Euskera es Eusko Alderdi Jeltzalea, de ahí que las siglas oficiales como se conoce sean EAJ-PNV), especialmente los más jóvenes, pasaron a formar parte de los distintos batallones constituidos por orden de EAJ-PNV, acudieron así al frente de batalla en defensa de la libertad.
Otros muchos, formaron parte del Comité Local de Defensa también por orden del partido. Éstos se encargaban de mantener el orden público en las calles abadiñarras dentro del ambiente bélico que se respiraba. Desde finales del año 1936 hasta mediados de 1937 Abadiño se convirtió en un sitio de tránsito de batallones de distinta ideología.
Batallones vascos
El 19 de julio de 1936, ante la rebelión militar, en las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa fueron los militantes de las organizaciones políticas de izquierda quienes se lanzaron a la calle y tomaron las armas en defensa de la República, o por lo menos, en contra de los sublevados. Las unidades militares de guarnición en San Sebastián no se alzaron hasta el día 21, cuando casi todos confiaban en su lealtad y los primeros grupos de milicianos ya se habían encaminado hacia localidades sublevadas. En Bilbao, por el contrario, el Batallón de Montaña Garellano núm. 6 se mantuvo fiel a las autoridades y conformó la base de la primera columna gubernamental que partió al encuentro de los alzados. [1] Nada más aclararse la situación, las autoridades gubernativas recibieron del Ministerio de la Guerra en Madrid instrucciones para organizar sendas columnas que desde Bilbao y San Sebastián convergiesen sobre Vitoria, en donde sí había triunfado la sublevación militar desde el primer momento.
Evidentemente, fue en los iniciales combates de Guipúzcoa donde se perfilaron la mayoría de las fuerzas milicianas no nacionalistas. Las primeras columnas, provisionales, actuaron de matriz gestora de donde saldrían las futuras unidades milicianas. Estas fueron básicamente compañías (denominadas ocasionalmente centurias por los mismos milicianos) que bien podían formar en teoría una unidad mayor (por lo general, un batallón) pero que en la práctica actuaban con total autonomía hasta que, como mínimo, llegaron durante su retirada a la zona de Eibar, ya prácticamente en Vizcaya. Un excombatiente del batallón Rusia describe como esta unidad se fraguó en el hotel María Cristina de San Sebastián al tiempo que se asediaban los cuarteles sublevados. De allí, cada una de las compañías creadas marcharon hacia los diferentes frentes de combate. El Rusia sufrió su primera baja el día 5 de agosto en Tolosa. Según este informante, sólo comenzó a actuar como batallón a su salida de Eibar, cuando partió para Asturias a finales de octubre. De la misma forma, el 22 de julio, cuando todavía no había sido posible que se organizara en un batallón regular, alguno de los grupos que formarían posteriormente el Amuátegui sufría su primera baja en San Sebastián tal y como quedó reflejado en los registros oficiales republicanos. Lo mismo se puede decir del batallón Larrañaga, primero de las MAOC, que tuvo el 27 de julio su primer caído en Oyarzun.
Cumpliendo estas indicaciones, el día 20 salió de Bilbao hacia la capital alavesa una primera columna mandada por el teniente coronel Joaquín Vidal Munárriz compuesta por varias compañías del Batallón Garellano, guardias civiles, carabineros, guardias de asalto y miñones, que marchó por la carretera de Ochandiano hasta Villarreal de Álava. El bombardeo por parte de un solitario avión Breguet enemigo de regreso de una misión de reconocimiento que sufrió la columna en esta última localidad, provocó la desmoralización de sus componentes y su retirada a Ochandiano. Al día siguiente, partió de la capital vizcaína una nueva columna que se unió a la anterior en esa misma jornada. Por último, el 22 de julio salieron de Bilbao dos columnas. La mandada por el comandante Gabriel Aizpuru fue hacia Amurrio y Orduña y estaba compuesta por una compañía de guardias de asalto, algunos guardias civiles y milicianos. La del teniente Justo Rodríguez se encaminó hacia San Sebastián con objeto de participar en el asedio de las fuerzas militares sublevadas; la formaban unos trescientos hombres, en su mayoría milicianos.
En San Sebastián, el día 20, el comandante de estado mayor Augusto Pérez Garmendia organizó la columna que debía llegar a Vitoria a través de Mondragón. Entre los milicianos que mayoritariamente la componían había medio centenar de extranjeros. Al día siguiente, estando ya en Eibar, se le incorporaron unos mil quinientos voluntarios. Ante la noticia de la sublevación de la guarnición donostiarra, el comandante Pérez Garmendia dividió a la columna y regresó a San Sebastián con parte de la misma. En la capital fue nombrado por las autoridades republicanas comandante militar de la provincia y organizó el sitio de los cuarteles de Loyola, lugar donde se habían hecho fuertes los militares rebeldes. Desde Eibar, el resto de la inicial columna al mando del capitán de miqueletes Eduardo Urtizberea, marchó por Mondragón hasta los puertos de Arlabán y la Cruceta.
El mismo día 20, llegó a Vera de Bidasoa una columna de milicianos procedente de Irún y mandada por el teniente Antonio Ortega, al tiempo que los carabineros de esta localidad se posicionaban en contra del alzamiento militar. Todos estos efectivos abandonaron Vera al día siguiente ante la proximidad de las fuerzas enemigas procedentes de Pamplona. Cruzaron el río Bidasoa a través del puente de Endarlaza y tras ocupar posiciones defensivas en la orilla opuesta lo dinamitaron. Con su destrucción bloquearon la vía de acceso más rápida y directa a Irún y la frontera francesa.
El 27 de julio salió de Bilbao una nueva columna formada por una sección de infantería del Garellano, una veintena de guardias civiles y ciento veinte milicianos que partieron en tres autobuses, dos camiones blindados y un automóvil. Debía llegar a Beasáin, localidad amenazada por el avance de los requetés navarros. Pero llegó tarde. Para cuando lo hizo, al día siguiente, ya había caído por lo que se aprestó a defender, también en vano, el pueblo de Villafranca de Oria (actual Ordizia)
En Elorrio, a los pies del Intxorta, donde se mantenían cruentas batallas entre ambos bandos, se establecía una de las bases del Euzko Gudarostea, donde cada organización política desde las organizaciones del Frente Popular (PSE, UGT, JSU, PCE,CNT,IR, Republicanos...) hasta representantes del nacionalismo vasco (PNV, ANV, ELA,Jagi-Jagi...) estaban integradas y coordinadas.
La relación de los batallones fue la siguiente:
- PNV: 12 batallones
- ANV 2 batallones
- Bizkaiko Mendigoxale Batxa 2 batallones
- STV 3 batallones
- UGT-PSOE 7 batallones
- JSU 9 batallones
- PCE 4 batallones
- Izquierda y Unión Republicana 2 batallones
- CNT 6 batallones.
Las milicias socialistas
En Vizcaya, la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato especialmente fuerte en esta provincia, organizó la columna Mateos, gestora de sus tres primeros batallones: el Fulgencio Mateos, el Indalecio Prieto y el González Peña. De las columnas guipuzcoanas, la de Mondragón se constituyó en base a la primera de Pérez Garmendia más milicianos de Eibar, zona obrera e industrial en la que predominaba la filiación socialista. Estas milicias socialistas estuvieron controladas por una Comisión de Guerra formada por representantes tanto del partido como del sindicato. Posteriormente, el Comité Central Socialista de Euskadi sustituyó al anterior como máxima autoridad de las milicias socialistas, hasta que en febrero de 1937 delegó en el recién creado Comité Central de Guerra de las Milicias Populares Antifascistas plena competencia sobre sus milicias.
Las de la JSU
Los voluntarios de la Juventud Socialista Unificada (JSU) se encuadraron en diferentes unidades y éstas en la Columna Meabe, llamada así en homenaje al fundador de las Juventudes Socialistas vascas, Tomás Meabe. Pese a denominarse columna, no constituyó una unidad operativa y sí una de encuadramiento organizativo de los milicianos. El 20 de agosto, la JSU bilbaína comunicaba a la Junta de Defensa vizcaína que estaba formando una columna con sus voluntarios en la que se encargaban de darles la necesaria instrucción militar. En esta Columna Meabe se agruparon los batallones, vizcaínos y guipuzcoanos, que la JSU fue creando.
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Milicianos del batallón Meabe nº 2 Stalin en el frente de Otxandio (foto cortesía de Juan Miguel Bombín). |
Las comunistas
Siguiendo las directrices del PCE, las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC) apenas habían comenzado a crearse en Guipúzcoa al estallar la Guerra. En ese momento, apareció en esta provincia un Regimiento de las MAOC que reunía a los voluntarios guipuzcoanos y una Columna Perezagua que hacía lo mismo con los vizcaínos. Al igual que el PCE sobre las demás unidades comunistas españolas, el Partido Comunista de Euskadi ejerció un férreo y eficaz control administrativo y de información sobre sus unidades en base a los comités locales y las células políticas. El conjunto era controlado por su Comité Central, encabezado por Juan Astigarrabía. Desde sus publicaciones (Euzkadi Roja y Erri) apostó por una mayor integración militar con las demás provincias republicanas norteñas y la subordinación de las fuerzas republicanas en el País Vasco al Ejército Popular del Norte.
Los extranjeros
En el otro lado de la provincia guipuzcoana, las fuerzas que cubrían el valle del Bidasoa estaban formadas por carabineros destinados en la frontera francesa y milicianos de Irún al mando de Antonio Ortega, quien fue al poco sustituido por Manuel Cristóbal Errandonea. Por esta zona fronteriza comenzaron a localizarse voluntarios extranjeros, en un número próximo a los doscientos, que aportaron su experiencia bélica especialmente en los combates por el fuerte de San Marcial, y que se agruparon en los grupos Edgar André, W. Wrobleski y Gorizia.
Las anarcosindicalistas
Fueron elementos anarcosindicalistas los que predominaron en la primera columna de Pérez Garmendia y en la que asedió posteriormente los cuarteles de San Sebastián. Aquí, en la capital, fueron los milicianos de la CNT quienes, en detrimento de las demás facciones milicianas, se hicieron con las armas que se guardaban en el sitiado cuartel de Loyola: mil quinientos fusiles y abundantes municiones. Con las piezas de artillería se formaron cinco baterías reunidas en dos grupos. Los anarcosindicalistas, más numerosos en Guipúzcoa, demostraron al principio una actitud bien distinta a su extendida tradición antiautoritaria. Ya en agosto comenzaron a organizar y uniformizar sus propias milicias y tras conseguir coordinar los diferentes grupos de combatientes ácratas, abogaron decididamente por la militarización de las milicias y la creación de un mando único, aunque al final no se incorporaron a las Milicias Populares Antifascistas. Sus batallones estuvieron controlados por un Comité Militar presidido por Primitivo Rodríguez y con Carmelo Doménech como asesor técnico-militar. Durante la guerra crearon hasta siete batallones, los tres primeros fueron el Bakunin, el Isaac Puente y el Sacco-Vanzetti. Las unidades de la CNT fueron, sin lugar a dudas, las que más temores provocaron al gobierno vasco respecto a sus veleidades revolucionarias, protagonizando sucesos como los de marzo del 37 que por poco no finalizaron en enfrentamiento abierto con las fuerzas del gobierno vasco. Fueron además acusadas de abandonar el frente del Udala a finales de abril del 37 por motivos políticos.
Las milicias de IR y UR
Los dos partidos del republicanismo progresista, Izquierda Republicana y Unión Republicana, también organizaron unidades militares que se incorporaron a los combates de forma inmediata. Sus primeros núcleos de milicianos dieron lugar a dos iniciales batallones, vizcaíno uno y guipuzcoano el otro, bautizados con el nombre de Manuel Azaña, presidente de la República. Posteriormente se constituyeron otros dos más. Las milicias de IR estuvieron controladas por su Juventud y, hasta enero de 1937, contaron con un comisario en la figura del teniente coronel de Carabineros Juan Cueto, apartado cuando pretendía convertir a los milicianos en una verdadera fuerza militarizada. A resultas de estas disputas, dos de sus batallones se pasaron a las milicias socialistas.
Unión Republicana sólo fue capaz de formar un único batallón a causa del escaso número de militantes y simpatizantes que tenía este partido en la región. Aunque desde un primer momento participaron en los combates, los milicianos de UR sólo pudieron ser agrupados en el batallón Fermín Galán a partir de enero de 1937. Este batallón que el 26 de marzo marchó al frente asturiano, lugar donde le sorprendió la ofensiva nacional contra Vizcaya, nunca alcanzó los efectivos establecidos.
Pasados los primeros días de euforia bélica y revolucionaria de la mayoría de los milicianos y constatados los avances de las fuerzas rebeldes por Guipúzcoa hacia Vizcaya, los combatientes y sus responsables políticos comenzaron a apreciar con mayor nitidez la verdadera naturaleza del conflicto que había estallado. Los voluntariosos milicianos empezaron a sufrir en sus carnes toda la dureza de la guerra y a regresar a las localidades de donde marcharon, principalmente a Bilbao, para descansar y recuperarse. Ahí, por iniciativa de sus respectivos partidos políticos, aprovecharon para dotar a los grupos que formaban una estructura más eficaz y racional, más adecuada para las operaciones militares. Primero aparecieron las escuadras, secciones, pelotones y compañías mandadas por capitanes, tenientes y sargentos de milicias que debían su puesto a los conocimientos militares que tuvieran, aunque fueran escasos, y a su lealtad a la organización política que apadrinaba a la unidad. A continuación, estas unidades menores se fueron agrupando en batallones de milicias, sobre todo, a partir de septiembre.
Cada partido político se establecía en uno o varios cuarteles en los que organizar la recluta de voluntarios y crear unidades militares. Allí, los milicianos solían elegir a sus mandos y bautizaban a su unidad. Estas compañías y batallones que se creaban lo eran más por su denominación que por su realidad organizativa, ya que hasta el decreto de militarización del 25 de octubre no existió un modelo oficial que sirviera de referencia en su proceso de creación. Esta disparidad de criterios ocasionó una notable variedad en el tamaño y la composición de estos batallones tal y como se puede comprobar en la relación de fuerzas republicanas en los frentes, fechada a finales de noviembre. Como prueba del inicio de este proceso de creación de un nuevo ejército miliciano, desde mediados de agosto comenzaron a proliferar los desfiles de estas nuevas unidades por diferentes localidades vizcaínas, especialmente por su capital.
EL EUSKO GUDAROSTEA: Vascos nacionalistas contra el fascismo
Las fuerzas que integraron el Ejército que se movilizó en Euskadi durante la guerra del 36 para hacer frente al alzamiento militar, no constituyeron un bloque definible por unos objetivos político- sociales únicos. Todos los partidos o sindicatos que quedaron, de uno u otro modo, a favor de la legitimidad republicana, organizaron sus propias milicias voluntarias. Entre estas, las del Partido Nacionalista Vasco fueron la fuerza más representada, merced a las 28 unidades tipo batallón que agrupó en Euzko Gudarostea. En términos historiográficos este hecho ha posibilitado muchas veces la visión de un Ejército en el que la ideología nacionalista primaba entre sus unidades.
Las juventudes nacionalistas comenzaron a encuadrarse en auténticas unidades de Milicias mediante una movilización municipal dirigida desde los diferentes batzokis, y controlada por el Bizkai Buru Batzar desde Sabin Etxia mediante la gestión de Ramón de Azkue.
El hecho fundamental en las decisiones del PNV fue la imposibilidad de contar para sus proyectos con el llamado Ejército Vasco. Por el miedo a una guerra civil con sus aliados frentepopulistas y anarquistas, el PNV tuvo que renunciar a un golpe de timón en tierra vasca, bien fuese este hacia el independentismo, o hacia una negociación menos oscura que la efectuada con el Vaticano y los fascistas italianos.
Sociológicamente, los combatientes nacionalistas eran casi todos naturales del País Vasco, el 80% tenían entre 20 y 30 años. Sólo un 6% de los hombres de entre 20-25 años, y alrededor del 30% de los de entre 26-30 años, estaban casados, y su media de hijos, salvo en el grupo poco numeroso de 20-25 años, aparece como inferior al de otras formaciones. Por último, cabe destacar que los gudaris del PNV presentaban un menor porcentaje global de trabajadores industriales-artesanales, tanto cualificados como no cualificados, con un 65% del total, y en cambio tenían un importante núcleo de labradores, 22%, y de empleados, cerca del 9%, además de un apreciable número de estudiantes.
La aventura bélica de la Euskadi autónoma acabó en gran medida en Santander, en agosto de 1937. El Pacto con los italianos se frustró ante la negativa de Franco a concesiones no asumidas por él, y Mussolini hubo de contentarse con conseguir para los vascos una represión menos brutal que la que se ofrecía con la gran captura de miles de combatientes vascos atrapados, incluidos lo que quedaba de Euzko Gudarostea.
El Eusko Gudarostea luchó en el Frente del Norte contra las tropas sublevadas de Franco desde agosto de 1936 hasta julio de 1937, participando en la Ofensiva de Villarreal y en las campañas en torno a Bilbao. El Eusko Gudarostea sufría inicialmente la falta de un Estado Mayor convenientemente calificado para una difícil situación (situación salvada en gran medida cuando el oficial profesional Alberto de Montaud y Noguerol fue designado para dirigir el Estado Mayor en septiembre de 1936), así como de servicios anexos de logística y comunicaciones idóneos para el combate.
También era muy acusada la división ideológica de gran parte de la tropa: batallones de ideología marcadamente izquierdista luchaban en el mismo bando que las tropas del PNV y ANV. Como muestra cabe indicar que desde los inicios del conflicto, las tropas republicanas de Euskadi que estaban adscritas a partidos de izquierda ordenaron el uso exclusivo de la bandera tricolor de la Segunda República Española como distintivo, pero las fuerzas simpatizantes del PNV exigieron (y lograron) imponer el uso simultáneo de la ikurriña vasca como emblema de sus batallones.
Los Mendigoxales
También se crearon los Mendigoxales o Montañeros de Bizkaia, una suerte de milicia nacionalista, beata, conservadora y hostil con los movimientos de izquierda pero furibundos antifascistas. A pesar de sus profundas diferencias, luchó codo con codo con batallones republicanos, del PSOE, JSU, PCE o CNT contra Franco y sus socios Hitler y Mussolini. Las compañías nacionalistas celebraban misas de campaña diarias y contaban con capellanes castrenses entre sus filas, que fueron laminados y purgados por Franco tras la guerra, algo que obvió el editorialista de Radio María en su discurso.
Desplegados entre el Gorbea y Aramaio perdieron y recuperaron en varias ocasiones la cima del Gorbea ante una fuerza superior de requetés. Finalmente desalojaron a los navarros tras un ataque sorpresa al alba para asegurar la montaña frontera entre Álava y Bizkaia. Sin embargo el esfuerzo había sido importante y las bajas eran numerosas. De los 630 hombres del batallón más de 40 estaban heridos o enfermos, las municiones y suministros escaseaban y enfrente los carlistas habían sido reforzados con artillería pesada. Además la mejora del tiempo hacía cada vez mas frecuente el ataque de los cazas italianos y nazis. Contra todo pronóstico, el frente se mantuvo estable durante semanas. A mediados de junio, el Estado Mayor ordena un repliegue para defender una posición más importante. Bilbao estaba a punto caer en manos de los fascistas.
Los orígenes de los “Jagi-Jagi" -nombre con que también se les conocía a los mendigoxales- se encuentran en el sabinianismo político, que se había reflejado en la formación de “Aberri” (1921-1923). En 1930 se unificaron “Aberri” y “Comunión creando el nuevo Partido Nacionalista Vasco (PNV). Desde esta fecha, hasta finales de 1933 y principios de 1934, no hubo ningún grupo político separatista. Es entonces cuando los “Jagi-Jagi” abandonaron el PNV constituyendo una agrupación independentista: Elías Gallastegui, Angel Aguirreche, Cándido Arregui, Manuel de la Sota, Fidel Rotaeche, Trifón Echebarría, Jordánde Zárate, Adolfo Larrañaga, Lezo de Urreztieta, Agustín Zumalabe, etc. Elías Gallastegui fue el principal impulsor de este movimiento separatista durante la República, sin embargo durante la Guerra Civil se mantuvo apartado de toda actividad política. Las causas de esta disidencia fueron: el estatutismo del PNV, la participación de significados peneuvistas en la Agrupación Vasca de Acción Social Cristiana (AVASC) y la Universidad Social Obrera Vasca (USOV), además de las polémicas personales entre Gallastegui y otros jelkides. La Federación Vizcaína de Mendigoxales y algunos guipuzcoanos, se separaron del PNV. En el resto de Euskadi tuvo pocos seguidores, incluso en Álava se mantuvieron dentro del partido, lo que originó algunas tensiones. Durante la Revolución de octubre de 1934 varios mendigoxales fueron encarcelados por su participación en aquellos acontecimientos. A nivel cultural crearon la sociedad “Pizkundia”, donde se impartían clases de euskera, danzas vascas, doctrina política, etc., y cuando estalló el conflicto bélico estaban pensando en constituirse en partido político.
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Batallón medigonxale |
Las milicias vascas en Madrid
En diciembre de 1936 llegaba a la plaza de Moncloa un batallón de milicianos que hablaban en un extraño idioma y llevaban boina. No pocos pensarían que se trataban de brigadistas internacionales, pero se equivocaban: eran las Milicias Vascas. En aquel momento nadie lo sabía, ni siquiera ellos mismos, pero se convertirían en parte de la historia de este frente, en el que permanecerían los dos siguientes años.
A mediados de septiembre de 1936, cuando un puñado de vascos comenzaron su organización, con independencia de cualquier partido. En apenas dos semanas lograron reclutar a cerca de doscientos milicianos, venidos de toda la península y de todas las militancias, aunque principalmente cercanos al comunismo. Su sede se estableció en el Hogar Vasco de la Carrera de San Jerónimo
La mañana del día 3 de noviembre llegaba a Madrid un personaje clave en la historia de las Milicias Vascas: Antonio Ortega. Teniente de Carabineros de origen burgalés había estado involucrado en la Revolución del 34 y jugó un papel destacado en la defensa de Irún y San Sebastián en septiembre de 1936, y ocupó también el cargo de Gobernador Civil de Guipúzcoa. Fue llamado a Madrid por el Gobierno tras ser suprimido su puesto anterior debido al Estatuto de Autonomía. Al enterarse los milicianos vascos de su llegada, probablemente los que realizaban tareas administrativas en la sede del Hogar Vasco, le invitaron a mandar las MVA inmediatamente, puesto que algunos de ellos ya habían luchado junto a él en Guipúzcoa. A la una y media de la tarde se presentó en Pozuelo y se encontró a los vascos comiendo, desmoralizados tras varios días de retirada, que aún continuaba. «/Queréis que vayamos a comer a Boadilla del Monte?», les preguntó, según su propio relato. Y así lo debieron hacer, puesto que una hora después se encontraban en el pueblo. El hecho de avanzar, en vez de retroceder, como habían estado haciendo desde hacía un mes, supuso un gran influjo de moral, pero causó, según el relato, desconcierto entre alguno de los milicianos que continuaban en su marcha de retroceso y que daban Boadilla por perdida: «¿Pero es que los vascos se han pasado a los facciosos?», preguntó, al parecer, uno de ellos (12).
El teniente coronel Ortega, que con el comandante Lizárraga manda las Milicias Vascas, tiene el cabello nevado. Rostro grave, pero afable; carácter militar enérgico, bondadoso en el fondo. Ríe poco; pero su risa es franca, sincera, sin estridencias. Particularmente, se consiguen de él todas Ias solicitudes justas. Le gusta servir a los amigos, proteger al necesitado, repartir el bien posible, sin condiciones. Cuando está en la Comandancia de guerra, frente a su mesa de despacho, triunfa la verdadera disciplina. Todo sabe a rectitud, severidad. Leales y obedientes, se mueven junto a él muchos hombres y jefes, oficiales, soldados que adivinan el deseo más insignificante. Me detuvo en la escalera el capitán David, un magnífico dibujante, que escondía valores bélicos insospechados “¿Quieres ver al teniente coronel? No sé si podrá recibirte...” Fuimos juntos hasta el despacho, lleno de milicianos. El jefe Ortega firmaba multitud de oficios, que la mecanógrafa y los oficiales de su Estado Mayor iban dejando sobre la. mesa. David hizo nuestra presentación. Y tomé asiento, cerca de varios trofeos guerreros cogidos al enemigo.
— ¿Quiere usted decirme cuándo se formó el batallón de los vascos?
—Fue por Octubre. Quince días solamente se emplearon en ello
En octubre las MVA partieron al frente de la Carretera de Extremadura, con Lizárraga al mando, pero no participaron en combates hasta que el frente retrocedió hasta Navalcarnero, a finales de aquel mes. Tras la toma de esta localidad por los rebeldes, el mando republicano organizó un contraataque en el que participaron las MVA, aunque sin éxito.
A finales de noviembre de aquel primer año de la guerra, las MVA se transformaron en un verdadero batallón y fueron trasladadas al lugar donde más duros eran los combates: Parque del Oeste, Moncloa y especialmente Ciudad Universitaria se convierten a partir de aquí en el hogar de los vascos. Aquí se enfrentaron a un combate de desgaste, que cada vez tenía menos que ver con aquella guerra de alpargatas y más con la Primera Guerra Mundial. Los ataques frontales a posiciones atrincheradas fueron el día a día de los primeros meses de 1937, hasta que el alto mando desistió en su afán de conquistar directamente las facultades y hospitales convertidos en fortalezas por los rebeldes.
El batallón vasco, renombrado 158º Batallón, pasó el resto de la guerra en la Ciudad Universitaria. La guerra se hizo estrictamente estática, aunque el intercambio de bombas, granadas y disparos era constante. Se generalizó una modalidad de guerra primitivista ya ensayada ampliamente durante la Primera Guerra Mundial, la guerra de minas, que no consistía más que en excavar una galería subterránea hasta la posición enemiga y volarla con explosivos.
En Moncloa los vascos tuvieron su primer contacto con la guerra de trincheras. De día, el frente se mantenía relativamente tranquilo; pero de noche, la luz de las bengalas anunciaba los ataques de los marroquíes, que avanzaban sigilosamente entre los árboles del Parque del Oeste para lanzarse sobre las trincheras. Aunque llegaron a cien metros de la cárcel, nunca lograron tomar las posiciones defendidas por los vascos y sus compañeros.
Así, el batallón vasco, renombrado 158º Batallón, pasó el resto de la guerra en la Ciudad Universitaria. La guerra se hizo estrictamente estática, aunque el intercambio de bombas, granadas y disparos era constante. Se generalizó una modalidad de guerra primitivista ya ensayada ampliamente durante la Primera Guerra Mundial, la guerra de minas, que no consistía más que en excavar una galería subterránea hasta la posición enemiga y volarla con explosivos. Aunque de ello se encargaban técnicos especializados, los soldados sufrían sus efectos: además de la explosión, las minas liberaban grandes cantidades de gases que podían asfixiar a cualquiera que encontrasen a su paso, fueran del lado que fueran, como ocurrió en numerosas ocasiones.
El boletín de información del Ejército de Operaciones del Centro de aquel día afirmaba que «Boadilla del Monte ha sido reconquistado.» La acción quedó grabada como un hito en la historia de la unidad, en honor a la cual la población fue rebautizada como "Boadilla de Euzkadi" por los milicianos, que usaban esta denominación en la documentación, aunque no trascendió más allá del uso interno. A pesar de ser un signo de la creciente resistencia republicana y de la capacidad de liderazgo de Ortega, hay que decir que Boadilla había sido apartada de los planes de conquista de Mola debido a la intervención de Franco, que ordenó concentrar todas las fuerzas en la dirección principal de avance, ignorando los flancos "salvando" así a las Milicias Vascas de un duro combate. Permanecerían allí al menos hasta el 27 de noviembre, sufriendo algunos bombardeos y efectuando reconocimientos nocturnos; aunque la presión enemiga no fue sustancial, puesto que la tierra de nadie se extendía prácticamente hasta Villaviciosa de Odón y Polvorines.
Bombardeos sobre ciudades vascas
El trabajo de investigación "Atlas de bombardeos en Euskadi (1936-1937)", realizado por Xabier Irujo, recoge 1.220 operaciones de bombardeo llevadas a cabo en Euskadi, entre julio de 1936 y agosto de 1937. Durante este periodo, se bombardearon 127 pueblos de Euskadi, 1 de Cantabria y 4 de Navarra. Una operación de bombardeo, hace referencia a un conjunto de ataques aéreos ejecutados por una o varias unidades aéreas sobre un único objetivo a lo largo de una única jornada de guerra. Esto supone que en una operación de bombardeo se pueden realizar uno o varios bombardeos. De esta forma, en el periodo señalado, se registraron 2.042 bombardeos, 1.870 realizadas por el bando sublevado y 172 por el republicano.
El bombardeo de Durango
El bombardeo de Durango fue el primer ataque aéreo que ordenaba Hitler para apoyar al bando sublevado. El general Emilio Mola ya había amenazado previamente por radio que si la sumisión de Vizcaya no era "inmediata", arrasaría toda la provincia, puesto que disponía de "recursos suficientes para hacerlo". El ataque aéreo comenzó temprano por la mañana desde el barrio de Kurutziaga, mientras gran parte de la población madrugaba y realizaba sus quehaceres de un miércoles.
En el pueblo mercantil de Durango cayeron bombas sobre el convento de Santa Susana, donde 11 monjas fallecieron debido a la explosión. Asimismo, en la iglesia de Santa María, el padre Carlos Morilla murió por el estallido de otra bomba. Morilla se había refugiado en el pueblo vizcaíno tras huir de Asturias debido a la guerra. De la misma manera, también resultó dañada la iglesia del colegio San José de los Jesuitas, donde Rafael Villalabeitia celebraba misa. Se registraron más de cincuenta bajas, mayoritariamente civiles que habían acudido al templo religioso aquel 31 de marzo de 1937.
En Durango se produjeron tres bombardeos. El ataque fue el primero a núcleo urbano civil y fue uno de los más terribles del conflicto bélico español. El ataque se realizó en tres momentos a lo largo del día. El primero de ellos fue a las ocho de la mañana, cuando "muchas de las víctimas estaban asistiendo a misa y no tuvieron ninguna oportunidad". El segundo fue al comenzar la tarde, en la estación, que en este caso sí era un objetivo militar. El tercero fue a última hora, de nuevo en el caso viejo del municipio.
El ataque fue efectuado por cuatro aviones Savoia, que despegaron en la madrugada del 31 de marzo de 1937 del aeródromo de Soria cargados, cada uno de ellos, con veinte bombas de 50 kilos y cuatro bombas incendiarias de 20 kilos. "Afortunadamente uno tuvo que regresar a la base porque sufrió una avería en el vuelo", ha detallado Irazábal. Los tres aviones que continuaron el vuelo fueron escoltados desde Logroño por nueve cazas, que ametrallaron a la población cuando los aviones terminaron el bombardeo.
El bombardeo de Eibar
El día 14 de abril de 1931 Eibar se convirtió en la primera ciudad del Estado que hizo ondear la legítima bandera republicana, pero seis años después pagó cara su osadía. Al igual que otras localidades vascas como Durango, Otxandio o Gernika, la ciudad armera fue arrasada por los bombardeos de las aviaciones de Hitler y Mussolini que, coordinadas con la fuerza aérea de los sublevados comandados por Franco, dejaron una imagen desoladora en la ciudad, destruida por las llamas y convertida en escombros.
El estallido de la Guerra Civil provocó un cambio radical en la vida eibarresa. Nada más sublevarse las tropas el 18 de julio de 1936, los vecinos formaron el batallón Amuategi. Se encargaron de frenar a las puertas de Eibar la ofensiva de las tropas nacionales, hasta abril del año 1937. La mayoría de sus integrantes murieron en la guerra o fusilados, o tuvieron que huir a Francia y América.
En los meses siguientes y hasta la ofensiva final de abril el casco urbano de Eibar no sufrió ataques aéreos ya que “debido a la proximidad de los contendientes en el frente del monte Akondia no se podía utilizar la aviación aérea sin peligro de provocar fuego amigo y causar bajas entre las fuerzas sublevadas”.
El bombardeo de Sestao
Aquel domingo de mayo Sestao era un pueblo sometido a una dinámica bélica que se mantenía en el tiempo desde los últimos días de septiembre de 1936. En el pleno municipal del dos de octubre el Ayuntamiento muestra su protesta más enérgica «por el hecho vandálico de bombardear los facciosos las poblaciones civiles».
El bombardeo de San Sebastián
En la mañana del 13 de agosto de 1936, 6 aviones —presuntamente italianos y procedentes de un aeródromo en la Rioja— comenzaron a sobrevolar la ciudad a gran altura, abrieron las compuertas y comenzaron a dejar caer la mortal carga.
Una de las bombas fue a caer el patio de la manzana que comprende el número 7 de la calle San jerónimo y los números 14 y 16 de la calle Embeltrán. Allí se vivirá dos dramáticas escenas:
En el piso 3º del 7 de San Jerónimo, la viuda de Sotés, una anciana que vivía imposibilitada en su cama, estaba siendo ayudada por una muchacha de la familia, Candida Ruesgas, estudiante de Magisterio, a ponerse las medias. En aquel preciso instante, escucharon los motores de los aviones y se apresuraron a ponerse sobre seguro. Un momento después, cayó la bomba, que destrozó una chimenea, causando el incendio de la misma, y diversos destrozos en la vivienda de la anciana y en varios pisos de ambos inmuebles.
En el 4º Dcha. del 16 de la calle Embeltrán, vivía la familia de la viuda de Arbaolaza. El hijo, un muchacho de unos 17 años, dormía en aquel preciso momento. A causa de las explosiones y el ruido de los aviones, al despertarse, se vistió de cualquier manera, y se asomó por la ventana de su cuarto —que daba al patio del bar Iruña— para ver el “espectáculo”. Al momento, ocurrió la explosión, causando abundantes daños en el mobiliario del piso, saliendo el muchacho indemne, sin rasguño alguno.
Una bomba cayó junto al 54 de la calle de Urbieta, lugar que ocupaba la tienda de alimentación Carrasquedo. El proyectil causó un hoyo de unos dos metros cuadrados por uno y medio de profundidad. Los cascotes de la explosión hirieron a los vecinos que se habían refugiado en la bodega de dicho establecimiento. La explosión destrozó la tienda de Carrasquedo, quedando comunicada con la tienda de al lado, vacía en aquel momento y que anteriormente había sido una cordelería. En la actualidad se conservan marcas de metralla en el lateral derecho del portal número 56, siendo, quizás, el único rastro superviviente de este bombardeo.
En la casa que ocupa el número 6 de la Plaza del Centenario, una bomba entró por el 6º, atravesando los sucesivos pisos hasta estrellarse en el 2º —domicilio de la familia Campane—, sin llegar a estallar. El proyectil fue trasladado a la CNT —seguramente al cercano cuartel de las escuelas de Amara—.
A poca distancia del anterior edificio, en el número 1 de la misma plaza —propiedad de la familia Zappino— otra bomba alcanzó el 5º Izq., domicilio en aquel entonces de la viuda e hijos de Barcáiztegui. El proyectil entró por el “ángulo noroeste del marco del lucero sobre la cocina del piso alto de servicio”, cayendo sobre una mesa de mármol, destrozandola y llenando de cascotes el inmueble. La bomba, en su caída, derribó una chimenea, cayendo ésta a la terraza del inmueble inmediato, y causando daños en otras dos chimeneas. En el momento del ataque, tanto el 4º —habitado por la familia Lemoniez— como el 5º, habían sido evacuados por orden del Frente Popular, por haberse incautado de la torrecilla superior de la casa para usarla en previsión de un ataque sublevado.
En la casa número 9 de la calle Amara, de reciente construcción y propiedad del industrial Landart, cayó otra bomba, causando serios desperfectos. El proyectil impactó de refilón, destrozando las habitaciones de los pisos 4º y 5º. Según el diario Frente Popular, uno de los pisos estaba habitado por una familia que trabajaba en la Tabacalera. El edificio se conserva en la actualidad, pero tuvo que sufrir en su fachada una reforma radical, perdiendo su aspecto vanguardista.
Otra bomba cayó en el número 18 de la calle Urdaneta, en cuyos bajos se encontraba la Escuela de la Sagrada Familia. El proyectil atravesó los diferentes pisos para llegar al primero sin llegar a estallar, siendo recogido por el Cuerpo de Bomberos, sito en la misma manzana. El diario Frente Popular especuló con que dicha bomba iba dirigida contra la Casa de Socorro —cuyo tejado estaba pintado con una cruz roja de gran tamaño—, ya que una de las naves de la misma colindaba con el edificio bombardeado.
Sobre la bomba que cayó en la bahía de la Concha. En la playa de la Concha, estaba la niña María Trinidad Castillo —de unos 12 años—, vecina de San Bartolomé, junto con su madre y hermanos disfrutando de la playa. Entonces, observaron a un avión sobrevolar la bahía. Por el momento no se sobresaltaron, pues pensaron que se trataba de la avioneta publicitaria de “Impermeables El Búfalo”, la cual solía “bombardear” con impermeables a los veraneantes. En lugar de impermeables, el avión dejó caer una bomba. No hace falta decir que el susto fue tremendo, una simple escena lo resume: a causa de las prisas, quedaron los zapatos de la niña María Trinidad enterrados en la arena. Este testimonio ha sido facilitado por Eva Etxebeste, hija y nieta de las protagonistas.
A parte de los daños materiales, los daños personales se redujeron a 5 heridos. En principio todos ellos fueron asistidos en la Casa de Socorro, aunque los más graves serían trasladados al Hospital Civil de Manteo.
A la tarde, los aviones volvieron a sobrevolar San Sebastián con nefastas intenciones y, por desgracia, con peores resultados que en el bombardeo de la mañana.
Nuevamente, los aviones dejaron caer dos bombas en Amara, ésta vez en las cercanías del retrete del parque de Amara, sin producir desgracia alguna. No será la única, dos bombas más caerán en los Altos de Amara, sin llegar a explotar: una a pocos metros de la vivienda de María Teresa Fortea, viuda del malogrado Manuel Andrés Casaus y otra en la huerta de los señores Echave; ambas recogidas por los bomberos. Más adelante analizaremos el posible porqué de esta “obsesión” por bombardear Amara.
En la calle de Moraza, en las proximidades de la linternería Torres, caerá otra bomba que, por suerte, no llegará a explotar. También sería recogida por los bomberos.
Dos bombas más cayeron sobre el número 4 de la calle Urbieta: una fue a parar al patio interior y la otra atravesó los pisos 5º y 4º, quedando alojada en el 3º. Pese a los grandes destrozos no hubo ninguna desgracia personal.
Otra cayó en el número 32 de la calle Garibay, próximo a la sede del diario Frente Popular —antigua sede del Diario Vasco—. En el instante en que cayó la bomba, la “fuerza percutora” hizo que varios periodistas fueran lanzados a “varios metros de distancia” del lugar donde se hallaban. El propio diario especulará con que aquel proyectil iba dirigido contra la redacción y talleres.
Al parecer, el proyectil chocó con la esquina de la terraza del 6º piso, arrancando un pedazo de la misma, y explotando sobre el balcón del 4º —habitación de Bernardo Beristain—. La metralla entró en el piso, arrasando con el mobiliario de cuatro habitaciones, el techo y haciendo un hoyo en el suelo, desde que podía verse el piso inferior, el 3º —habitado entonces por el notario Fernando Fernández Sabater—, donde también habían quedado destrozadas las cuatro habitaciones de la misma rasante del piso superior. Pese a los grandes destrozos, no hubo que lamentar víctimas gracias a la casualidad: en el domicilio de Bernardo Beristain, se hallaba la esposa de éste y tuvo la suerte de haberse “recluido” en las habitaciones que daban a la calle Garibay (?), cosa que le salvó la vida. En el piso inferior, pasó algo similar: el notario Fernando Fernández Sabater y su padre —un hombre de avanzada de edad—, al hallarse en las habitaciones exteriores también pudieron salvar la vida.
Otra bomba fue a caer en la calle San Marcial, en el edificio del bar la Espiga. El proyectil impactó en el tejado, atravesando tres pisos —llegando a atravesar una cuna con su colchón, en la que por suerte no había nadie— haciendo explosión y quedando la espoleta sobre la cama de una habitación del primer piso. La espoleta fue recogida por los bomberos.
En aquellos instantes se vivió un momento verdaderamente trágico. En el momento que se advirtió la presencia de los aviones, María Zabalegui Errazquin, dueña de una carnicería existente en la calle de San Marcial, apremió a todos los viandantes a que entraran en el establecimiento para guarecerse del bombardeo. La fatalidad quiso que, María, siendo madre de siete hijos, al no ver a ninguno de ellos a su lado, se decidió a salir en su búsqueda. En aquel fatal y preciso instante, la metralla caía sobre la calle. María no llegó a salir de su tienda. El diario Frente Popular no pudo ser más explícito: “la pobre señora fue alcanzada por un casco que le destrozó el vientre y la región dorsal produciéndole la muerte casi instantáneamente. Casi no tuvo tiempo de salir, pues con un pie dentro de su establecimiento le sorprendió la muerte”.
Otro lugar donde cayó una bomba fue en el edificio que hace esquina entre la calle de Easo con la de San Marcial. Allí impactó en el balcón central de un piso propiedad de un tal Elorza. El proyectil arrancó de cuajo la repisa balaustrada de piedra del balcón y la baranda; en el granito de la base del edificio produjo enormes destrozos y la puerta de acceso a la casa número 1 quedó totalmente destruída. El diario Frente Popular especulará con que el proyectil iba dirigido contra el Hotel Londres, que había sido convertido en hospital de sangre.
La bomba caída ante el Hotel Londres causó varios muertos. En el momento en que hicieron aparición los aviones, Plácida San Juan, junto con su hija, abandonó el domicilio familiar, sito en la calle Fuenterrabía número 22, y se dispuso a buscar a sus otros cuatro hijos, que estaban en la playa. En el preciso instante en que llegaba a la altura de la calle Easo, hizo explosión la bomba de la que hemos hablado, matando en el acto a la madre e hiriendo mortalmente a la hija. No serán las únicas víctimas mortales del momento: la metralla segará en un instante la vida de otros dos hombres y dejará herido mortalmente a otro: Eustaquio Prior Marco.
Eustaquio Prior Marco, era un conocido taxista de San Sebastián. En el momento en que cayó la bomba del Hotel Londres, marchaba para coger su coche; quedando gravemente herido, fallecerá tres días más tarde.
Como dice el diario Frente Popular, aquella explosión debió de ser verdaderamente tremenda. Un trozo de metralla hirió en un brazo a un ciudadano que se hallaba a cien metros de distancia, en la puerta de la farmacia Carrasco, que se hallaba en la esquina de la calle Easo con Pí y Margall —hoy Arrasate—.
Tras el bombardeo, los sanitarios enclavados en el Hotel Londres y los enviados por la Comisaría de Sanidad —situada en el Hotel del Príncipe— harán todo lo posible por dar asistencia a las víctimas.
Desarrollo de la guerra en Euskadi: El intento del Ejército Vasco, bombardeos sobre ciudades vascas y la derrota del "cinturón de Hierro"
En diciembre de 1936 el Ejército Vasco atacó en Araba (la ofensiva de Legutiano), con intención de recuperar Gasteiz, pero no lo consiguieron. De ahí en adelante, el ejército dirigido por el general Mola, y después de la muerte de éste, al mando del general Dávila, fue tomando Bizkaia, gracias a los decisivos bombardeos aéreos.
El cinturón de hierro era un sistema de protección que se construyó alrededor de Bilbao (1936). Recién construido por orden del Gobierno Vasco, comenzaba en Plencia y, rodeando Bilbao, llegaba hasta San Julián de Muskiz: estaba a unos 20 km de Bilbao. Estaba formado por trincheras, alambradas, ametralladoras, lugares de observación y caminos. Pretendía ser la base de la defensa de Bilbao; pero fue rápidamente desmantelado por las fuerzas franquistas, por la parte de Larrabetzu el 11 de junio de 1937. Ocho días después cayó Bilbao. Los fallos técnico-militares en la construcción del cinturón y el hecho de que uno de los ingenieros de la obra se pasara al enemigo facilitó mucho a éste las cosas a la hora superar el sistema de protección.
El capitán Alejandro Goicoechea, uno de los oficiales que tomó parte en la construcción del Cinturón de Hierro, se pasó al bando atacante en marzo con todos los planos. Según se podía ver en éstos, las obras estaban sin finalizar aún. Los atacantes dispusieron de toda la información para atacar por los sitios más débiles.
El 19 de junio los franquistas tomaron Bilbao, que era el último foco de resistencia vasca, después de superar el "cinturón de Hierro" construido por el Gobierno Vasco.
Las fuerzas rebeldes de Vasconia esencialmente compuestas por requetés, habían logrado para Franco, Mola había muerto ya, aniquilar un frente difícil liberando fuerzas para otras zonas, dotarle de una zona estratégica en términos económicos (altos hornos en Bilbao) y darle su primera victoria significativa.
A partir del 20 de abril de 1937 los franquistas atacaron el frente Republicano en Guipúzcoa, una lucha encarnizada que milicianos y gudaris, con escaso armamento, lograron contener; hasta que la aviación alemana bombardeando todo el día rompió las líneas del Ejército Vasco. El día 24, las tropas de Mola tomaron Elgeta. Era primavera, pero se volvió invierno. Los primeros en comprobarlo fueron los dueños de los caseríos que se encontraban situados a los pies de Intxorta. Ellos fueron los primeros que vieron bajar a los fascistas victoriosos, y también los que antes que nadie comprobaron sus ansias de sangre.
La Guerra Civil en Euskal Herria acabó el 24 de agosto de 1937, cuando los italianos del bando de Franco y los representantes del PNV firmaron el pacto de Santoña. El PNV prefirió la paz fuera de la República Española y firmar por su lado.
El bombardeo de Durango fue el primer ataque aéreo que ordenaba Hitler para apoyar al bando sublevado. El general Emilio Mola ya había amenazado previamente por radio que si la sumisión de Vizcaya no era "inmediata", arrasaría toda la provincia, puesto que disponía de "recursos suficientes para hacerlo". El ataque aéreo comenzó temprano por la mañana desde el barrio de Kurutziaga, mientras gran parte de la población madrugaba y realizaba sus quehaceres de un miércoles.
En el pueblo mercantil de Durango cayeron bombas sobre el convento de Santa Susana, donde 11 monjas fallecieron debido a la explosión. Asimismo, en la iglesia de Santa María, el padre Carlos Morilla murió por el estallido de otra bomba. Morilla se había refugiado en el pueblo vizcaíno tras huir de Asturias debido a la guerra. De la misma manera, también resultó dañada la iglesia del colegio San José de los Jesuitas, donde Rafael Villalabeitia celebraba misa. Se registraron más de cincuenta bajas, mayoritariamente civiles que habían acudido al templo religioso aquel 31 de marzo de 1937.
En Durango se produjeron tres bombardeos. El ataque fue el primero a núcleo urbano civil y fue uno de los más terribles del conflicto bélico español. El ataque se realizó en tres momentos a lo largo del día. El primero de ellos fue a las ocho de la mañana, cuando "muchas de las víctimas estaban asistiendo a misa y no tuvieron ninguna oportunidad". El segundo fue al comenzar la tarde, en la estación, que en este caso sí era un objetivo militar. El tercero fue a última hora, de nuevo en el caso viejo del municipio.
El ataque fue efectuado por cuatro aviones Savoia, que despegaron en la madrugada del 31 de marzo de 1937 del aeródromo de Soria cargados, cada uno de ellos, con veinte bombas de 50 kilos y cuatro bombas incendiarias de 20 kilos. "Afortunadamente uno tuvo que regresar a la base porque sufrió una avería en el vuelo", ha detallado Irazábal. Los tres aviones que continuaron el vuelo fueron escoltados desde Logroño por nueve cazas, que ametrallaron a la población cuando los aviones terminaron el bombardeo.
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Durando bombardeado |
El bombardeo de Eibar
El día 14 de abril de 1931 Eibar se convirtió en la primera ciudad del Estado que hizo ondear la legítima bandera republicana, pero seis años después pagó cara su osadía. Al igual que otras localidades vascas como Durango, Otxandio o Gernika, la ciudad armera fue arrasada por los bombardeos de las aviaciones de Hitler y Mussolini que, coordinadas con la fuerza aérea de los sublevados comandados por Franco, dejaron una imagen desoladora en la ciudad, destruida por las llamas y convertida en escombros.
El estallido de la Guerra Civil provocó un cambio radical en la vida eibarresa. Nada más sublevarse las tropas el 18 de julio de 1936, los vecinos formaron el batallón Amuategi. Se encargaron de frenar a las puertas de Eibar la ofensiva de las tropas nacionales, hasta abril del año 1937. La mayoría de sus integrantes murieron en la guerra o fusilados, o tuvieron que huir a Francia y América.
Considerada “clave” en el aprovisionamiento de armas para las distintas Juntas de Defensa de Gipuzkoa y Bizkaia, Eibar se vio inmersa en la guerra a finales de septiembre de 1936. Para entonces la mayoría de los pueblos de Gipuzkoa ya habían sido conquistados por las fuerzas golpistas. De hecho, esos días solamente resistían a los ataques fascistas Elgeta y la ciudad armera, que tras la llegada del frente fue “primera línea de combate” durante siete largos meses; “hasta abril de 1937”.
En cualquier caso, para cuando las tropas afines a Franco recalaron en Eibar la ciudad armera ya había sufrido la crueldad de la guerra. No en vano, el primer ataque aéreo sobre la ciudad se produjo el 29 de agosto de 1936. Ese día, explica Gutiérrez, “dos aviones lanzaron una veintena de bombas que dejaron un muerto y ocho heridos”. Fue un primer aviso; toda vez que “durante la ofensiva de finales de septiembre para ocupar los montes que dominan las alturas de la ciudad se produjeron cinco bombardeos, en octubre otros dos y en noviembre cuatro más, para consolidar las posiciones”.
En diversas ocasiones las bombas cayeron fuera de la ciudad, mientras que en otros casos alcanzaron sus objetivos: el cuartel de María Ángela y la fábrica Orbea en Arragüeta; las comisarías de la Junta de Defensa, la Casa del Pueblo, los coches del parque móvil y el puesto de mando del edificio consistorial en Untzaga, la fundición Aurrera, el barrio de Matxaria, la Escuela de Armería...
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Eibar bombardeada |
Aquel domingo de mayo Sestao era un pueblo sometido a una dinámica bélica que se mantenía en el tiempo desde los últimos días de septiembre de 1936. En el pleno municipal del dos de octubre el Ayuntamiento muestra su protesta más enérgica «por el hecho vandálico de bombardear los facciosos las poblaciones civiles».
El 23 de mayo era un domingo marcado por diversos sucesos. Galdakao había sido objetivo principal de la aviación alemana cuatro días antes, en un ataque sobre un refugio en el que murieron quince vecinos. El mismo día en Barakaldo, las bombas derribaron siete casas, mataron a una persona e hirieron a otras siete, y en Erandio Goikoa, un baserritarra y su hijo morían bajo la metralla de las bombas mientras trabajaban en el campo. El carguero Habana, a bordo del cual viajan cuatro mil niños vizcaínos evacuados a Gran Bretaña, ha arribado a Southampton el sábado por la tarde. Lo recoge la prensa de la mañana para tranquilidad de los progenitores de los más de doscientos niños y niñas de Sestao que han hecho la travesía.
El 23 de mayo de 1937 se produjo el mayor bombardeo sobre Sestao, llevado a cabo por cuatro aviones que durante doce minutos arrojaron su mortífera carga, dejando 22 muertos y 80 heridos, la mayoría mujeres y niños. El número de casas destruidas fue elevado, sobre todo, en la calle Iberia, pero también en Chavarri, Vista Alegre, casas del Escribano, grupo La Unión, Lorenzo Llona y las escuelas. Sufrieron desperfectos otros muchos edificios entre ellos la sucursal del Banco de Vizcaya y la central de Telégrafos.
En este ataque del día 23, el objetivo no era la industria, pues pasaron por encima de Altos Hornos y el resto de las fábricas del municipio sin tocarlas, tampoco atacaron el tren ni los puentes, para romper las comunicaciones con el frente. Al igual que en muchos otros pueblos y ciudades se mató sin reparo a la población civil, buscando provocar el terror.
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Bombardeo sobre Sestao |
El bombardeo de San Sebastián
En la mañana del 13 de agosto de 1936, 6 aviones —presuntamente italianos y procedentes de un aeródromo en la Rioja— comenzaron a sobrevolar la ciudad a gran altura, abrieron las compuertas y comenzaron a dejar caer la mortal carga.
Una de las bombas fue a caer el patio de la manzana que comprende el número 7 de la calle San jerónimo y los números 14 y 16 de la calle Embeltrán. Allí se vivirá dos dramáticas escenas:
En el piso 3º del 7 de San Jerónimo, la viuda de Sotés, una anciana que vivía imposibilitada en su cama, estaba siendo ayudada por una muchacha de la familia, Candida Ruesgas, estudiante de Magisterio, a ponerse las medias. En aquel preciso instante, escucharon los motores de los aviones y se apresuraron a ponerse sobre seguro. Un momento después, cayó la bomba, que destrozó una chimenea, causando el incendio de la misma, y diversos destrozos en la vivienda de la anciana y en varios pisos de ambos inmuebles.
En el 4º Dcha. del 16 de la calle Embeltrán, vivía la familia de la viuda de Arbaolaza. El hijo, un muchacho de unos 17 años, dormía en aquel preciso momento. A causa de las explosiones y el ruido de los aviones, al despertarse, se vistió de cualquier manera, y se asomó por la ventana de su cuarto —que daba al patio del bar Iruña— para ver el “espectáculo”. Al momento, ocurrió la explosión, causando abundantes daños en el mobiliario del piso, saliendo el muchacho indemne, sin rasguño alguno.
Una bomba cayó junto al 54 de la calle de Urbieta, lugar que ocupaba la tienda de alimentación Carrasquedo. El proyectil causó un hoyo de unos dos metros cuadrados por uno y medio de profundidad. Los cascotes de la explosión hirieron a los vecinos que se habían refugiado en la bodega de dicho establecimiento. La explosión destrozó la tienda de Carrasquedo, quedando comunicada con la tienda de al lado, vacía en aquel momento y que anteriormente había sido una cordelería. En la actualidad se conservan marcas de metralla en el lateral derecho del portal número 56, siendo, quizás, el único rastro superviviente de este bombardeo.
En la casa que ocupa el número 6 de la Plaza del Centenario, una bomba entró por el 6º, atravesando los sucesivos pisos hasta estrellarse en el 2º —domicilio de la familia Campane—, sin llegar a estallar. El proyectil fue trasladado a la CNT —seguramente al cercano cuartel de las escuelas de Amara—.
A poca distancia del anterior edificio, en el número 1 de la misma plaza —propiedad de la familia Zappino— otra bomba alcanzó el 5º Izq., domicilio en aquel entonces de la viuda e hijos de Barcáiztegui. El proyectil entró por el “ángulo noroeste del marco del lucero sobre la cocina del piso alto de servicio”, cayendo sobre una mesa de mármol, destrozandola y llenando de cascotes el inmueble. La bomba, en su caída, derribó una chimenea, cayendo ésta a la terraza del inmueble inmediato, y causando daños en otras dos chimeneas. En el momento del ataque, tanto el 4º —habitado por la familia Lemoniez— como el 5º, habían sido evacuados por orden del Frente Popular, por haberse incautado de la torrecilla superior de la casa para usarla en previsión de un ataque sublevado.
En la casa número 9 de la calle Amara, de reciente construcción y propiedad del industrial Landart, cayó otra bomba, causando serios desperfectos. El proyectil impactó de refilón, destrozando las habitaciones de los pisos 4º y 5º. Según el diario Frente Popular, uno de los pisos estaba habitado por una familia que trabajaba en la Tabacalera. El edificio se conserva en la actualidad, pero tuvo que sufrir en su fachada una reforma radical, perdiendo su aspecto vanguardista.
Otra bomba cayó en el número 18 de la calle Urdaneta, en cuyos bajos se encontraba la Escuela de la Sagrada Familia. El proyectil atravesó los diferentes pisos para llegar al primero sin llegar a estallar, siendo recogido por el Cuerpo de Bomberos, sito en la misma manzana. El diario Frente Popular especuló con que dicha bomba iba dirigida contra la Casa de Socorro —cuyo tejado estaba pintado con una cruz roja de gran tamaño—, ya que una de las naves de la misma colindaba con el edificio bombardeado.
Sobre la bomba que cayó en la bahía de la Concha. En la playa de la Concha, estaba la niña María Trinidad Castillo —de unos 12 años—, vecina de San Bartolomé, junto con su madre y hermanos disfrutando de la playa. Entonces, observaron a un avión sobrevolar la bahía. Por el momento no se sobresaltaron, pues pensaron que se trataba de la avioneta publicitaria de “Impermeables El Búfalo”, la cual solía “bombardear” con impermeables a los veraneantes. En lugar de impermeables, el avión dejó caer una bomba. No hace falta decir que el susto fue tremendo, una simple escena lo resume: a causa de las prisas, quedaron los zapatos de la niña María Trinidad enterrados en la arena. Este testimonio ha sido facilitado por Eva Etxebeste, hija y nieta de las protagonistas.
A parte de los daños materiales, los daños personales se redujeron a 5 heridos. En principio todos ellos fueron asistidos en la Casa de Socorro, aunque los más graves serían trasladados al Hospital Civil de Manteo.
A la tarde, los aviones volvieron a sobrevolar San Sebastián con nefastas intenciones y, por desgracia, con peores resultados que en el bombardeo de la mañana.
Nuevamente, los aviones dejaron caer dos bombas en Amara, ésta vez en las cercanías del retrete del parque de Amara, sin producir desgracia alguna. No será la única, dos bombas más caerán en los Altos de Amara, sin llegar a explotar: una a pocos metros de la vivienda de María Teresa Fortea, viuda del malogrado Manuel Andrés Casaus y otra en la huerta de los señores Echave; ambas recogidas por los bomberos. Más adelante analizaremos el posible porqué de esta “obsesión” por bombardear Amara.
En la calle de Moraza, en las proximidades de la linternería Torres, caerá otra bomba que, por suerte, no llegará a explotar. También sería recogida por los bomberos.
Dos bombas más cayeron sobre el número 4 de la calle Urbieta: una fue a parar al patio interior y la otra atravesó los pisos 5º y 4º, quedando alojada en el 3º. Pese a los grandes destrozos no hubo ninguna desgracia personal.
Otra cayó en el número 32 de la calle Garibay, próximo a la sede del diario Frente Popular —antigua sede del Diario Vasco—. En el instante en que cayó la bomba, la “fuerza percutora” hizo que varios periodistas fueran lanzados a “varios metros de distancia” del lugar donde se hallaban. El propio diario especulará con que aquel proyectil iba dirigido contra la redacción y talleres.
Al parecer, el proyectil chocó con la esquina de la terraza del 6º piso, arrancando un pedazo de la misma, y explotando sobre el balcón del 4º —habitación de Bernardo Beristain—. La metralla entró en el piso, arrasando con el mobiliario de cuatro habitaciones, el techo y haciendo un hoyo en el suelo, desde que podía verse el piso inferior, el 3º —habitado entonces por el notario Fernando Fernández Sabater—, donde también habían quedado destrozadas las cuatro habitaciones de la misma rasante del piso superior. Pese a los grandes destrozos, no hubo que lamentar víctimas gracias a la casualidad: en el domicilio de Bernardo Beristain, se hallaba la esposa de éste y tuvo la suerte de haberse “recluido” en las habitaciones que daban a la calle Garibay (?), cosa que le salvó la vida. En el piso inferior, pasó algo similar: el notario Fernando Fernández Sabater y su padre —un hombre de avanzada de edad—, al hallarse en las habitaciones exteriores también pudieron salvar la vida.
Otra bomba fue a caer en la calle San Marcial, en el edificio del bar la Espiga. El proyectil impactó en el tejado, atravesando tres pisos —llegando a atravesar una cuna con su colchón, en la que por suerte no había nadie— haciendo explosión y quedando la espoleta sobre la cama de una habitación del primer piso. La espoleta fue recogida por los bomberos.
En aquellos instantes se vivió un momento verdaderamente trágico. En el momento que se advirtió la presencia de los aviones, María Zabalegui Errazquin, dueña de una carnicería existente en la calle de San Marcial, apremió a todos los viandantes a que entraran en el establecimiento para guarecerse del bombardeo. La fatalidad quiso que, María, siendo madre de siete hijos, al no ver a ninguno de ellos a su lado, se decidió a salir en su búsqueda. En aquel fatal y preciso instante, la metralla caía sobre la calle. María no llegó a salir de su tienda. El diario Frente Popular no pudo ser más explícito: “la pobre señora fue alcanzada por un casco que le destrozó el vientre y la región dorsal produciéndole la muerte casi instantáneamente. Casi no tuvo tiempo de salir, pues con un pie dentro de su establecimiento le sorprendió la muerte”.
Otro lugar donde cayó una bomba fue en el edificio que hace esquina entre la calle de Easo con la de San Marcial. Allí impactó en el balcón central de un piso propiedad de un tal Elorza. El proyectil arrancó de cuajo la repisa balaustrada de piedra del balcón y la baranda; en el granito de la base del edificio produjo enormes destrozos y la puerta de acceso a la casa número 1 quedó totalmente destruída. El diario Frente Popular especulará con que el proyectil iba dirigido contra el Hotel Londres, que había sido convertido en hospital de sangre.
La bomba caída ante el Hotel Londres causó varios muertos. En el momento en que hicieron aparición los aviones, Plácida San Juan, junto con su hija, abandonó el domicilio familiar, sito en la calle Fuenterrabía número 22, y se dispuso a buscar a sus otros cuatro hijos, que estaban en la playa. En el preciso instante en que llegaba a la altura de la calle Easo, hizo explosión la bomba de la que hemos hablado, matando en el acto a la madre e hiriendo mortalmente a la hija. No serán las únicas víctimas mortales del momento: la metralla segará en un instante la vida de otros dos hombres y dejará herido mortalmente a otro: Eustaquio Prior Marco.
Eustaquio Prior Marco, era un conocido taxista de San Sebastián. En el momento en que cayó la bomba del Hotel Londres, marchaba para coger su coche; quedando gravemente herido, fallecerá tres días más tarde.
Como dice el diario Frente Popular, aquella explosión debió de ser verdaderamente tremenda. Un trozo de metralla hirió en un brazo a un ciudadano que se hallaba a cien metros de distancia, en la puerta de la farmacia Carrasco, que se hallaba en la esquina de la calle Easo con Pí y Margall —hoy Arrasate—.
Tras el bombardeo, los sanitarios enclavados en el Hotel Londres y los enviados por la Comisaría de Sanidad —situada en el Hotel del Príncipe— harán todo lo posible por dar asistencia a las víctimas.
Desarrollo de la guerra en Euskadi: El intento del Ejército Vasco, bombardeos sobre ciudades vascas y la derrota del "cinturón de Hierro"
El resultado de las elecciones de 1936 puso de manifiesto la existencia de diferentes fuerzas y estrategias políticas en las cuatro provincias vascas. En Gipuzkoa y Bizkaia existía una clara mayoría, integrada por el PNV y el Frente Popular, que se posicionaba a favor del cumplimiento del Estatuto y de la República.
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Gobierno vasco en 1936 |
En Araba, Navarra e incluso en algunas zonas rurales de Gipuzkoa y Bizkaia, el partido que contaba con más adeptos era el de los antiguos carlistas, llamado Comunión Tradicionalista, dotado a su vez de una importante fuerza militar paralela —los requetés—. La posición de esta fuerza política era contraria al régimen republicano y favorable al alzamiento militar.
En Araba, el teniente coronel Camilo Alonso Vega, unido a Mola, el mismo 19 de julio impuso su autoridad, cambiando al gobernador civil; a pesar de que los republicanos llamaron a la huelga general en contra del alzamiento, no tuvo éxito. En 1937 los intentos del Ejército Vasco de conquistar Gasteiz acabaron con el fracaso militar del ataque de Legutiano.
En estos primeros meses, el territorio guipuzcoano sufrió el ataque de los requetés que avanzaban desde Araba y Navarra. Las tropas rebeldes tomaron Irún, cerraron la frontera con Francia y, finalmente, Gipuzkoa pasó a manos del general Mola, con el consiguiente avance de las tropas rebeldes hacia Bizkaia.
En Lesaka y en Oiartzun, los que entraron al mando de Alfonso Beorlegi encontraron una dura resistencia por parte de los republicanos, pero el 4 de septiembre conquistaron Irun. En un principio, los defensores de Donostia consiguieron la rendición de los militares sublevados, pero cayeron bajo el control de las tropas de Beorlegi el 13 de septiembre, después de que la junta de Defensa local huyera. Por otro lado, los sublevados entrando por Leitza, Ataun, Betelu y Zegama, pronto controlaron todo el interior de Gipuzkoa; y el frente de guerra fue desplazándose hacia Bizkaia. En los primeros días de octubre estaban ubicados en el límite entre Bizkaia y Gipuzkoa.
La Junta de Defensa de Gipuzkoa, integrada por el PNV, el Frente Popular y la CNT, se constituyó para llevar a cabo las tareas de organización de la guerra y el control del territorio; sin embargo, las continuas disputas entre anarquistas y nacionalistas y la escasa capacidad ofensiva de las milicias ante los ataques de las tropas rebeldes provocaron el desmoronamiento del frente guipuzcoano.
El cinturón de hierro era un sistema de protección que se construyó alrededor de Bilbao (1936). Recién construido por orden del Gobierno Vasco, comenzaba en Plencia y, rodeando Bilbao, llegaba hasta San Julián de Muskiz: estaba a unos 20 km de Bilbao. Estaba formado por trincheras, alambradas, ametralladoras, lugares de observación y caminos. Pretendía ser la base de la defensa de Bilbao; pero fue rápidamente desmantelado por las fuerzas franquistas, por la parte de Larrabetzu el 11 de junio de 1937. Ocho días después cayó Bilbao. Los fallos técnico-militares en la construcción del cinturón y el hecho de que uno de los ingenieros de la obra se pasara al enemigo facilitó mucho a éste las cosas a la hora superar el sistema de protección.
El capitán Alejandro Goicoechea, uno de los oficiales que tomó parte en la construcción del Cinturón de Hierro, se pasó al bando atacante en marzo con todos los planos. Según se podía ver en éstos, las obras estaban sin finalizar aún. Los atacantes dispusieron de toda la información para atacar por los sitios más débiles.
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Mapa de fortificaciones de Bizkaia, el Cinturón de Hierro y la línea Artxanda |
Sin embargo el 11 de junio fue roto el cinturón de hierro por Aretxabalagañe con 140 piezas de artillería, 100 aviones, 30 batallones, una inmensa fuerza para la época, y el día 19 entraban las tropas sublevadas en Bilbao. Escenas de evacuación se repitieron en los días anteriores, por tierra y mar, como los cuatro mil niños embarcados en el Habana en mayo, origen de una parte de la diáspora vasca, y toda una serie de lugares míticos, escenario de episodios de guerra entre el 1 de abril y el 19 de junio de 1937: Intxortas, Kampanzar, Kalamúa, Sollube, Bizkargi, Peña Lemona, Pagasarri. Cumbres que jalonaron el avance de los sublevados hasta Bilbao. Y sobre todo Gernika. El 26 de abril, en una operación de dudoso valor militar, por no decir sin valor militar, y gran efecto sicológico, la aviación franquista (alemana e italiana; aviones Savoia con base en Soria y Alcalá de Henares; VB -bombarderos experimentales alemanes- y Junker-52, con base en Burgos) bombardeaba a la población civil de la localidad de Gernika en día de feria, provocando varios centenares de muertos. Se inauguraba así una práctica muy empleada durante la Segunda Guerra europea: el bombardeo de ciudades.
Tras los fracasos en las batallas del Jarama y Guadalajara, la masa de maniobra rebelde quedó agotada. Madrid quedaba fuera de su alcance y se hizo patente que la guerra iba a ser larga.
El Norte presentaba un mayor potencial: disponía grandes recursos materiales y humanos. La conquista de esta zona, además, liberaría una gran masa de maniobra que podría aplicarse en un nuevo intento de tomar Madrid. Aunque la iniciativa republicana quiso que la historia siguiese otro curso, la balanza quedaría definitivamente inclinada en favor de los rebeldes. Esta ofensiva, que comenzaría por Vizcaya, se haría con tropas locales: las recién creadas Brigadas de Navarra. Ayudadas, por supuesto, por una gran masa artillera con componente italiano y la aviación de la Legión Cóndor
El camino, sin embargo, estaba lleno de obstáculos. El terreno montañoso no podía flanquearse, y el frente se había fortificado durante 6 meses.
El plan ofensivo preveía un avance por los valles de orientación S-N y E-O principales hasta converger en el centro de Vizcaya, desde dónde se rompería el Cinturón de Hierro para tomar Bilbao.
El primer paso sería un empuje S-N en dirección Ochandiano, con el objetivo de tomar del revés las imponentes posiciones republicanas frente a Vergara y Escoriaza.
La ruptura se realizaría asaltando la posición llave del sector: el monte Albertia, la punta del "Triángulo Rojo". Este monte, de 868 metros de altura, tenía unas fortificaciones respetables y en buen estado, como indican los informes entregados por Alejandro Goicoechea en febrero.
La ruptura se encomendó a la 4ª Brigada de Navarra, apoyada por aviación y 22 baterías de artillería.
El asalto inicial dependería especialmente de la artillería, y las preparaciones fueron meticulosas. Desde el observatorio de la Cruz de Urbina, se coordinó la acción de una masa artillera de 86 piezas, de las cuales 22 eran pesadas.
Durante 1 hora dispararían 5041 proyectiles. Equivalente a unas 60 toneladas, la mayoría concentradas en los últimos minutos de la preparación. A ello hay que añadir los proyectiles de 26cms, cuyos proyectiles pesaban 215kgs. En comparación, sobre Guernica cayeron entre 20 y 30 toneladas de bombas.
En definitiva, se aplicaría (por primera vez en este frente) el axioma de "la artillería conquista, la infantería ocupa".
La infantería avanzaría sobre los montes Albertia y Maroto, protegidos por la artillería, y después tomarían el Jarindo, cerrando así el "Triángulo Rojo".
El asalto al Albertia se encomendó al 1º Batallón del Flandes nº5, que partiría del entorno de Ulíbarri Ganboa a las 5:30. Iba precedido de la 8ª Cía. del Requeté de Álava, en labores de exploración. Ésta llegó a la Casa Forestal antes de las primeras luces.
Con la ruta abierta, los de Flandes tomaron posiciones en las faldas del monte.
A las 7:45 dio comienzo la enorme preparación artillera. Toda la cima quedó cubierta de explosiones, al amparo de las cuales los soldados se aproximaron a las bases de partida para el asalto.
Éstas se encontraban a unos 300 metros de las trincheras republicanas, en los parajes conocidos como la Campa de la Manzanilla y la Cuadra. Los últimos pliegues en el terreno antes de quedar batidos por las ametralladoras del batallón Meabe nº2 "Stalin".
Mientras los atacantes contemplaban las explosiones, los defensores las sufrían. Junto a los del Stalin, ocupaba posiciones el Bón. Ariztimuño. Los testimonios son estremecedores. Al amainar la lluvia de metralla, los del Flandes avanzaron para cortar las alambradas. Para su sorpresa, los defensores seguían vivos y dispuestos a combatir:
Este es el terreno que tuvieron que atravesar: el claro de la campa y el hayedo en cuesta, hasta llegar a los parapetos del Meabe y Ariztimuño, casi borrados hoy en día. Costó hora y media y 15 muertos. Superado este obstáculo, los asaltantes se adentraron en la posición y tomaron del revés el resto de trincheras. Las compañías que las defendían perdieron la mayoría de sus efectivos, principalmente capturados o heridos y muertos durante el bombardeo.
El Maroto sufrió un final similar, defendido hasta agotar las municiones, y el Jarindo cayó a primera hora de la tarde. El Triángulo Rojo había sucumbido.
Bilbao quedaba a 40 kms en línea recta, pero tardaría dos meses y medio en caer.
En definitiva, el asalto al Albertia marcó la tónica de las operaciones posteriores: el enorme despliegue de medios de apoyo pudo abrir el camino a la infantería, pero esa dependencia hizo que las operaciones tuvieran que ser lentas y metódicas.
El 19 de junio los franquistas tomaron Bilbao, que era el último foco de resistencia vasca, después de superar el "cinturón de Hierro" construido por el Gobierno Vasco.
Las fuerzas rebeldes de Vasconia esencialmente compuestas por requetés, habían logrado para Franco, Mola había muerto ya, aniquilar un frente difícil liberando fuerzas para otras zonas, dotarle de una zona estratégica en términos económicos (altos hornos en Bilbao) y darle su primera victoria significativa.
La Guerra Civil en Euskal Herria acabó el 24 de agosto de 1937, cuando los italianos del bando de Franco y los representantes del PNV firmaron el pacto de Santoña. El PNV prefirió la paz fuera de la República Española y firmar por su lado.
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