viernes, 1 de noviembre de 2024

LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA: LAS TRECE COLONIAS Y EL NACIMIENTO DE ESTADOS UNIDOS

La Revolución Norteamericana 

La revolución de las Trece Colonias británicas en América del norte constituyó un hito fundamental en la historia de Occidente que sirvió de referencia a las posteriores revoluciones en su lucha por el asentamiento del liberalismo. Se inició como un levantamiento pero se convirtió en un conflicto internacional que llegaría a formar la primera sociedad democrática del mundo moderno, una república federal, regida por una Constitución y por un gobierno nacional. 

Introducción

Para cuando se produjo la revolución norteamericana, disponían de un modelo, el de la cultura política inglesa en el seno de la cual vivían. Los puritanos no quieren aristocracia y esto ataca directamente a la monarquía. Muchos puritanos ingleses tras la amenaza de Jacobo I de ahorcarlos se fueron a la republicana  Holanda. Desde donde partieron a América (los que llegaron a Plymouth con el compromiso democrático, como si fuera la carta fundamental de la República en América). Cada paso va durando más de un siglo: entre la palabra de Calvino y la peregrinación puritana, entre la llegada a América y la proclamación de la República. 

Cierto que las colonias se formaron por iniciativa privada a espaldas de la Corona, en un proceso radicalmente diferente a la América española, lo que les favoreció la variedad: religiosa, étnica, social; pero la mayor parte eran de origen inglés y compartían cultura, educación, derechos, y, especialmente en este caso el sistema político que tenía una estructura similar a la metrópoli: Gobernador, Consejo Consultivo y Asamblea legislativa; ésta, siguiendo el ejemplo de los Comunes, tenía iniciativa legislativa y aprobaba los presupuestos. El control sobre los fondos públicos les permitió sobreponerse a los Gobernadores nombrados por la Corona en la mayoría de las colonias (excepto en Connecticut y Rhode Island, donde los elegía la Asamblea). 

Las razones de la rebelión de las colonias frente a las pretensiones del monarca inglés, Jorge III, de afianzar el poder sobre las colonias y aprovecharlas económicamente, fueron ya, significativamente, la defensa de sus intereses, la libertad y el autogobierno. Fue el momento para poner en práctica todas las ideas llegadas desde Londres, que habían ido germinando. La historiografía tradicional situó en Locke todo el mérito de esta nueva cultura política, y con él al liberalismo con su acento en la individualidad y los derechos privados. 

Los más recientes y reconocidos ana listas de la Escuela de Cambridge (Pocock, Wood, Bailyn) ponen, sin embargo, ahora el acento también (sin excluir a Locke, el Common Law, o los derechos naturales), en esta tradición de humanismo cívico, bien común y republicanismo que explicaría la vertiente social, comunitaria de la cultura política norteamericana. Ambas corrientes, liberalismo y republicanismo, con las tradiciones heredadas, se interfirieron mutuamente y se sumaron. Utilizaron tanto criterios historicistas (los derechos tradicionales) como racionalistas e iusnaturalistas para justificar su acción, pues los derechos dejaron de estar en la tradición histórica y pasaron a formar parte de la prerrogativa natural de todo ser humano. Eso les permitía incluso reformar la forma de gobierno como recoge la Declaración de Independencia. Eso les permitió incluso mantener los mismos criterios después de conseguida ésta, contra cualquier gobierno que pudiera atentar contra sus derechos. 

Pero no hicieron una revolución contra el régimen político, la Constitución inglesa de la que estaban orgullosos, sino en defensa de la misma, contra lo que percibían como su violación. Eso acabó significando que a la vez que rompían con la metrópoli buscaban la reposición de su Constitución, en su forma pura y tradicional. Aquí la tradición republicana ayudó mucho, porque aun no teniendo rey para reponer la Constitución inglesa, el núcleo común era el gobierno equilibrado de la tradición republicana que había adoptado la Monarquía inglesa. 

Tras el primer momento revolucionario, en el que se limitó radicalmente el poder Ejecutivo en la Constitución de la Confederación (aprobada en 1777 y ratificada en 1781), la evolución natural de este proceso llevó a la evidencia de la necesidad de volverlo a fortalecer para centralizar las decisiones y hacerlas más eficaces; necesidad que se hizo más evidente en el contexto de la guerra que habían que sostener contra la Metrópoli. Así se llegó a la Constitución federal de 1787 (ratificada el 21 de junio de 1788) que llega hasta nuestros días con las enmiendas precisas y que provocó un gran debate y enfrentamientos entre “federalistas” (Adams, Hamilton, Jay) y “republicanos”, de tendencias confederales, y demócratas (tal como hoy se llama el partido heredero), cuyo fundador fue Jefferson, junto con Madison. Éstos eran los que querían mantener el sistema revolucionario, el republicanismo clásico, la confederación; mientras que los “federales” querían pasar de la confederación a la federación que implicaba una concentración mayor del poder en manos del Ejecutivo y del poder central. 

Fue el momento en el que se pasó del gobierno mixto clásico a la separación de poderes propia de la doctrina liberal. Gobierno mixto implicaba asociar cada rama del gobierno a un orden social propio del Antiguo Régimen: el pueblo a Cámara de los Comunes, la aristocracia a la Cámara de los Lores, y el Rey al poder Ejecutivo. La separación de poderes desde la versión de Montesquieu se centra exclusivamente en la diferenciación de funciones públicas para evitar la concentración de poder: poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial; lo que encaja mejor con la nueva sociedad igualitaria americana, que carecía de monarquía y aristocracia. Además se empezó a creer que todos los elementos del gobierno eran representantes del pueblo, no sólo las Asambleas. Se sustituyó el gobierno directo de las democracias antiguas por el gobierno representativo; y el Ejército permanente sustituyó a las milicias ciudadanas. 

A cambio de este alejamiento del poder, los antifederalistas exigieron la declaración de derechos. Así pues, fue entre 1776 y 1787 cuando se produjo un gran cambio de la cultura política, llegándose a una perspectiva liberal y moderna, donde ya no eran necesarias pequeñas sociedades autogobernadas por sus ciudadanos, sino que las grandes naciones podían delegar esa función en sus representantes. 

En esta nueva cultura política pasó a ser central el individuo, sus derechos y su libertad, frente a lo que hasta entonces era lo central: la comunidad y la participación política intensa, el bien común, la virtud cívica del humanismo y el republicanismo clásico. El interés privado pasó a ser sagrado y respetable, frente al interés común, suponiendo que éste se conseguía satisfaciendo aquél. Ahora el individuo podía dedicarse a sus asuntos privados y no a los públicos porque éstos estaban garantizados en un sistema garantista, con una organización institucional liberal, llena de equilibrios y controles mutuos que habría de funcionar casi automáticamente. Así que los ciudadanos pasaron a centrarse más en consentir el gobierno que a participar en él

Fundamentos teóricos y contexto 

Los fundamentos políticos de los ilustrados no habían arraigado de forma práctica en la sociedad del Antiguo Régimen pero habían dejado una huella profunda en todas las personas con sensibilidad ante los conflictos y tensiones que se estaban sucediendo. Hasta la revolución, los colonos americanos se habían mantenido fieles a la Corona británica; incluso la revolución se inició teniendo muy en cuenta la defensa de la Constitución británica. Los problemas con la metrópoli fueron el detonante para que una sociedad peculiar con unas normas propias rompiera con el pasado para convertirse en la vanguardia de la libertad y el republicanismo. 

La convulsión política de las colonias coincidió con la revolución industrial. El conflicto se inició en unas circunstancias de crisis económica por el alza de precios y estancamiento de mercancías que tuvo lugar en 1770, pero el malestar de los colonos por su situación y la conciencia de que era necesario un cambio venía de tiempo atrás. 

Una vez ganada la contienda, a la hora de establecer un nuevo sistema político, los ideólogos americanos tuvieron muy en cuenta la idea de que el poder del gobierno derivaba del pueblo, pero dieron un paso más al afirmar que la soberanía permanecía siempre en el pueblo y que el gobierno era solamente un organismo que le representaba de forma temporal y revocable. 

La interpretación que han hecho los historiadores de la revolución americana ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Durante los primeros años se explicó como una lucha por la libertad contra la tiranía de los británicos. Ya en el siglo XIX, G. Bancrof y sus seguidores contemplaron la revolución como el “cumplimiento providencial del destino democrático del pueblo americano”. En el siglo XX, el historiador C. 

Becker y su escuela veían en el levantamiento algo más que una revolución colonial, y se inclinaban a pensar que los colonos no sólo pretendían un gobierno propio sino también establecer en qué manos iba a recaer ese gobierno. Otros autores han resaltado la faceta social como desencadenante de los hechos. A partir de la mitad del siglo XX se ha debatido sobre el carácter conservador y constitucional de la revolución, llegando a interpretaciones de gran complejidad intelectual. 

Las colonias británicas en América antes de la revolución 

Las trece colonias británicas establecidas en la costa este de América del Norte eran New Hampshire, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland, Delaware, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. 

En los años previos a la revolución las colonias formaban un pequeño mundo de gran dinamismo y movilidad que aumentaba de población a un ritmo extraordinario. 

La corriente migratoria desde las Islas Británicas en el siglo XVIII era incesante; protestantes irlandeses y escoceses habían iniciado la emigración a principios de siglo, pero su marcha se hizo aún más intensa después de la guerra de los Siete Años (1758-1763), este aumento ocasionó una gran presión demográfica. 

Las colonias estaban situadas en la costa atlántica, desde las fronteras de Canadá hasta la península de la Florida

En algunas regiones del este, las tierras de labor habían sido cultivadas en exceso y en los primeros años del siglo XVIII estaban agotadas; las ciudades más antiguas como Nueva York empezaban a estar superpobladas y a los jóvenes ya no les era posible adquirir fácilmente tierras al llegar a la mayoría de edad; tras la derrota francesa, las gentes se trasladaban en busca de terrenos donde establecerse en el interior y muchos colonos y especuladores se dirigieron al oeste y al sur creando a su paso multitud de nuevas poblaciones que servían para abastecer a los viajeros y extender el comercio. Entre 1756 y 1765 se fundaron en Pensilvania veintinueve ciudades; Carolina del Norte se convirtió en 1775 en la cuarta colonia más poblada. Pero también a partir de 1760 se inició la exploración de nuevos caminos hacia el oeste por cazadores y exploradores, cruzando los Apalaches. 

Otros se encaminaron al sur, hacia el nacimiento de los ríos Cumberland y Tennesse o hacia el noroeste siguiendo el recorrido del Kentucky o las cuencas del Ohio y Mississippi hasta la recién incorporada provincia de Florida occidental. 

La población no se concentraba mucho en las ciudades, hacia 1765 sólo cinco de ellas tenían más de ocho mil habitantes. Las más pobladas en esos momentos eran Filadelfia, Nueva York y Boston. 

No todos los inmigrantes procedían de Inglaterra. A los puritanos ingleses se habían unido poco a poco campesinos escoceses, irlandeses, alemanes, holandeses y protestantes franceses, que no sentían lealtad a la Corona británica. El origen de Nueva York había sido holandés y paso a la Corona británica en el siglo XVII. Los holandeses habían estimulado la inmigración concediendo vastos territorios a los patronos que llevaran consigo a cincuenta trabajadores. El carácter de estos hombres era emprendedor, agresivo, con hábitos de libertad. A pesar de esta diversidad en el origen de los colonos, la vida social se regía en la mayor parte de los estados por las normas británicas. 

Los puritanos ingleses, muy apegados a las tradiciones, habitaban las colonias del norte, llamadas de Nueva Inglaterra. Se dedicaba a la agricultura en pequeña escala, tenían muchos recursos madereros, caza de ballenas, abundante pesca y comercio marítimo. 

Las colonias situadas en el centro, con ciudades tan importantes como Nueva York y Filadelfia, se dedicaban al comercio por el río Hudson hasta el estrecho de Long Island. Poco a poco se habían ido fundiendo con las del sur de Nueva Inglaterra. 

Los grandes propietarios, con haciendas dedicadas al cultivo de tabaco y algodón, se habían establecido en el sur. Comerciaban también con artículos navales y maderas. Llegaron a contar con un gran número de esclavos procedentes de África. Las ciudades más importantes en las colonias del sur eran Charleston, en Carolina del Sur, y Savannah, en Georgia.


La vida política en las Colonias 

Cada colonia se regía de distinta forma dependiendo de su origen, pero el sistema político continuaba basándose en el británico. Estaban regidas por un gobernador y organizadas en asambleas elegidas por sufragio restringido. En algunas el gobernador era nombrado por el monarca, en otras era elegido por los propietarios de bienes raíces o por la asamblea. 

La vida política era muy activa, las sesiones públicas se preparaban en reuniones privadas en las tabernas y a pesar de que eran pocos numerosos los que tenían derecho a voto, toda la población se interesaba por las luchas que mantenían los electores para defender la Carta de la colonia, para mantener en su sitio al gobernador o para resistir a las presiones de los grandes propietarios de bienes raíces. Cada Estado o colonia podía funcionar de forma casi autónoma a pesar de que la metrópoli intentaba reorganizar la administración colonial.

A pesar de las diferencias administrativas, las colonias tenían economías complementarias y se relacionaban con mucha frecuencia. Esta relación fue la base de una conciencia común que se manifestó al iniciarse el movimiento de protesta contra Gran Bretaña.

La economía colonial 

La base de la próspera economía de las colonias inglesas era la agricultura, la caza, la pesca y el comercio. 

La mayor parte de la población trabajaba el campo y adoptó muchas de las técnicas de cultivo de los indios. 

En Nueva Inglaterra se cultivaba maíz, avena, centeno, trigo y frutales. En el sur se cultivaba tabaco, arroz, índigo, morera y cáñamo. 

El resto de la población lo constituían mercaderes, marineros, mineros y pequeños artesanos ya que la mayoría de las manufacturas eran importadas desde Gran Bretaña. La metrópoli recibía especias, maderas, pieles, aceite de ballena, salitre, pez, cáñamo, etc. Las colonias tenían por obligación que comprar sus manufacturas a la metrópoli y utilizar para sus exportaciones navíos ingleses o que todas las importaciones de otro país a las colonias tuvieran que pasar por un puerto inglés y pagar un peaje. A partir de 1660, por el Acta de Navegación, el gobierno obligó a las colonias a reservar ciertos productos como el tabaco, el azúcar, el índigo, el algodón y algunos otros en exclusiva para el mercado inglés. Estas cargas se fueron haciendo muy impopulares entre los colonos, ya que les impedían desarrollar libremente su comercio. 

Los intentos de reforma colonial del Gobierno Británico 

La reforma de la administración colonial había sido discutida en el Parlamento británico en muchas ocasiones, sin llegar a concretarse. A pesar del contrabando, las colonias resultaban rentables con el comercio de distintos productos que la metrópoli trataba de monopolizar. 

La llegada al trono de Jorge III en 1760, un monarca que decidió intervenir activamente en los asuntos de Estado, cambiaría las relaciones con los colonos. El gobierno se enfrentó a la necesidad de reorganizar los nuevos territorios adquiridos de Francia y España al finalizar la Guerra de los Siete Años (1758-1763) y regular el comercio indio. Además, trató de solucionar los problemas financieros derivados del conflicto con nuevos impuestos sobre las colonias. 

Una de las primeras medidas fue volver a poner en vigor la prohibición de comerciar con cualquier otro país que no fuera Inglaterra. Poco más tarde la Sugar Act (1764) gravó las importaciones sobre las melazas que las colonias adquirían en las Antillas Francesas y de las que obtenían grandes beneficios. 

El Parlamento aprobó también una nueva ley que les prohibía emitir monedas. En 1765 se gravó mediante la Ley del Timbre todos los documentos legales y comerciales que se enviaban a las colonias y también periódicos, folletos, libros, etc., sin consultar a las asambleas coloniales, como era costumbre. El aumento de la presión fiscal llegaba en unos momentos en que la economía sufría un estancamiento como consecuencia de la Guerra de los Siete Años. Las colonias reaccionaron ante estas medidas y en octubre de 1765 nueve de ellas enviaron delegados a un ilegal Congreso reunido en Nueva York, en el que decidieron rechazar los nuevos impuestos decretados por un Parlamento en el que no se sentían representados. Surgieron asociaciones radicales para oponerse a esas “Imposiciones sin representación”; se limitaron las importaciones que venían de Inglaterra y los colonos consiguieron la derogación de la Stamp Act. 

Pero de nuevo el Parlamento de Londres votó en 1767 otros impuestos sobre el té, el vidrio y el plomo. Los disturbios ocasionados por esta nueva decisión terminaron con la “matanza de Boston”, donde murieron cinco colonos en un enfrentamiento con los soldados británicos. 

Los colonos consiguieron en 1770 que se derogarán los impuestos sobre el vidrio y el plomo sin lograr lo mismo con el que gravaba al té; además, en 1773 el Parlamento concedió a la Compañía de las Indias Occidentales el monopolio de dicho producto, desatando las iras de los colonos que asaltaron los barcos de la Compañía arrojando al mar sus cargamentos. 

Motín del Té

La reacción de la metrópoli no se hizo esperar; se movilizó al ejército y el Parlamento aprobó cuatro leyes coercitivas, el cierre del puerto de Boston, la abolición de la asamblea de Massachusetts, el traslado de los implicados en los sucesos a Londres y la obligación de las colonias de abastecer al ejército, que fueron calificadas por los colonos como “intolerables”. 

Por el Acta de Quebec de 1774 el gobierno de Londres anunció la expansión de esta provincia al interior hasta los ríos Ohio y Misisipi. Las tierras que bordeaban los Alleghanys (Apalaches), el Misisipi y Los Lagos se dedicarían a reservas indias. Se prohibía a los colonos establecerse en estos nuevos territorios. Con estas medidas, el Parlamento británico pretendía organizar la administración de los nuevos dominios, además de evitar los enfrentamientos con los indios. Esta prohibición indignó a los colonos, que se empezaban a considerar ciudadanos de segunda clase utilizados por la Corona para sufragar con impuestos los gastos de la guerra, pero a los que no compensaba con los territorios conquistados. 

A partir de 1772, personalidades de la vida política entre las que se contaban Jefferson, Patrick Henry, Washington y Adams, compartían información y transmitían a través de los Comités de Correspondencia a sus inquietudes políticas; pretendían establecer los derechos de los colonos, negando la autoridad del Parlamento de Londres sobre ellos y planeaban acciones conjuntas dirigidas a unir a los colonos en contra de la represión británica. En 1774, Thomas Jefferson y John Adams sostenían que las cámaras legislativas norteamericanas independientes eran soberanas en Norteamérica; el Parlamento no tenía ninguna autoridad sobre las colonias sólo vinculadas al Imperio británico a través del monarca. 

 En Septiembre de 1774 los colonos convocaron el Primer Congreso Continental de Filadelfia, con la asistencia de delegados procedentes de doce colonias (todas menos Georgia). Después de encendidos debates en los que algunos de los miembros eran partidarios de la resistencia abierta a las leyes “intolerables”, el Congreso, que aún no estaba preparado para la independencia, decidió proclamar una Declaración de Derechos de las Colonias, mantener el boicot a las mercancías inglesas hasta que se reconociera su autonomía legislativa y dar fuerza legal a los Comités de Correspondencia para difundir las ideas independentistas.

La Guerra de la Independencia 

La guerra se inició como una represión de los británicos a los colonos rebeldes para convertirse más tarde en una contienda generalizada entre Gran Bretaña y varias grandes potencias extranjeras. 

El gobierno británico creía que Boston era el foco del conflicto y que castigando a esa ciudad portuaria sometería a los rebeldes, terminando con su resistencia. Las leyes coercitivas de 1774 se basaban en ese supuesto y los hechos que desencadenaron el enfrentamiento se fundamentaban en la misma presunción. 

Los primeros choques entre los colonos y las tropas reales tuvieron lugar el 18 de Abril de 1775, cuando los soldados británicos trataban de incautarse de armas y municiones rebeldes, almacenadas en Concord. 

La lucha se inició en Lexington y continuó en la ciudad de Concord, con el triunfo de los rebeldes. En su huida hacia Boston, los británicos se vieron acosados por los rebeldes desde Charleston y Dorchester. 

Los colonos no tenían ejército ni marina profesionales, cada colonia aportó una milicia local que carecía de entrenamiento, de uniformes, de la disciplina propia de los soldados profesionales y sólo contaban con armas ligeras, pero eran más numerosos y en estas primeras escaramuzas vencieron también al ejército real en Saratoga. En Junio de 1775 las tropas reales, con un refuerzo de soldados llegados por mar, derrotaron por primera vez a los colonos en Bunker Hill. En mayo de 1775 las noticias de los enfrentamientos habían llegado a Filadelfia, donde se hallaba reunido el Segundo Congreso Continental que asumió las responsabilidades de un gobierno de todas las colonias. El Congreso decidió establecer un ejército regular para coordinar todas las fuerzas nombrando comandante en jefe a George Washington, rico terrateniente de Virginia. El Congreso autorizó la invasión de Canadá, emitió papel moneda para sustentar a las tropas y nombró una comisión que pudiera negociar con otros países. Los colonos se declaraban abiertamente en guerra contra la metrópoli. El 4 de Julio de 1776 el Congreso votó a favor de la independencia de los Estados Unidos. 

En el verano de 1775 la situación estaba totalmente fuera de control y el gobierno británico se convenció de que lo sucedido en las colonias no era una simple revuelta. En agosto de 1775 el rey Jorge III proclamó a las colonias en rebeldía, en octubre las acusó de levantarse para conseguir la independencia. En diciembre se declaró el bloqueo marítimo, de forma que los buques británicos podían confiscar todos los barcos que pretendieran comerciar o auxiliar a los norteamericanos. 

La formación del Ejército Continental fue muy problemática y durante toda la guerra Washington utilizó tanto tropas regulares como milicias locales. En noviembre de 1775, por una resolución del Congreso Continental, se creó en Filadelfia un cuerpo de ejército, origen del actual cuerpo de Marines. 

En principio, los británicos creyeron que muchos de los colonos permanecerían fieles a la Corona, pero solo entre un 15% y un 20% fueron leales a la Corona británica. En cuanto a los indios, la guerra afecto mucho a los que vivían al este del Misisipi. Algunas tribus se relacionaban de forma amistosa con los colonos. La Confederación Iroquesa se dividió ante el conflicto. 

Al iniciarse el conflicto Gran Bretaña parecía tener todas las bazas posibles para ganar rápidamente la contienda. Su armada era la mayor del mundo y poseían un ejército profesional, bien entrenado. Pero las desventajas británicas eran muy grandes. Tenían que dirigir las operaciones desde el continente, con los consiguientes problemas en las comunicaciones y el avituallamiento del ejército, combatían en un terreno desconocido, de gran extensión, donde las maniobras y desplazamientos constituían graves problemas. 

Otra desventaja importante para los británicos era la de no poder enfrentarse a un ejército en batallas organizadas. Al carecer los norteamericanos de un ejército profesional, la mayor parte de la contienda se desarrolló en ataques de guerrillas locales, con un gran apoyo de la población que les acosaba, les impedía avituallarse y les cortaba el paso. Lo que en un principio parecía una tarea fácil se convirtió para los británicos en un infierno. 

En el verano de 1776 William Howe, general en jefe del ejército británico al frente de 30.000 hombres, llegó al puerto de Nueva York con la intención de aislar a Nueva Inglaterra del resto de los rebeldes. En una campaña que duraría dos años, el general y su hermano el almirante Richard Howe llevaron a cabo una campaña en la que se mezclaban las acciones de guerra y los intentos de pacificación.
 
En Agosto de 1776 el ejército de George Washington fue derrotado en Long Island, viéndose obligado a salir de forma apresurada de Nueva York. Howe ocupó Nueva Jersey y distribuyó sus tropas por varias ciudades de la zona para convencer a los rebeldes de que estaban perdiendo la guerra. Muchos de los colonos leales a los británicos que permanecían escondidos se unieron a las tropas de Howe, y otros varios miles de colonos aceptaron la oferta de indulto si juraban lealtad a la Corona. Éste fue uno de los momentos en que los norteamericanos estuvieron a punto de perder la guerra. Pero la política de pacificación de los hermanos Howe se vio perjudicada por los saqueos de los soldados británicos y el triunfo de Washington al tomar los puestos avanzados de Trenton en diciembre de 1776 y Princeton en enero de 1777. El ejército de Howe tuvo que retirarse de las orillas del río Delaware, lo que permitió a las milicias patrióticas volver a conquistar las zonas abandonadas. 

Los británicos continuaban en la creencia de que si aislaban Nueva Inglaterra conseguirían terminar con el foco principal de los rebeldes y ganar la guerra. Con este fin, en 1777 movilizaron a 8.000 hombres, al mando del general Burgoyne, que debía dirigirse desde Canadá hacia el sur; en las cercanías de Albany debían reunirse con las tropas mandadas por el teniente coronel Barry St. Leger, que se desplazarían hacia el este y con las del general Howe, que desde Nueva York debía ir hacia el norte por el valle del río Hudson. 

Pero Howe, en vez de colaborar en el plan, pensando que muchos de los colonos de los estados del centro continuaban fieles a la Corona, decidió tomar la ciudad de Filadelfia, sede del Congreso. El 11 de septiembre, Washington se enfrentó con Howe en Brandywine, cerca de Pensilvania y el 4 de Octubre en Germantown. Los británicos vencieron en ambas batallas, pero el ejército norteamericano demostró que podía enfrentarse a los británicos en un combate organizado. Las tropas de St. Leger fueron vencidas en Oryskany, cerca de Nueva York en el verano de 1777 y el numeroso ejército al mando del general Burgoyne pasaba por grandes dificultades para desplazarse. Los británicos iban perdiendo fuerzas mientras los norteamericanos se recuperaban. Al llegar a Saratoga, el ejército de Burgoyne, debilitado por las emboscadas, los sufrimientos y el hambre se enfrentaron a más de diez mil soldados americanos al mando del general Horatio Gates, y tuvo que rendirse. 

George Washington

La Internalización de la Guerra. La Batalla de Saratoga 

Tras la derrota inglesa en Saratoga en octubre de 1777, la contienda tomó un carácter internacional al firmar las colonias un tratado con Francia en 1778, y con España en 1779. Lo sucedido en Saratoga decidió a los británicos a ofrecer un acuerdo a los rebeldes, dándoles la posibilidad de volver a la situación anterior a 1763; la oferta no fue aceptada pero sirvió como baza a Benjamin Franklin para negociar un acuerdo comercial y otro militar muy beneficio con Francia. Desde el comienzo de la guerra, Francia había estado suministrando a los rebeldes en secreto armas y dinero para vengarse de su derrota en la Guerra de los Siete Años y con la esperanza de recuperar sus antiguos territorios. En 1780, Rusia firmó la Liga de Neutralidad Armada con el resto de las potencias marítimas de Europa, dejando a Gran Bretaña aislada por primera vez en su historia. 

Batalla de Saratoga

Las campañas militares se desplazaron hacia el sur y tuvieron lugar en la Antillas, donde Gran Bretaña trataba de defender sus posiciones. Con el apoyo de la Armada desplegada por la costa, los británicos bombardearon puertos de forma despiadada e hicieron incursiones al interior, tratando a la vez de negociar y atraerse a los líderes rebeldes, sin conseguir grandes resultados. Concentraron sus fuerzas en el sur, se mantuvieron a la defensiva en Nueva York y Rhode Island y abandonaron Filadelfia. Sus planes eran conquistar el sur, donde creían tener suficientes apoyos. Pero la retirada de Filadelfia le proporcionó a Washington la oportunidad de atacar a los británicos con un ejército mejor organizado y más disciplinado.

La batalla tuvo lugar el 28 de Junio de 1778 sin que ninguno de los dos ejércitos venciera, pero para los americanos significó una victoria por haberse enfrentado sin ser derrotados a las bien entrenadas tropas británicas. 

En el invierno de 1778-1779 los británicos consiguieron victorias importantes en el sur, tomaron Savannah, Augusta y restablecieron el gobierno de la Corona en Georgia. En 1780 consiguieron conquistar Carolina del Sur, venciendo a un ejército al mando de Benjamin Lincoln que supuso la mayor derrota de los patriotas en toda la guerra. Para detener la ofensiva, el general Gates se enfrentó en agosto del mismo año a los británicos. De nuevo los americanos fueron derrotados, pero las victorias de los británicos no sirvieron para pacificar y consolidar los territorios conquistados. Los saqueos de los casacas rojas y las represalias de los leales a la Corona contra los revolucionarios hicieron que muchos de los habitantes de Carolina del Sur y Georgia apoyaran la revolución. 

El general británico Cornwallis, atacado constantemente por la guerrilla revolucionaria, decidió en el otoño de 1780 llevar sus tropas hacia Carolina del Norte, pero las noticias de que una parte de su ejército había sido destruido le hicieron volver a Carolina del Sur. Los americanos, entretanto, habían logrado organizar un nuevo ejército en el sur que trató por todos los medios de dividir las fuerzas del enemigo. En enero de 1781 la destrucción de la legión británica Tory de Tarlenton hizo que los británicos abandonaran su base en Charleston, reunieran sus tropas en Carolina del Norte para pasar a Virginia y dejaran el terreno libre para que los patriotas recuperaran el sur en la primavera y verano de 1781. 

En Virginia, los británicos eligieron Yorktown como cuartel general. Fuerzas conjuntas americanas y francesas reunieron un ejército muy poderoso al mando de Washington y el conde de Rochambeau para atacar a los británicos. Una flota francesa impidió a la armada inglesa prestar apoyo al general Cornwallis, que en octubre tuvo que rendirse con sus 8.000 hombres. La guerra continuó durante unos meses más, pero la victoria de Yorktown significó el triunfo de los norteamericanos. 

Una vez ganada la guerra, los americanos tuvieron que negociar una paz complicada por las alianzas a las que habían llegado durante la contienda con Francia y España. Ni a Francia ni a España les interesaba una Norteamérica poderosa e independiente y España temía que las ideas republicanas se extendieran a sus colonias de América. Los diplomáticos enviados a Europa para la negociación, decidieron negociar solamente con Gran Bretaña y consiguieron que reconociera unos límites muy ventajosos para el nuevo país. Una vez conseguido el preacuerdo con Gran Bretaña los embajadores americanos negociaron con Francia, que aceptó el acuerdo con algunas reticencias. España tuvo que renunciar a su pretensión de que le fuera devuelto Gibraltar. En el tratado de Versalles firmado en Septiembre de 1783 se reconocía la independencia de los Estados Unidos por parte de la Corona británica. 

La mayor parte de los realistas permanecieron en Estados Unidos después de la guerra, aproximadamente 37.000 marcharon a Canadá, donde el gobierno británico creó para ellos en 1784 la provincia de New Brunswick, algunos se exiliaron en Inglaterra y en las Indias occidentales. 



Del modelo Confederal a la Federación 

En el verano de 1776, cuando los británicos iban ganando la guerra, se reunió de nuevo el Congreso Continental de Filadelfia. La violencia y el bloqueo a que estaban sometidos los colonos les hizo cambiar de actitud y exigir la independencia política. 

Con la guerra como telón de fondo, el 4 de julio de 1776 el Congreso aprobó el Acta de Independencia basada en un borrador elaborado por Thomas Jefferson, John Adams y Benjamín Franklin. Los principios en los que fundamentaron el Acta de Independencia tenían su origen en Locke, quien había demostrado que todo sujeto posee derechos naturales y que, en el caso de que éstos fueran violados, el pacto social entre el soberano y el pueblo quedaba deshecho. El Acta de Independencia también tenía influencias de Rousseau, al declarar que el objetivo de todo gobierno era la garantía de los derechos del hombre. 

El proceso político siguiente pasó por profundas divisiones entre los delegados de los distintos Estados.  Los federalistas pretendían que se instaurara un fuerte gobierno central, con mayor poder en manos del  ejecutivo; los más radicales se sentían republicanos confederales y demócratas y se oponían tanto a la  monarquía como a un gobierno que limitara el poder de los grupos locales. 

Ya desde mediados de 1775 los rebeldes habían conseguido controlar políticamente la mayor parte del territorio. Las trece colonias se denominaban a sí mismas Estados, habían expulsado a los gobernadores británicos, cerrado los tribunales e iban preparando Constituciones propias que desplazaran las cartas  otorgadas por la Corona británica. La primera Constitución estatal ratificada fue la de New Hampshire, en 1776, seis meses antes de la Declaración de Independencia. Poco después Virginia, Carolina del Sur y Nueva Jersey redactaron nuevos textos constitucionales mientras que en Connecticut y Rhode Island continuaron rigiéndose por sus cartas otorgadas de las que habían eliminado cualquier alusión a la Corona. 

La diferencia social en la población de cada nuevo estado tuvo una gran influencia en las distintas situaciones adoptadas en relación con las cuestiones constitucionales como el sufragio universal o el censitario; el poder ejecutivo más o menos fuerte frente al legislativo o la legislatura unicameral o bicameral. 



En 1777 el Congreso aprobó los Artículos de la Confederación y Unión Perpetua, que se ratificarían en Marzo de 1781 pasando a denominarse Congreso de la Confederación. Los Artículos de la Confederación establecían, entre otras cuestiones, que el Congreso era la única institución por encima de los trece Estados, pero afirmaba la prioridad de los Estados separados sobre el gobierno de la Confederación y limitaba los poderes del gobierno central a dirigir las relaciones exteriores, a declarar la guerra; a establecer los pesos y medidas y a ser árbitro final en las disputas entre los Estados miembros; cada uno de los Estados tenía un voto en el Congreso de la Confederación y una delegación de dos a siete miembros que eran designados por los órganos legislativos locales. Se requería la aprobación de nueve Estados para admitir a otros en la Confederación y se aprobó por adelantado la admisión de Canadá. La Confederación aceptaba la deuda de guerra del Congreso antes de la promulgación de los artículos. 

El deseo de mantener su independencia llevó a los colonos a no querer establecer un gobierno nacional poderoso. El Congreso, para proteger la libertad de cada uno de los Estados, creó una estructura unicameral débil. 

Los problemas surgieron enseguida. Cada Estado actuaba de forma soberana y disponía de un solo voto en la asamblea legislativa y esto daba lugar a que los más poblados se veían en muchas ocasiones bloqueados por las decisiones de otros más pequeños. 

En cuanto a la política exterior, cada uno defendía sus intereses de forma que para que los tratados fueran eficaces las potencias extranjeras tenían que firmarlos con cada Estado, lo cual era un peligro ya que existían serias amenazas de las potencias vecinas que aún tenían colonias. Los que estaban situados en la costa, que tenían gran actividad comercial, gravaban las mercancías que pasaban por sus tierras en dirección a sus vecinos del interior. Otros llegaban a acuñar su propia moneda. Las relaciones comerciales y la libre circulación se veían coartadas también por las rencillas y por las distintas leyes locales. 

Durante la guerra, el país había contraído una enorme deuda, el Congreso Continental había recurrido a la emisión de papel moneda para financiar la contienda que perdió rápidamente su valor, la inflación se disparó y los soldados se lamentaban de que sus pagas llevaban muchísimo retraso. 

No todos los Estados tenían la misma capacidad para gestionar sus asuntos públicos. La mayor parte de los Estados del sur, con la excepción de Carolina del Norte y Georgia, que prosperaron, decidieron no pagar sus deudas lo que significó una grave depresión de las economías privadas y un importante deterioro del crédito público. 

Los artículos de la Confederación no sirvieron para establecer el nuevo Estado ya que no eran suficientes para afrontar todos los problemas del país. Se basaban en la buena voluntad, no podían garantizar los compromisos adquiridos ni hacer respetar los tratados de paz. El poder federal era muy débil, existía un vacío en la legislación y era necesario crear una administración interior y una hacienda capaz de hacer frente a la fuerte deuda exterior.



La Convención de Filadelfia 

Ante este cúmulo de problemas parecía inevitable que se revisaran los artículos de la Confederación. Los representantes de Virginia y Maryland, que querían llegar a un tratado que regulara el comercio y la navegación por el río Potomac, se reunieron en Alexandría (septiembre 1786) y decidieron celebrar una convención de todos los Estados para tratar en común muchas cuestiones pendientes. 

En Mayo de 1787 se reunió la Convención en Filadelfia como Convención Federal, con la asistencia de todos los Estados (menos el de Rhode Island), representados por sus hombres más notables. Como presidente fue elegido George Washington, por su reconocido prestigio militar y político. 

En principio, los dirigentes políticos creían que debía darse nuevos poderes al Congreso para enmendar los artículos de la Confederación, y conceder al Congreso autoridad para regular el comercio y establecer impuestos. La delegación de Virginia, representada por Madison, inició el debate con propuestas radicales que no eran una revisión de los artículos de la Confederación sino un proyecto para un cambio muy significativo del gobierno. Los representantes de los Estados grandes apoyaban la propuesta de Madison, propugnando la creación de un nuevo gobierno nacional mucho más poderoso que fuera capaz de resolver todos los problemas pendientes en cuanto al comercio, las relaciones exteriores, el crédito, etc.

El Plan de Virginia proponía la creación de dos cámaras, una elegida por sufragio universal y otra elegida por la primera. La representación en ambas debía ser proporcional a la población. El ejecutivo y el judicial debían ser elegidos y nombrados por las Cámaras, que podían decidir sobre la constitucionalidad de las leyes votadas por los distintos Estados. 

Muchos de los delegados rechazaron el plan de Madison porque suponía ir mucho más allá de los que en un principio habían proyectado, que era una reforma de los artículos de la Confederación otorgando más poder al gobierno federal. El Plan presentado por Virginia suponía debilitar de forma extraordinaria la autoridad estatal. William Paterson, representante de Nueva Jersey, de acuerdo con los delegados de 
Connecticut, Delaware y Nueva York presentó otra propuesta para aumentar los poderes del Congreso, reformar los artículos de la Confederación y conservar la soberanía de los Estados. Los nacionalistas, representados por Madison y Wilson, convencieron a la mayoría para que rechazaran este plan que mantenía todos los artículos de la Confederación que habían sido causa de debilidad. No obstante, tuvieron que hacer algunas concesiones de importancia como ceder en su propuesta sobre la autoridad de la asamblea nacional para vetar la legislación de los Estados o el principio de representación proporcional en ambas cámaras. Pero ganaron la batalla al conseguir la aprobación sobre los puntos fundamentales como el referido a la creación de un poderoso gobierno central. 

La primera dificultad fue conseguir el consenso entre las propuestas de los grandes y los pequeños Estados, que hasta esos momentos tenían derecho a un voto en el Congreso. Los grandes proponían una representación proporcional a la población y a los impuestos directos, mientras que los pequeños pretendían que se siguiera con un voto por Estado. 

Finalmente, una comisión formada por un miembro de cada Estado presentó un informe, conocido como la Transacción de Connecticut que fue aceptado: se crearían dos Asambleas, una como Cámara de los representantes, dando a cada Estado un número de diputados proporcional a la población; la segunda, el Senado con dos senadores por Estado independientemente de la población de éste. Se crearía una Federación, la soberanía popular pasaría de los Estados a dicha Federación; los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que emanaban del pueblo se mantendrían totalmente separados y se controlarían mutuamente. El ejecutivo sería ejercido por un presidente elegido por cuatro años, mediante un sufragio indirecto. El poder judicial se confió a un Tribunal supremo de nueve jueces, designados por el presidente de acuerdo con el Senado, y sería el encargado de dirimir los conflictos entre el Congreso y el presidente. 

El Congreso, compuesto por el Senado y la Cámara de Representantes, ostentaría el poder legislativo y podría proponer enmiendas a la Constitución, que a su vez tendrían que ser ratificadas por los Estados. En este nuevo modelo político, los representantes de los Estados del norte pidieron ventajas en materias comerciales, y los del sur lucharon por conservar la esclavitud.



La Federación: La Constitución
 
La Constitución fue redactada durante el verano de 1787, aprobada por la Convención el 17 de Septiembre de 1787 y enviada para su ratificación a los trece Estados el 28 de Septiembre del mismo año. 

En los debates para la ratificación del texto constitucional los antifederalistas estaban en contra de instituir un fuerte gobierno central que consideraban parecido a una monarquía, puesto que concentraba el poder  a expensas de la libertad de los Estados; además, consideraban que no sería posible gobernar una república tan extensa sin caer en la tiranía al eliminar la soberanía independiente de cada uno de ellos. 

Creían que la nueva Constitución iba en contra de los principios revolucionarios y de los de la Confederación. Pero los federalistas se oponían a estos argumentos al afirmar que no negaban el principio de soberanía sino que lo trasladaban a todo el pueblo. Así se creaba una nueva forma de relación del gobierno con la sociedad.

Jefferson, antifederalista, manifestó que no podía considerar completo el texto constitucional mientras no se le añadiese una Declaración de Derechos, como compensación por haber cedido ante cuestiones 
importantes en las que no estaba de acuerdo con los federalistas. Madison propuso una serie de enmiendas que constituían una garantía de las libertades humanas. Aseguraban la tolerancia religiosa, la libertad de pensamiento, de prensa, de reunión y la libertad del pueblo para llevar armas, constituyendo el conjunto más completo de garantías que ninguna sociedad había tenido hasta el momento. 
Las instituciones políticas inglesas se tuvieron presentes en todo momento, hay que recordar que la mayor parte de los revolucionarios americanos se habían formado en la metrópoli y en cierto modo, se sentían culturalmente británicos. 


La influencia de la Revolución Norteamericana 

Con el nacimiento de los Estados Unidos se inició en Europa un período de grandes conmociones ya que la Constitución americana supuso un antes y un después en la vida política del mundo occidental. La formación de un nuevo país, con una constitución democrática en la que se plasmaban de forma práctica los principios enunciados por los filósofos de la Ilustración mostraba a los europeos que era posible romper con el absolutismo monárquico y el conjunto de normas obsoletas del Antiguo Régimen. También a las colonias iberoamericanas llegó el eco de la revolución y tuvo una gran importancia a la hora de plantear su independencia. La propaganda del proceso revolucionario se extendió gracias a los diplomáticos americanos y a los militares europeos que habían luchado en la revolución. En 1789, en Inglaterra, Irlanda, Bélgica, Suiza y las Provincias Unidas se iniciaron protestas poco antes de que estallara la revolución francesa, y en todo el continente se vivía un ambiente de levantamiento en contra del orden establecido, que sin duda debía tener una conexión directa con lo sucedido al otro lado del Atlántico.

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