viernes, 11 de marzo de 2016

ADIÓS

Busqué en grandes campos amarillos mientras el sol se ponía. Busqué por sucias calles mojadas por culpa de la lluvia caída. Busqué por desérticas estaciones de tren de las que ningún nuevo viaje partiría jamás. Busqué y busqué, y no encontré nada. Decidí cerrar la cabeza de mi padre, y me lamenté por nuestra mala suerte.

Uno no puede elegir a la familia. Nos viene dada por herencia. Pero hay personas dentro de nuestra familia que nos marcan y nos ayudan en los momentos más difíciles. A pesar de todos nuestros errores y nuestras caídas ellos están ahí para ayudarnos a levantarnos y continuar nuestro camino.

La tristeza aparece siempre cuando menos te lo esperas. Es un sentimiento caprichoso que deja un vacío en tu interior y una sensación de pesimismo que pesa sobre tu alma. Vuelven acompañándola los buenos y los malos momentos que dejan cicatriz, que provocan dolor y agonía que nos recuerdan que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Porque nadie muere mientras es recordado y ni el paso del tiempo puede borrar nuestras huellas a pesar de haber finalizado nuestro camino. Y, aunque no podamos alzar la voz y gritar contra el silencio imperante y nos convirtamos en un susurro que se disipa por el aire, muchas veces son los muros y sus pintadas los que nos recuerdan y avivan la memoria colectiva mientras nos sumergidos en el mar de la amnesia y del olvido.

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