La IGM provocó uno de los cambios más radicales en el panorama internacional de la historia. La guerra resultó nefasta para los tres Imperios europeos: Alemania, Austria-Hungría y Rusia. Mientras que la revolución bolchevique provocó la desaparición del último, el impulso nacionalista, supuso el ocaso del Imperio de los Habsburgo. A la abdicación de Carlos I, el 12 de noviembre de 1918, le siguió la proclamación de repúblicas en Austria y Hungría.
Anticipándose a las conversaciones de paz de París, nuevas naciones, como Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumanía, iban surgiendo de las cenizas del viejo Imperio.
Alemania sufría convulsiones internas en los últimos instantes de guerra. Ludendorff había constatado ante Guillermo II su imposibilidad de ganar y aconsejó un gobierno de amplia representación democrática para iniciar negociaciones.
El ejército no quería estar en la firma de un tratado que certificaba su derrota. Esta circunstancia, con importantes repercusiones para Alemania, fue apoyada de forma inconsciente por Wilson, al imponer como condición a la apertura de negociaciones el trato con un gobierno democrático. Alemania iniciaba el camino de las reformas que le llevaba a la proclamación de una monarquía constitucional. Pero para muchos alemanes la firma de una paz con los aliados podía ser más ventajosa si se rompía con el viejo régimen, si se prescindía del Kaiser y Alemania se presentaba como república democrática. A principios de noviembre, los marineros en Kiel se amotinaron y en varias ciudades alemanas se formaron consejos de soldados y obreros, mientras que socialistas y sindicalistas llamaban a la huelga general. Estos acontecimientos hay que situarlos en el deseo de la población de poner fin a la guerra, más que en el inicio de un movimiento revolucionario, que sólo pretendía una minoría radicalizada. En este contexto, Guillermo II abdicó el 9 de noviembre. Dos días más tarde, Alemania se convertía en una república.
Reordenación territorial: destrucción de Imperios y nacimiento de naciones
Las bases de los acuerdos
El 18 de enero de 1919, 70 representantes de 27 países se reunieron en París para formalizar el fin de la guerra, pero la situación distaba de encontrarse asentada. Rusia estaba en manos bolcheviques, en una guerra civil en la que el Ejército Blanco era apoyado por Japón, EEUU, Francia e Inglaterra. Quedaba apartada de cualquier relación internacional, y las potencias imponían una cuarentena ante el miedo a la expansión de la revolución, así que no participó en las negociaciones.
Los antiguos imperios Alemán y Austro-Húngaro sufrían división territorial y constitución de nuevas repúblicas en las que no existían fronteras delimitadas ni gobiernos verdaderamente representativos. Se añadía el miedo a la propagación de la revolución que se incrementó con la agitación social que recorrió Europa y EEUU entre 1919 y 1922, consecuencia del ejemplo bolchevique y de la crisis económica de posguerra. A las sublevaciones “espartaquistas” en Alemania y el estado comunista en Hungría de Bela Kun, se unía la ocupación de fábricas y tierras en Italia y las huelgas en sectores claves de la economía en Francia; en GB, el Partido Laborista emergía con fuerza en 1918, con más del 20% de los votos.
Otro motivo de inquietud occidental eran los partidos comunistas en consonancia con el régimen socialista ruso. La Internacional Comunista Komintern, constituida en Rusia en 1919, agrupaba a socialistas extremistas, en oposición a los moderados. El komintern, además de criticar el escaso bagaje revolucionario de la II Internacional —constituida en 1889, agrupó a los partidos socialistas— promovía la lucha en cada país con el objetivo de destruir la sociedad burguesa y la instauración de Repúblicas de Soviets.
En este contexto, los vencedores se reunieron en París con varias cuestiones. Las negociaciones abordaron de forma primordial dos asuntos: acabar con el caos territorial en el este de Europa y frenar el avance de la revolución bolchevique. Era necesario reestructurar los vacíos por el hundimiento de los grandes imperios, teniendo en cuenta la necesidad de aislar al régimen bolchevique y controlar a Alemania para evitar futuros conflictos. Los movimientos nacionales, mediante la formación de nuevos estados, fueron los llamados a solucionar ambos. Las negociaciones intentaron dar satisfacción a las demandas de las potencias vencedoras de la contienda y, por último, poner las bases sólidas de una paz que impidiera un nuevo conflicto armado.
A pesar de la numerosa presencia de delegaciones, las cuestiones importantes fueron decididas por las 4 potencias vencedoras: Wilson, por EEUU; David Lloyd George, de Inglaterra; Clemenceau, Francia; y Víctor Emmanuel Orlando, por Italia. El norteamericano ejerció como líder ya que la intervención de EEUU había sido determinante para el resultado. Wilson llegó a Europa en enero de 1919 y visitó ciudades de los países vencedores, donde fue recibido con entusiasmo. Representaba una nueva época en la que la democracia era el valor primordial. Su discurso señalaba que todas las naciones, independiente del resultado de la guerra, trabajaran por un mundo que superara las diferencias y en el que la razón se impusiera a la fuerza en la resolución de conflictos. Para conseguirlo pensaba que la diplomacia tenía que ganar en transparencia, por lo que se mostraba contrario a tratados secretos. Defendía “pactosabiertos” donde los principios se impusieran a otros intereses. Era un planteamiento moralista, que, si bien se podía acoplar a un país como el suyo de larga tradición democrática, era de difícil aplicación en una Europa variopinta y en reconstrucción.
El punto de partida de las negociaciones fue un documento presentado en enero de 1918 por Wilson con 14 puntos donde proponía: abolición de diplomacia secreta; libertad de navegación en los mares, en guerra y en paz; eliminación de las barreras para el comercio internacional; reducción de armamento; satisfacción de las pretensiones coloniales justas; evacuación del área rusa ocupada por las potencias centrales; restauración de la soberanía a Bélgica; restauración a Francia de Alsacia y Lorena; rectificación de fronteras italianas; libre acceso a la independencia de los pueblos que conformaban el antiguo Imperio AustroHúngaro; evacuación de Rumania, Serbia y Montenegro; independencia de Turquía, apertura de los estrechos e independencia de los pueblos no turcos del antiguo Imperio Otomano; creación de un estado polaco independiente con libre acceso al mar; y creación de una Sociedad de Naciones que garantizara la paz.
Las potencias aliadas se sentían reticentes a aceptar el plan. Para Francia era fundamental el control de Alemania, ante una posible agresión, y la garantía de que las pérdidas provocadas por la guerra iban a ser satisfechas. GB quería limitar lo que se refería a la libertad de navegación. Además, su posición separada del continente le permitía rebajar las pretensiones de control de Alemania que deseaban los franceses. Italia quería hacer valer los acuerdos secretos firmados en 1915 con las potencias aliadas, lo que chocaba con la nueva diplomacia que defendía Wilson, quien no se sentía obligado por dichos acuerdos. Las negociaciones se extendieron más de un año. Los vencedores firmaron 5 tratados con los derrotados: St. Germain, con Austria; Trianon, con Hungría; Neuilly, con Bulgaria; Sèvres con Turquía; y Versalles con Alemania. Los acuerdos contaron con el problema de que los vencidos no participaron, ni Rusia. Es decir, fueron una paz impuesta por los vencedores, lo que supuso una humillación para los vencidos.
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14 puntos de Wilson |
El Tratado de Versalles
El más importante, firmado con Alemania en junio de 1919. Las negociaciones contaron con la presión de Francia, que anteponía su seguridad, sin olvidar imponer sanciones y obligar al pago de reparaciones de guerra. Los franceses señalaban su proximidad y que la guerra en la frontera occidental se había librado en su territorio. GB tenía como objetivos el mantenimiento de su supremacía en los mares y la protección de sus intereses coloniales. Una vez conseguidas ambas, con la desaparición de la flota y el imperio colonial alemán, los ingleses rebajaron exigencias.
Wilson pretendía la confección de una paz estable por lo que intentó rebajar las pretensiones francesas ante el miedo de que unas cláusulas abusivas significaran la vuelta de hostilidades.
A pesar de las buenas intenciones de Wilson, algunas cláusulas terminaron como germen de futuros conflictos. El art. 231 del “delito de guerra”: “los gobiernos aliados y asociados declaran, y Alemania reconoce, que Alemania y sus asociados son responsables, por haber causado, de todas las pérdidas y de todos los daños sufridos por los gobiernos aliados y asociados y sus naciones como consecuencia de la guerra, que les fue impuesta por la agresión de Alemania y sus aliados”. Los alemanes se sintieron ofendidos pues los nombraba como únicos responsables y los obligaba a admitir su culpabilidad. Esta redacción abría la posibilidad a grupos radicales alemanes de abanderar la recuperación del orgullo nacional en detrimento, entre otras cuestiones, de la nueva república democrática. Alemania. Perdía Alsacia y Lorena, que pasaban a Francia, que obtenía por 15 años las minas de carbón del Sarre, que sería administrado por la Sociedad de Naciones hasta 1935, cuando se realizaría un plebiscito para decidir su futuro. Eupen y Malmedy se incorporaban a Bélgica; Schleswig a Dinamarca; la Alta Silesia, Posnania y el pasillo polaco, territorios del este de Alemania, pasaban a Polonia; se prohibió la unión de Alemania y Austria. Además, dejaba sin efecto el Tratado que las potencias centrales habían firmado con los bolcheviques en Brest Litovsk y Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia eran reconocidas independientes.
Alemania perdía toda sus colonias. En un principio la Sociedad de Naciones se hizo cargo para pasar a ser administradas por diferentes potencias. Las principales colonias africanas dependieron de Francia y GB. El Congo Belga extendió sus fronteras y el África suroccidental alemana pasó a la Unión del África del Sur; la Nueva Guinea alemana y las islas Salomón a Australia y Samoa a Nueva Zelanda; a Japón las islas del Pacífico al norte del Ecuador y de buena parte de los derechos de Alemania en China.
El ejército alemán quedaba reducido a 100.000 soldados, se suprimía el servicio militar obligatorio y Renania quedaba desmilitarizada. Se limitaba la industria armamentística y se le prohibía poseer aviación, submarinos y artillería pesada. La flota debía ser entregada a los aliados como pago de las indemnizaciones de guerra. Los marinos prefirieron hundirla en Scapa Flow antes de sufrir tal humillación.
Las indemnizaciones de guerra, en el art. 233: “El importe total de los susodichos perjuicios, por los cuales es debida una indemnización por parte de Alemania, será fijado por una comisión interaliada que tomará el nombre de Comisión de las Indemnizaciones”. Las cantidades presentadas por los vencedores fueron extraordinarias, queriendo cargar a Alemania con el total de reparaciones, lo que hacía imposible su satisfacción. Los principales países habían contraído una fuerte deuda con EEUU para gastos bélicos. La conferencia no señaló ninguna cantidad y dejó la cuestión a una comisión posterior. En la Conferencia de Londres de 1921, esta comisión fijó la cantidad en 6.500 millones de libras más intereses.
Los acuerdos, fruto de una difícil negociación entre vencedores, llegaron a buen término por la flexibilidad de Wilson, más interesado en sus ideas como la creación de la Sociedad de Naciones, también por la ausencia alemana.
Cuando los aliados les presentaron el documento, en mayo de 1919, se negaron a firmarlo. A mediados de junio, eran los aliados los que se negaban a aceptar la contraoferta y amenazaban con reanudar la guerra. El presidente alemán Ebert corroboró con el mando de su ejército la imposibilidad de otro conflicto y firmó. Como ningún alemán estaba dispuesto a cargar con ello la situación provocó la crisis del gobierno de Scheidemann, al que le sustituyó el socialdemócrata Bauer. Una coalición de socialdemócratas y católicos fueron los encargados de firmar el Tratado el 28 de junio de 1919 en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles.
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Tratado Versalles |
El Tratado de Saint Germain
Se firmó el 10 de septiembre de 1919 entre aliados y Austria. El nuevo estado sufría gran recorte territorial. Austria, con población de raza y lengua alemana, se le prohibía la unión con Alemania. El Tratado la separaba de la otra parte del Imperio: Hungría, y declaraba independiente Yugoslavia, Checoslovaquia y Polonia. Esta recibía Galitzia; Checoslovaquia con Bohemia, Moravia y la Silesia austriaca; Yugoslavia tomaba Eslovenia, Dalmacia, Bosnia y Herzegovina. El Trentino, Istria y Trieste a Italia. El ejército austriaco quedaba en 30.000.
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Tratado de Saint Germain |
El Tratado de Trianón
Firmado el 4 de junio de 1920, Hungría perdía cerca de dos terceras partes de su territorio y su población se reducía a menos de la mitad. Rumanía se hizo con el control de Transilvania; Checoslovaquia recibía Eslovaquia y Rutenia; mientras que Yugoslavia obtenía Croacia, Eslovenia, Batchka y Banato.
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Tratado de Trianón |
El tratado de Neuilly
Bulgaria firmó el Tratado de Neuilly el 27 de noviembre de 1919. Según sus cláusulas la Tracia mediterránea pasaba a Grecia, aunque se permitió a Bulgaria conservar una salida al mar. Por su parte, Rumanía percibía Dobrudja y Yugoslavia pasaba a controlar Montenegro. Italia no veía colmadas sus aspiraciones de hacerse con Albania, que se constituía en estado independiente. El Tratado reducía considerablemente los efectivos del ejército búlgaro que, desde este momento, no podía sobrepasar los 20.000 soldados.
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Tratado de Neuilly |
El Tratado de Sèvres
Se firmó con Turquía el 10 de agosto de 1920. Sus posesiones pasaban a depender de la Sociedad de Naciones para ser administradas como mandatos. Obligaba a Turquía a internacionalizar los Estrechos. El Kurdistán consiguió la autonomía, Armenia su independencia. GB administraría Irak, Palestina, Chipre y Arabia; Francia, Siria y Líbano; Italia el sur de Anatolia, Dodecaneso, Rodas y Adalía. A Grecia Esmirna, Tracia, Gallipoli y las islas del egeo no italianas. La nueva república turca sólo poseía una ciudad en Europa: Estambul. Su ejército quedaba limitado a 50.000 hombres.
La dureza del Tratado, firmado por los representantes del sultán Mohamed VI, provocó el levantamiento de los nacionalistas turcos, encabezados por Mustafá Kemal, Atatürk, que situó su capital en Ankara. Se negó a aceptar el Tratado, lo que venció la balanza a su favor en el país. Entre 1920 y 1923 recuperó parte de los territorios perdidos, convocó elecciones y reunió al parlamento en Ankara. En la guerra contra Grecia, recobró Esmirna y obligó a los griegos a un armisticio en octubre de 1921. Expulsó al sultán y proclamó la República turca en 1923. El ímpetu nacionalista hacía prever una guerra en la región contra las potencias aliadas, lo que obligó a la revisión del Tratado. El nuevo acuerdo se firmó en 1923 en Lausanne; Turquía recuperaba Anatolia, Armenia, Kurdistán y Tracia Oriental y renunciaba a los territorios bajo mandato de Francia y GB. En 1921, Turquía había firmado un tratado con Rusia que impidió su aislamiento en el Cáucaso. Rusia y Turquía rectificaron los acuerdos firmados con los alemanes en Brest-Litovsk y anularon la independencia de Armenia y Georgia.
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Tratado de Sèvres | |
Significado de los Tratados
Los tratados firmados supusieron la desaparición de los imperios Austro-Húngaro, Alemán, Ruso y Otomano. Servían para dar forma a dos fines que perseguían los vencedores: reestructurar el mapa de Europa y evitar la difusión bolchevique. El primero significó el triunfo del nacionalismo, que Wilson lo hacía consustancial con el progresismo, el liberalismo y la democracia. En consecuencia, la Europa de después de la guerra era muy diferente a la del inicio.
Aunque las potencias aliadas sólo certificaron lo que era una realidad pues más de un estado nacional ya estaba en formación al inicio de las conversaciones.
En concreto se constituyeron 7 nuevos estados independientes: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia. Los cinco primeros junto a Rumanía formaban un “cordón sanitario” de estados anticomunistas, en gran medida integrados en territorios que antes eran de la Rusia zarista, lo que aseguraba su oposición a la República de los Soviets. Las tres repúblicas bálticas nunca habían sido estados nacionales; Polonia recuperaba su independencia tras 120 años; y Rumania había ganado terreno con territorios del Imperio AustroHúngaro. Checoslovaquia se constituyó desde la base de antiguos territorios checos de los Habsburgo, a los que se añadió Eslovaquia y Rutenia. Yugoslavia desde las aspiraciones nacionalistas de los eslavos del sur. Un problema fue la realidad multiétnica, pues tenían minorías de estados vecinos: húngaros en Checoslovaquia, polacos en Lituania o búlgaros en Rumanía. Problemas en el origen de la IGM quedaban sin solución y estuvieron presentes en la siguiente, como la reclamación de Hitler sobre los Sudetes, la población alemana existente en Checoslovaquia.
Austria-Hungría conformaban dos repúblicas independientes. Grecia amplió sus territorios a costa del antiguo Imperio Otomano. De él había surgido Turquía convertida en república, con grandes pérdidas territoriales. Italia había conseguido anexiones, pero menos que las que señalaba el tratado de 1915 y mostró su enojo al señalar que los beneficiados del reparto en África y el Próximo Oriente habían sido Francia y Gran Bretaña.
Los alemanes pensaban que la proclamación de la república y los ideales democráticos implicaría cierta benevolencia en los acuerdos de paz, pero no fue así. A las pérdidas territoriales, se unieron las indemnizaciones y la cláusula de culpabilidad, sentida como humillante. En la firma los militares estuvieron ausentes y la responsabilidad recayó sobre unos políticos que poco tenían que ver con el desarrollo de la guerra. Que estos políticos representantes del nuevo régimen firmaran el acuerdo en sustitución de los responsables del conflicto fue un error. Este requisito, impuesto por Wilson, facilitó el descrédito de los políticos firmantes y de la república constituida. En los años siguientes, los jefes del ejército y grupos reaccionarios mantuvieron, en contra de la realidad, que los acuerdos firmados fueron a espalda de los militares y una traición a la patria.
Otras cuestiones hicieron del Tratado de Versalles algo difícil de cumplir: el principal valedor de los pactos, EEUU, nunca los ratificaron, el Senado rechazó el trabajo de Wilson, incluida la negativa al acuerdo con ingleses y franceses de colaboración en caso de ataque alemán y la Sociedad de Naciones. Pero la rectificación a la política del presidente vino también del pueblo. El republicano Warren G. Harding venció en noviembre de 1920, lo que implicó la rectificación de la política internacional.
Estas circunstancias lastraron los acuerdos porque su gran valedor no los ratificó y porque Europa había perdido su papel hegemónico y aparecían Japón o EEUU. Alemania y la Rusia Soviética sufrieron el veto en el escenario político internacional. La primera requerida en Versalles sólo para la rúbrica, la segunda apartada de la mesa. Cuando estos países volvieron a la escena internacional fue difícil mantener lo pactado, acuerdo que a la postre sólo contaba con el apoyo de Francia y GB, pues Italia estaba descontenta; estaba condenado al fracaso.
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Europa tras la IGM |
La Sociedad de Naciones
Apuesta de Wilson fue la Sociedad de Naciones, organismo internacional llamado a suplir las deficiencias del sistema diplomático, cuyas estructuras se basaban en diplomacia secreta y política de alianzas. Wilson defendía “acuerdos transparentes a los que se llegaría de forma transparente”.
Una comisión presidida por Wilson redactó los estatutos en febrero de 1919. Se puso su sede en Ginebra. Su órgano principal fue la Asamblea con los 42 países miembros, con estructura democrática que otorgaba un voto por delegación. Hasta 1926 Alemania no se incorporará; la Unión Soviética, en 1934. Los estatutos señalaban la constitución de un Consejo de 9 estados, 5 permanentes: EEUU, Inglaterra, Francia, Italia y Japón. EEUU no ingresó en el organismo que había nacido bajo impuso de su presidente por decisión del Senado, un duro golpe para la credibilidad de la institución.
Órganos, como el Consejo, contaban con una presencia europea que no se correspondía con la realidad de la nueva situación internacional. Los estatutos preveían un Tribunal Internacional de Justicia, con sede en la Haya, y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), para la legislación laboral. Su primer secretario general fue el británico Eric Drummond, hasta 1933.
La misión principal era la solución de pleitos entre naciones de forma democrática y pacífica, evitando la posibilidad de una guerra. Para ello contaba con la fuerza de sus decisiones, que incluían condenas y sanciones para los países transgresores del orden internacional. Pero no contaba con una autoridad internacional ni mecanismos de fuerza y legales para llevar a cabo sus resoluciones. En la mayoría de casos lo único que podía realizar eran sanciones difíciles de aplicar. Era vista como un organismo en manos de Francia y GB.
Aunque todo indica que no hubiera podido evitar el enfrentamiento entre grandes potencias, demostró cierta eficacia en solucionar problemas menores en los 20. En el conflicto entre Finlandia y Suecia por las islas Åland, en la división de Silesia entre Polonia y Alemania, en la negociación por la isla de Corfú entre Italia y Grecia, o en la inclusión de Mosul en Iraq en detrimento de Turquía. La nueva era de diplomacia tuvo su principal y esperanzadora representación en los acuerdos de Locarno de 1925. Alemania firmó un tratado con Francia y Bélgica en el que garantizaba las fronteras existentes. Con Polonia y Checoslovaquia firmó tratados de arbitraje por los que, a pesar de no reconocer las fronteras con estos países resultantes de las negociaciones de paz, se comprometía a no intentar cambiarlas por la fuerza. Francia firmó acuerdos de ayuda militar con Polonia y Checoslovaquia en el caso de ser atacadas por Alemania. GB se comprometió a usar la fuerza en caso de ataque alemán a Francia y Bélgica, no a Polonia y Checoslovaquia. Los ingleses entendían que su seguridad estaría amenazada con un ataque de Alemania en el flanco occidental, no en el oriental. El inicio de la IIGM lo pondría en evidencia. Esta buena relación internacional tuvo su colofón en 1928 cuando 65 países firmaron un acuerdo en París entre Francia y EEUU en el que se comprometían a la resolución de cualquier conflicto mediante la negociación, nunca con la fuerza de las armas.
El impacto económico de la guerra y el fin de la hegemonía europea
La I Guerra Mundial cambió la relación de fuerzas entre Europa y el resto del mundo. A los cambios políticos acaecidos en buena parte del continente, hubo que añadir los cambios económicos y sociales, tanto en el plano internacional como en cada una de las naciones, provocados por el duro y largo conflicto armado.
- El impacto económico de la guerra
Hasta el conflicto bélico, los estados aplicaban el sistema capitalista de forma ortodoxa. Aunque los poderes públicos intervenían cada vez en mayor medida en materia económica —mediante protección del mercado con las tarifas aduaneras o el colonialismo para adquirir materias primas y mercados donde colocar productos—, en general se defendía el liberalismo económico, donde las empresas gozaban de libertad en relación con el Estado. Todo sufrió una gran transformación con la guerra que implicaba que los Estados controlaran el sistema económico para transformarlo y orientarlo hacia la guerra; que la economía de mercado diera paso a la planificación de la producción, distribución y consumo. Las industrias cambiaron su producción habitual por aquella que era necesaria en el frente: armamento, munición, vehículos, uniformes...
En GB, las industrias de armamento se multiplicaron por tres entre 1916 y 1918; se nacionalizaron sectores para el esfuerzo bélico como ferrocarriles o marina mercante y se aplicó un control al consumo de productos, con atención a los de primera necesidad. Alemania aplicó los mismos métodos que los aliados, pero de forma más decidida porque, debido a sus problemas de acceso al mar, sufrió la falta de alimentos. Se ejerció un fuerte control sobre el consumo de productos básicos, aunque también de la producción. El gobierno creó industrias de nitratos, amplió la producción de nitrógeno para explosivos, productos sintéticos como caucho o celulosa. Todas las industrias privadas del país trabajaban bajo dirección del Estado, sometidas a sus criterios de producción. Igual sucedió con la distribución y el consumo. Todos suprimieron la libre competencia; se antepuso la necesidad del producto a la búsqueda de beneficio.
Los gobiernos controlaron la producción de las fábricas y la apertura de industrias o el cierre de existentes sin tener en cuenta el rendimiento de la producción, sólo con criterio de utilidad del producto para la guerra. Para ello fue suficiente el control del comercio exterior, ya que los gobiernos entregaban a cada industria las materias primas para la producción, lo que implicaba el control de manufacturas.
Durante la contienda, el comercio internacional en manos de GB, Francia y Alemania se interrumpió. En consecuencia, EEUU y, en menor medida, Japón, pasaron a controlar parte de los mercados internacionales. Esta circunstancia supuso un fuerte crecimiento económico de ambas, consecuencia de la fuerte demanda por el vacío de los países europeos. EEUU aumentó su producción de carbón y petróleo y su renta nacional se duplicó entre 1913 y 1919. Japón incrementó la venta de manufacturas a China, India y América del Sur.
Argentina y Brasil, que antes compraban a las potencias europeas, iniciaron la fabricación de productos para sustituir las importaciones. En España, al igual que otros neutrales, no aprovecharon la guerra para cambiar estructuras para el despegue económico, y se conformaron con el beneficio momentáneo.
El papel de Europa como gran industria del mundo tocó a su fin a lo que hay que añadir el gran coste de la guerra. Inglaterra gastó un 32% de su riqueza nacional, Francia un 30%, Italia un 26% y Alemania un 22%, EEUU sólo un 9%. Lo mismo se puede decir de las inversiones en el extranjero, donde el capital estadounidense sustituyó al europeo. Nueva York se convirtió en el principal centro financiero en detrimento de Londres. Las exportaciones norteamericanas se multiplicaron por tres entre 1914-1918, de 2.000 millones de dólares anuales a 6.000. Los destinatarios eran los países europeos, que hacían frente al gasto militar con préstamos estadounidenses. En GB el presupuesto de gasto pasó de 200 millones de libras en 1913 a más de 2.500 al final de la guerra. Supuso el cambio de papeles desempeñados por cada potencia: los europeos dejaban de actuar como acreedores y pasaban a deudores; si EEUU debía 4.000 millones de dólares a Europa al inicio de la guerra, al final los países europeos acumulaban una deuda de 10.000 millones con el nuevo imperio.
Los grandes gastos por la guerra obligaban a los países a buscar medios para recaudar más fondos. Una solución vino de la financiación mediante emisión de papel moneda, con venta de bonos o suscripción de créditos; lo que provocó fuerte inflación. El índice de precios en GB se duplicó en los años de guerra, en Francia por tres. Las deudas de los países beligerantes, unidas a la reconstrucción y los gastos sociales para mutilados, viudas y huérfanos, implicó fuertes subidas de impuestos en la posguerra. Los mayores afectados fueron los trabajadores con un salario, los ahorradores y funcionarios, que vieron disminuido su nivel de vida.
Los perdedores tuvieron que hacer frente, además, a las indemnizaciones. Todo provocó una fuerte crisis económica no superada hasta la primera mitad de los 20. Crisis que se notó en el desempleo, a principios de la veinte, GB contaba con 2 millones de parados, Francia e Italia superaban el medio millón de desempleados.
La IGM supuso el fin de la hegemonía económica de Europa. Varias cuestiones influyeron: las destrucciones en los contendientes, especialmente Francia, Bélgica, Rusia y norte de Italia; la disminución en producción industrial, un 40%, y en la agricultura, un 30%, respecto al inicio de la contienda. Se añade la reestructuración de sectores productivos acabada la guerra, la pérdida de mercados internacionales y la quiebra financiera por el retraimiento de capitales europeos; el fuerte endeudamiento de los países europeos con EEUU; la deuda nacional se multiplicó por 7 en Francia, por 10 en GB y por 20 en Alemania. Igual balance negativo se puede hacer de la depreciación de las monedas europeas respecto al dólar: la libra perdió un 27%, el franco un 63% y el marco hasta un 98%.
- El impacto social de la guerra
La guerra no sólo trastocó las bases económicas y financieras en las que estaba asentada la sociedad, sino que transformó en buena medida la realidad política y social de la época. Los ciudadanos de los países contendientes fueron transformando su patriotismo de los primeros momentos en hastío, para dar paso a una hostilidad ante la inmensa sangría del enfrentamiento. La oposición a la guerra estuvo presente también en el mismo seno de las fuerzas armadas de los países beligerantes, así lo demuestran los levantamientos revolucionarios en la base naval de Kronstadt, en Rusia, y de Kiel, en Alemania. En el mismo sentido, los socialistas, que no habían sabido oponerse al estallido de la contienda, volvieron a ocupar, en el transcurso del conflicto, un puesto destacado en su oposición. Por su parte, el movimiento obrero perteneciente a las grandes industrias volvió a encabezar el puesto antibelicista y revolucionario que muchos de sus líderes habían defendido en los años preliminares a la guerra.
Los levantamientos revolucionarios que invadieron las principales ciudades europeas en los últimos meses de la guerra estaban relacionados con el cansancio que provocaba una guerra tan cruenta y larga, aunque no fuese ajeno
El ejemplo de la revolución bolchevique. Lo sucedido en Rusia había elevado la esperanza de los partidos socialistas europeos de conseguir la revolución social. En España, por ejemplo, las perspectivas de una revolución inminente provocaron el incremento de las movilizaciones de los trabajadores, en lo que se ha venido a denominar el “trienio bolchevique” (1918-1921). Sin embargo, los dirigentes soviéticos cometieron un grave error que supuso la división del movimiento socialista y obrero. La creación de la III Internacional, que pretendía la unidad revolucionaria bajo la dirección de Moscú, provocó la reacción contraria. El movimiento sindical internacional se dividió entre los partidarios del Komintern y los integrantes de la Federación Sindical Internacional, continuadora de la línea de la II Internacional.
División que también se produjo en lo político, con el nacimiento de partidos comunistas surgidos de los socialistas.
Si antes del inicio de la guerra los partidos socialistas estaban dispuestos a mantener su oposición al sistema hasta la llegada de la revolución, con el fin de la contienda buena parte de estos socialistas moderados comenzaron a compartir responsabilidades de gobierno en sus respectivos países. Entre 1917 y 1919 los socialistas formaron parte de los ejecutivos en Suecia, Finlandia, Alemania, Austria y Bélgica, y más adelante en Gran Bretaña, Dinamarca y Noruega. Este cambio de actuación socialista, además de surgir como reacción al intento de control bolchevique, estuvo facultado por las facilidades que las fuerzas en el poder dieron a los partidos socialistas para integrarse en el sistema, en gran medida por el miedo que la burguesía tenía a la extensión de la revolución soviética. No es casualidad, por lo tanto, que en este contexto los gobiernos asumieran, además de un papel destacado en la economía de cada país, la responsabilidad de combatir las desigualdades sociales mediante políticas de empleo y de seguridad social; que los gobiernos aprobaran algunas de las reivindicaciones más preciadas por el movimiento sindical; como fue la aceptación de la jornada de 8 horas en la mayoría de los países europeos tras el fin de la guerra. En España, el gobierno del Conde Romanones aprobó el decreto de la jornada de 8 horas en abril de 1919; eso sí, después de importantes conflictos obreros en Cataluña, con mención especial a la famosa huelga de La Canadiense, iniciada en febrero de ese año. En el mismo sentido, la Conferencia de París acordó la creación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el seno de la Sociedad de Naciones, una especie de asamblea internacional de sindicatos que tuvo como objetivo la elaboración de una legislación laboral que obligaba a su cumplimiento a los países firmantes.
Mención aparte merece los cambios acaecidos en el mundo laboral durante la guerra y, especialmente, la incorporación de la mujer. En primer lugar, hay que señalar que durante la I Guerra Mundial no existió el trabajo forzado, ni los prisioneros de guerra tuvieron que realizar ningún tipo de trabajo. Las juntas de reclutamiento de los países contendientes seleccionaban a los hombres que debían incorporarse a los ejércitos y a aquellos que tenían que trabajar en las industrias de guerra. Los trabajadores aceptaron las duras condiciones que impuso la guerra, su movilidad y hasta la negación de sus derechos. Los sindicatos renunciaron a la disminución de horarios, a la subida de salarios y al derecho de huelga. Esta situación se contrapone con la actuación de muchos industriales, comerciantes y especuladores que utilizaron la coyuntura del momento para conseguir un rápido enriquecimiento.
Las numerosas bajas provocadas en el inicio de la guerra obligaron a muchos hombres destinados a las fábricas a incorporarse al frente. Las mujeres ocuparon sus puestos en industrias y oficinas. Trabajos que hasta ese momento habían sido desempeñados en exclusividad por los hombres pasaban a manos de las mujeres. Esta realidad no sólo cambió el papel de la mujer en la sociedad, sino también sus relaciones personales y perspectivas de vida que, desde este momento, se situaban más allá del hogar. En los años siguientes al conflicto la mujer alcanzó el derecho de voto en buena parte de los países occidentales: Suecia, Países Bajos, Gran Bretaña, EEUU, Alemania, Austria..., en España hubo que esperar hasta la proclamación de la II República en 1931.
Una última cuestión merece ser señalada: el control que los gobiernos intentaron sobre las ideas de los ciudadanos.
La propaganda y la censura se impusieron a la libertad de pensamiento, que sufrió el mismo control que la economía.
Cada nación intentaba convencer de la justicia de su participación en la guerra y de la sinrazón del otro bando. En todos los lugares se impuso una intensa labor propagandística mediante conferencias, carteles, discursos..., en los que políticos e intelectuales pretendían demostrar la superioridad de sus argumentos frente a los del enemigo. Se instigaba al odio al adversario, cuestión que supuso un importante impedimento a la hora de alcanzar la paz una vez finalizado el conflicto y, más determinante, a la hora de construir el futuro.
Como conclusión la IGM provocó importantes cambios políticos, económicos y sociales. En los primeros, la guerra asestó un golpe definitivo a la antigua institución monárquica. Con su caída arrastró a la aristocracia y al mundo cortesano que la rodeaba. En contrapartida, supuso la victoria de la democracia y los nacionalismos. Europa perdió el papel hegemónico en el concierto internacional, al tiempo que los EEUU se convertían en el nuevo líder mundial.
La guerra supuso el fin del liberalismo económico. Los gobiernos durante la guerra controlaron los resortes de la economía, y una vez terminada la contienda no permitieron su exclusión del mundo económico y financiero. El estado tomó parte activa en las políticas de distribución económica de la riqueza y en la asistencia social. El desgaste político de Europa se complementó con la pérdida de su primacía económica internacional. EEUU pasará a ser el país dominante, mientras que otras naciones, como Japón y algunos estados sudamericanos, experimentaron un gran desarrollo.
Entre las consecuencias sociales cabe destacar la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar, lo que implicó no sólo cambios en la vida individual, sino en los hábitos y costumbres de la sociedad. En las ciudades proliferaron los mutilados de guerra y excombatientes que se habían ganado el respeto y la admiración de sus compatriotas. Lo contrario que esos especuladores que habían utilizado la guerra para su enriquecimiento. La guerra supuso también el empobrecimiento de los trabajadores y ahorradores. Pero por encima de todo quedó el recuerdo imborrable de la muerte y la destrucción, los rencores de las ofensas infligidas, los problemas sin solucionar y una fuerte crisis de valores. Todo ello antesala de una nueva Guerra Mundial.
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