viernes, 8 de noviembre de 2024

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Hasta mediados del siglo XVIII, la economía del mundo occidental estaba basada de forma casi exclusiva en la agricultura y el autoconsumo, no existía una organización industrial tal como hoy la conocemos y los productos comercializables se fabricaban en talleres artesanales de mayor o menor tamaño. La transformación, iniciada en Gran Bretaña, se basó en una serie de innovaciones tecnológicas que, junto a la utilización de nuevas fuentes de energía, sustituyeron a la mano de obra por las máquinas y dieron paso a nuevos métodos de organización fabril de producción en masa, a un aumento sin precedentes del consumo, del comercio y del bienestar de la sociedad. 

Una característica distintiva de esta revolución fue la aplicación sistemática de los nuevos conocimientos a la producción, de forma que la ciencia precedió a la práctica y los inventores transformaron los conocimientos teóricos en procedimientos útiles. A todo este proceso de desarrollo se le ha denominado Revolución Industrial. 

La industrialización no se extendió simultáneamente ni de forma homogénea por todo el mundo occidental. 

En la primera mitad del siglo XIX alcanzó a Estados Unidos y gran parte de la Europa occidental, llegando después de 1871 a Alemania. A partir de mediados del siglo XIX, se inició una nueva fase denominada Segunda Revolución Industrial, con la utilización de nuevas formas de energía como la electricidad y el petróleo. 

La Revolución Industrial impulsó la revolución política que terminó con el absolutismo monárquico y dio paso al liberalismo, basado en el respeto de la iniciativa individual, la existencia de una Constitución donde se contemplan los derechos de los ciudadanos, el derecho al voto y la separación de poderes. El liberalismo reguló el nuevo sistema económico, el capitalismo, para responder a las necesidades planteadas en esos momentos. No parece casual que la Revolución Industrial tuviera su origen en la Gran Bretaña liberal, y se extendiera pronto a Estados Unidos, regido por una Constitución liberal. Sin duda las ideas políticas plasmadas de forma práctica en sus respectivas Constituciones, proporcionaron un sustento legal para adoptar un conjunto de innovaciones que cambiaron definitivamente la vida de los hombres. 

Ligadas directamente con la Revolución Industrial y con la revolución política, se pusieron en práctica un conjunto de medidas denominadas liberalismo económico, enunciadas por el economista Adam Smith en su obra La riqueza de las naciones (1776). En la práctica el liberalismo económico se basaba en la no intervención del Estado en cuestiones financieras, empresariales o sociales y favorecía los intereses de la burguesía, que hasta entonces se había visto coartada por el Antiguo Régimen. 

Durante el siglo XIX algunos autores franceses empezaron a denominar Revolución Industrial al proceso de cambio iniciado en Gran Bretaña a mediados del siglo anterior, tal vez como semejanza en el terreno económico a lo que en el aspecto político había significado en Francia la revolución de 1789. 

Para muchos historiadores, la Edad Contemporánea se inició a finales del siglo XVIII con las “tres revoluciones”, la Independencia Americana, la revolución francesa y la Revolución Industrial, como si la revolución política y el cambio producido por la adopción de distintos métodos de producción y sus consecuencias no fueran más que distintos aspectos de un mismo proceso. 

La primera Revolución Industrial fue un proceso lento, en Gran Bretaña tardaría más de un siglo en completarse, no llegaría a algunos países europeos hasta finales del siglo XIX y sus consecuencias provocaron un cambio profundo en la economía, la política y la sociedad. 

A partir del siglo XVIII la población europea empezó a crecer a un ritmo muy rápido. La presión demográfica dio lugar a la demanda de multitud de productos, impulsando la Revolución Industrial y un conjunto de avances en la agricultura para poder generar la cantidad y calidad de los alimentos necesarios para la sociedad. La creación de fábricas, con necesidad de personal, fue cubierta, en parte, por los obreros del campo que emigraron a las ciudades en busca de empleo. Todo parece in indicar que hubo una interacción entre estos tres procesos, aumento demográfico, Revolución Industrial y avances en agricultura. 

Las tesis clásicas señalaban como base del despegue industrial la revolución de la tecnología, pero otras interpretaciones más novedosas han insistido en señalar otros factores tales como la acumulación de capitales para las inversiones en la industrial textil, el desarrollo de las manufacturas o una revolución agrícola previa a la Revolución Industrial. 

El papel de Gran Bretaña en la revolución industrial 

Gran Bretaña contaba en el siglo XVIII con las condiciones necesarias para iniciar la industrialización. Poseía un riquísimo imperio colonial; la población de las islas y la de las colonias estaba en expansión,tenía un alto nivel de vida y demandaba una gran cantidad de artículos; su situación oceánica le facilitaba el acceso a mercados ultramarinos y permitía el transporte de mercancías por barco; poseía una gran cantidad de materias primas adecuadas para utilizarlas en industria como carbón, hierro y agua y la carencia de madera propició la pronta utilización de combustibles fósiles. También contaba con facilidades para el transporte fluvial. Gracias al comercio, había una gran acumulación de capitales dispuestos a ser utilizados en nuevas inversiones. Además, las medidas librecambistas adoptadas favorecían las transacciones comerciales competitivas sin fronteras económicas interiores. 

El aumento de población europea a quien iba destinada la mayor parte de las manufacturas supuso un estímulo para la fabricación de mercancías de uso común. Los avances tecnológicos, que no habían dejado de producirse desde la Edad Media, sufrieron una aceleración en aquellos sectores que tenían que responder a la demanda. El sector productivo en el que la adopción de los nuevos avances tecnológicos tuvo un mayor impacto fue el textil. 

Los británicos crearon una serie de máquinas mecánicas para mejorar la elaboración de textiles. En 1733, John Kay inventó la lanzadera volante, logrando reducir notablemente el tiempo para fabricar una pieza de tela. La mayor velocidad de producción de tejido disparó la demanda de hilo. La industria de hilaturas experimentó un notable avance en 1763, cuando James Hargreaves construyó la spinning-jenny, un instrumento mecánico capaz de reproducir el trabajo de un hilador con la rueca y mover varios husos a la vez, abaratando el proceso. 

La primera máquina movida con la energía hidráulica aplicada a la industria textil fue la water frame, inventada por Robert Arkwright, que aumentó la producción de hilo utilizando algodón. En 1779, Samuel Crompton perfeccionó esta técnica construyendo otra máquina con la que se podía conseguir hilo más fino y resistente. 

A partir de estos momentos, todas las fases de la producción de tejidos se mecanizaron y perfeccionaron; se inventaron máquinas para el tratamiento de la materia prima. También se inventó una forma de estampar por medio de un rodillo que sustituyó a la aplicada manualmente con tacos de madera; a finales del siglo XVIII se descubrió un método químico para blanquear las telas rápidamente y los telares mecánicos sustituyeron a los manuales produciendo con más calidad y con mayor rapidez. 

Como el algodón era importado de la India, América y Egipto, las industrias textiles se concentraron en Lancashire y la Baja Escocia para abaratar el transporte, convirtiéndose Manchester en la capital de esta industria. 

En 1705 Thomas Newcomen patentó un modelo de máquina de vapor para bombear el agua de las minas; Watt perfeccionó este descubrimiento inventando un método para independizar la vaporización y la condensación de los cilindros del condensador con el fin de consu consumir menos energía, y la fue perfeccionando a lo largo de los años. En 1766 consiguió su propósito y este acontecimiento cambió radicalmente la producción. Las máquinas movidas por vapor se aplicaron para la fabricación de algodón a partir de 1780. La máquina de vapor supuso el mayor avance tecnológico del siglo XVIII. 

En cuanto al hierro, la mayor dificultad era la transformación del mineral, proceso de combustión muy lento en altos hornos para eliminar el oxígeno. La sustitución del carbón por el coque para separar el sulfuro y el alquitrán en la fundición del hierro a altas temperaturas, permitió la producción masiva de acero. 

La industria textil y la siderúrgica fueron los sectores productivos más importantes en la industrialización de Gran Bretaña. 

Gran Bretaña contaba en 1850 con la red más densa de ferrocarriles, las técnicas más avanzadas en todos los sectores y la marina más importante del mundo. La renta per cápita creció, la población se duplicó y la participación de los sectores de fabricación, minería y construcción pasó de ser una cuarta a una tercera parte en el PIB. 

La revolución industrial en los distintos países 

Prácticamente hasta el primer tercio del siglo XIX, la Revolución Industrial no se extendió fuera de Gran Bretaña. Los británicos intentaron conservar el monopolio de sus inventos y comercializaron solamente su producción en el extranjero. Los fabricantes continentales, en principio, imitaron la maquinaria inglesa y trataron de importar trabajadores especializados. Bélgica, que contaba con materias primas como hierro y carbón, fue uno de los primeros países del continente que se industrializó. 

La revolución francesa y sus consecuencias desanimaron a los inversores y retrasaron la industrialización en Francia, donde además existían otros motivos para su retraso. La propiedad de grandes latifundios en manos de nobles, poco partidarios de la inversión en reformas tecnológicas; la debilidad demográfica, con una tasa de natalidad en descenso y un crecimiento muy pequeño frente al resto de los países europeos y la escasez de recursos naturales han sido señalados como inconvenientes para una industrialización temprana. Durante el Segundo Imperio, Napoleón III apoyó el librecambismo y desarrolló una nueva política económica, creando numerosas líneas de ferrocarril, canales fluviales, grandes compañías de navegación y fastuosas obras públicas; la industria, el comercio y la agricultura prosperaron de forma significativa. 

Desde mediados del siglo XIX, Francia fue una importante potencia industrial que en parte debió su despegue al sector siderúrgico, desarrollado gracias a la expansión del ferrocarril. Alemania contaba a principios del siglo XIX con grandes recursos naturales, una población en ascenso y unos recursos agrícolas muy importantes. La unión aduanera, el Zollverein, creada en 1834, a la que se fueron uniendo la mayor parte de los Estados, facilitó la formación de un amplio mercado común. La gran extensión de líneas férreas construidas a mediados del XIX contribuyó a la expansión del sector del hierro, el acero y el carbón. Sin embargo, su fragmentación política impedía que se emprendieran proyectos unitarios y hasta después de la unificación en 1870 no se inició el desarrollo industrial que a partir de esos momentos fue muy rápido, sobrepasando a finales del siglo XIX a Gran Bretaña en la producción de acero; Alemania se convirtió en líder mundial en industria química. 

España tardó más que los países de su entorno en incorporarse a la Primera Revolución Industrial por una serie de problemas: la Guerra de la Independencia a comienzos del siglo XIX, la pérdida de los colonias americanas, la vuelta al absolutismo durante el reinado de Fernando VII y las Guerras Carlistas crearon un clima de inestabilidad política nada favorable para el desarrollo de una industria nacional. Al final del reinado de Fernando VII se iniciaron los primeros intentos de industrialización con la creación de una factoría textil levantada por Narciso Bonaplata cerca de Barcelona y de los altos hornos en Marbella fundados por Manuel Agustín de Heredia en 1832; años más tarde se crearon otro es Sevilla y Huelva que fracasaron por la falta de combustibles en lugares cercanos. La industria textil empezó a utilizar la máquina de vapor en 1844, ya durante el reinado de Isabel II, gracias al régimen político liberal constitucional. En 1848 se inauguró la primera línea de ferrocarril entre Barcelona y Mataró, seguida en 1855 de la de Madrid a Aranjuez, pero la expansión de este medio de transporte de mercancías y personas no llegaría hasta años más tarde. A partir de 1854, con los progresistas en el poder, se llevó a cabo una política de liberalismo económico que favoreció la entrada de capitales extranjeros. Las circunstancias políticas en España, con la revolución de 1868 y la posterior instauración de la Primera República, no permitieron al país llegar a ser una potencia industrializada hasta el siglo XX. Por diversas circunstancias, sucedió lo mismo en otros países como Rusia, Italia, Dinamarca y los situados en el este de Europa. 

Estados Unidos contaba ya a principios del siglo XIX con unos recursos naturales extraordinarios y una mano de obra especializada que le permitieron una rápida industrialización. A pesar de la distancia con Gran Bretaña, sus relaciones comerciales continuaban siendo fluidas, había un intenso tráfico marítimo y una inmigración incesante que favorecía la difusión de las nuevas técnicas. La guerra con Inglaterra entre 1812 y 1815 impidió el abastecimiento de productos manufacturados propiciando la creación de gran cantidad de industrias locales; además, el Estado promocionó la invención y la adaptación de maquinaria para ahorrar trabajo. Los principales sectores económicos se establecieron en tres regiones: el oeste se especializó en producción agrícola y ganadera; el este en industria y el sur en el cultivo del algodón. La red fluvial favoreció el intercambio de productos incluso antes de que se desarrollaran las vías férreas. 

La mejora de las comunicaciones permitió que el país avanzara de forma más rápida y la instalación de fábricas en puntos alejados de los lugares de producción de la materia prima. La creación de líneas de ferrocarril fue fundamental para la colonización del Oeste, que lo convirtieron en la región ganadera y agrícola por excelencia así como en mercado para los productos industriales fabricados en el Este. La construcción de las líneas del ferrocarril estuvo a cargo de empresas privadas a las que el Estado hacía concesiones y proporcionaba terrenos para la construcción; el ferrocarril empleó a muchísimos inmigrantes, sobre todo chinos y filipinos; se extendió rápidamente por todo el país a pesar de las dificultades. En 1869 se estableció ya la comunicación de la costa Atlántica a la del Pacifico por las compañías privadas Central Pacific y Union Pacific. 

La densidad de población en Estados Unidos a principios del siglo XIX provocaba una gran escasez de mano de obra a pesar de la inmigración; para trabajar las fincas algodoneras del sur se importó gran número de esclavos africanos. A finales del siglo XIX, Estados Unidos era ya la mayor potencia industrial del mundo. 

La competencia por parte de los distintos países en cuanto a sus adelantos industriales y el afán por darlos a conocer dio lugar a la celebración de Exposiciones Internacionales. 

La agricultura 

La agricultura tuvo un papel fundamental en la Revolución Industrial. Para algunos autores la revolución agrícola fue un paso previo, sin el cual no se habría podido conseguir la revolución industrial; es cierto que países como Rusia, Italia o España, en los que las estructuras agrícolas aún no habían evolucionado en el siglo XIX, tardaron más tiempo en llegar a la industrialización. 

En Gran Bretaña o los Países Bajos ante la demanda de alimentos por la presión demográfica que tuvo lugar en el siglo XVIII se introdujeron nuevas técnicas agrícolas, otros cultivos y más tarde el empleo de máquinas para mejorar el rendimiento del campo; al mismo tiempo, aumentó el número de campos cerrados y disminuyeron los bienes comunales. 

En muchos países se crearon las primeras escuelas de agricultura, sociedades de agricultores, se difundieron las nuevas técnicas y los gobiernos apoyaron las ideas fisiocráticas que consideraban el campo como única fuente de riqueza. El cambio de mentalidad dio lugar a considerar el campo como una buena inversión y se emplearan capitales en modernizar la agricultura. Las innovaciones y la inversión de capitales en maquinaria agrícola trajeron consigo un incremento muy importante en la productividad y una gran mejora en los cultivos y en la calidad de los alimentos. 

La Revolución Industrial aportó nuevos útiles, maquinaria y hábitos que cambiarían los sistemas de producción de las tradicionales labores del campo. Los trabajos agrícolas se facilitaron con la invención de un nuevo utillaje y la utilización de máquinas. Se introdujeron cultivos como el trébol, las plantas forrajeras, el maíz y sobre todo la patata, que proporcionó un alimento básico para las dietas más humildes y un mayor rendimiento a la tierra. La sustitución del barbecho por sistemas de rotación permitió el aumento de las cosechas y el cultivo de los forrajes permitieron el fomento y la cría selectiva de ganado y la producción masiva de carne, lana y piel. 

La publicación y difusión de la obra La química orgánica y sus aplicaciones al desarrollo de la agricultura y la fisiología (1840), escrita por el alemán Justus von Lieig, fue de gran importancia para el conocimiento de la química del suelo. 

La población del campo disminuyó a causa de la mecanización; ya no eran necesarios tantos agricultores e incluso con menos trabajadores aumentaba el volumen de producción. Muchas de estas personas se instalaron en las ciudades para trabajar en las fábricas o emigraron a otros países donde existían posibilidades de prosperar. 

El papel de los cercamientos en la revolución agrícola 

En Gran Bretaña, como en el resto de los países occidentales, existían extensiones muy grandes de tierras comunales sin explotar. A principios del siglo XVIII, algunos terratenientes decidieron obtener el máximo rendimiento de sus tierras y aprovecharon para cercar sus propiedades, incluyendo las tierras comunales. 

Lo que en principio parecía un abuso se convirtió en un procedimiento legal cuando los terratenientes presentaron demandas por esas tierras al Parlamento y se les con cedió la propiedad si eran apoyados por las tres cuartas partes de los otros propietarios de una parroquia. 

En esta batalla perdieron su acceso a los terrenos las gentes sin recursos que aprovechaban los comunales para utilizar la madera, criar algún animal o plantar un pequeño huerto; también fueron perjudicados los agricultores con pequeñas propiedades. A estos últimos, la competencia de los grandes propietarios les hizo vender y abandonar sus pequeños campos, que pasaron a incrementar las grandes extensiones agrícolas; a partir de estas reformas Gran Bretaña se convirtió en uno de los mayores productores agrícolas de Europa. 

España, a la llegada del liberalismo, tenía enormes extensiones de tierras de labor en manos de la Iglesia o vinculadas a mayorazgos, que no podían ser vendidas ni enajenadas y de las que no se obtenía el rendimiento adecuado. En 1836 se desamortizaron estas tierras, en su mayor parte fueron vendidas en pública subasta y adquiridas por capitalistas que no invirtieron para mejorar los cultivos, y estos terrenos quedaron en una situación aún peor que cuando estaban vinculados. 

En Italia había grandes territorios agrícolas propiedad de la aristocracia urbana que apenas servían para alimentar al ganado. Sus dueños no se preocuparon de introducir reformas durante mucho tiempo y para su explotación cedían las fincas a campesinos que sacaban de ellas escaso rendimientos. 

En Rusia las técnicas agrícolas siguieron siendo similares a las empleadas en la Edad Media y la servidumbre continuó vigente. Los siervos que trabajaban la tierra se levantaron en muchas ocasiones, llegando a situaciones extremas. 

En Francia, al contrario de lo que sucedió en Inglaterra, la mayor parte de los pequeños o medianos agricultores vieron acrecentadas sus propiedades después de la revolución francesa por la abolición de derechos feudales, el reparto de fincas de los emigrados y de la Iglesia y el cambio del régimen jurídico de los campesinos. Pese a no existir grandes capitales invertidos, poco a poco las nuevas técnicas agrícolas se pusieron en práctica permitiendo el abastecimiento del mercado interior no pudiéndose afirmar que la agricultura contribuyera al despegue industrial. 

 La revolución demográfica 

Después de miles de años de un crecimiento muy lento, sometido a retrocesos por las catástrofes naturales, guerras, epidemias o crisis de subsistencias, a partir del siglo XVIII la población europea empezó a crecer de forma sostenida y a un ritmo muy rápido. El número de habitantes pasó de los 110 millones en 1700 a 187 millones hacia 1800 y a más de 400 millones a comienzos del siglo XX, todo ello a pesar del fuerte flujo migratorio hacia ultramar. 

Las causas del desarrollo parecen ser varias. Se dio un descenso importante de la mortalidad, especialmente de la mortalidad infantil, atribuido por muchos autores a las mejoras en la alimentación gracias a los avances de la agricultura, a la construcción de redes de alcantarillado y la limpieza de las calles, al abastecimiento de agua potable en las ciudades y a la generalización de la higiene personal. 

Sin duda tuvieron una gran importancia los progresos de la medicina y de la cirugía. El uso de antisépticos en cirugía y la generalización de las medidas higiénicas evitaron muertes y contagios innecesarios, pasando los hospitales de ser lugares donde los enfermos iban a morir a centros de curación. 

El crecimiento de las ciudades desde principios del siglo XVIII a mediados del siglo XIX fue otro fenómeno ligado al aumento de población. La explicación a este crecimiento urbano se encuentra en la emigración de los obreros agrícolas y la oferta de trabajo en las fábricas. 

Otra consecuencia del crecimiento demográfico fue la emigración de aquellos que buscaban oportunidades en otros países. En poco más de un siglo, de 1800 a 1930, abandonaron el viejo continente unos 40 millones de europeos. El aumento de la población y la sustitución de la mano de obra explican la búsqueda de tierras en otros continentes. Además, la revolución de los transportes facilitó los viajes tanto por tierra como por mar. Los principales países receptores de emigrantes fueron Estados Unidos y Canadá en América del Norte y Argentina y Brasil en América del Sur. 

 El trabajo en las fábricas 

Antes de la Revolución Industrial, las energías aplicadas al trabajo habían sido la humana y la animal, pero con la utilización de la energía liberada por la combustión de carbón se inició un nuevo sistema de producción, en el que la fábrica sustituía a los antiguos talleres artesanales. 

Richard Arkwright, inventor de la water frame, fundó en 1771 la primera fábrica en Inglaterra, la Cromford Mill, y la situó a orillas del río Denvert para utilizar la energía hidráulica. Esta primera industria reunía los trabajadores, la fuente de energía y las máquinas en un solo lugar. Arkwright redactó el primer código de comportamiento en las fábricas, para imbuir disciplina a los obreros y conseguir así una mayor productividad para obtener beneficios. Fue un primer intento para racionalizar una nueva forma de trabajo. Se originaron nuevas teorías sobre las técnicas de organización del trabajo, como la enunciada por Baddage, que no consideraba la máquina aislada sino la fábrica en su conjunto y pensaba que la retribución del trabajo debía de estar en función de lo producido por el obrero. 

Durante muchos años paralelamente a la instalación de las fábricas subsistieron los talleres familiares donde se trabajaba a tiempo parcial, con mano de obra barata para completar la producción de las grandes industrias. Estos talleres se mantuvieron en Inglaterra hasta mediados del siglo XIX. 

Los grandes talleres artesanales con obreros especializados también continuaron trabajando hasta la plena mecanización de las fábricas a mediados del siglo XIX; algunos de sus obreros, los que no se adaptaban a las nuevas condiciones fabriles, fueron los que más se enfrentaron, con levantamientos organizados, a esta mecanización que les arrebataba su trabajo. 

Las transformaciones tecnológicas y la organización del trabajo iniciada en el siglo XVIII no produjeron sus frutos en la economía global hasta la segunda década del siglo XIX. 

 La revolución de los transportes 

Hasta el siglo XIX no llegarían a aplicarse las nuevas tecnologías a los transportes y también fue en Gran Bretaña donde se iniciaron las innovaciones en este sector. Durante el siglo XVIII se perfeccionaron los transportes por barco con la invención de nuevos instrumentos de navegación, como el cronómetro, y la mejora de los canales. 

Gran Bretaña contaba con un importante sistema fluvial con caudalosos ríos navegables, especialmente útil para el traslado de carbón y otros materiales pesados. Las grandes obras para mejorar el sistema fluvial inglés se iniciaron en 1761. También se mejoró la red de ríos navegables. Por tierra se renovaron los caminos y se utilizó también el tren, inicialmente arrastrado por tracción animal. 

La revolución en los transportes se produce con la aplicación de la máquina de vapor al ferrocarril y a los barcos. Se inició en 1825 cuando Stephenson construyó una locomotora impulsada por vapor, logró que se moviera sobre raíles y utilizó la primera línea de ferrocarril para llevar carbón entre Stokton y Darlington, después de muchos años de intentos que no habían dado resultados. En 1856, ya en la II Revolución Industrial el convertidor de Bessemer para la producción de acero fue fundamental en este proceso; a partir de entonces el acero se utilizó para la elaboración de locomotoras, raíles, cascos de barcos y toda clase de máquinas, impulsando definitivamente la industria metalúrgica. La construcción del ferrocarril constituyó el invento más importante de su época y supuso un gran estímulo para todas las actividades económicas. 

Supuso un avance fundamental para el desarrollo de nuevas técnicas financieras y normativas legales capaces de asegurar la movilización de capitales, y para las construcciones de obras públicas como viaductos, puentes, etc. 

Las consecuencias de la utilización del ferrocarril fueron de gran importancia al abaratar el traslado de mercancías, productos agrarios y ganado, facilitando la especialización de cultivos para la exportación y dando salida a los excedentes. Dio lugar a la articulación de mercados nacionales e internacionales, la apertura del comercio y la posibilidad de multiplicar los intercambios. En el terreno militar facilitó el transporte rápido de tropas y pertrechos y desde el punto de vista social promovió la movilidad de las personas. 

En el transporte marítimo y fluvial, los nuevos barcos tuvieron una mayor facilidad para adaptar las máquinas de vapor que los ferrocarriles. Los primeros vapores se utilizaron para el transporte interior por canales y ríos, luego por las líneas costeras y transoceánicas. Después, la utilización de máquinas de vapor en los barcos se impuso de forma definitiva hacia 1880; los nuevos barcos compitieron aún mucho tiempo con los clippers, barcos de vela que alcanzaban elevadas velocidades en navegación de altura que sobrevivieron hasta las primeras décadas del siglo XX. 

La revolución en los transportes y en las comunicaciones multiplicó los intercambios e hizo posible la unificación del mundo. 

La nueva cultura política 

La Revolución Industrial produjo en el mundo occidental, en un período de tiempo relativamente corto, un cambio en las condiciones materiales de vida de todas las personas como no se había experimentado nunca anteriormente. En momentos anteriores ya habían ocurrido cambios muy importantes tanto filosóficos (racionalismos), como científicos (leyes de la dinámica celeste), pero su efecto social era muy limitado, habían influido en un número muy reducido de personas. 

Igualmente, fue la fábrica la que dio lugar a la aparición del “conflicto de clases” con dos protagonistas destacados, por una parte la enriquecida burguesía y por otra el proletariado, producto de la masiva migración del campo a las ciudades y de la división del trabajo. 

La magnitud de los efectos sobre la sociedad de su tiempo dio lugar a una profunda reflexión intelectual, que podemos encuadrar en dos vertientes. De una parte aparece la cuestión social y el conflicto de clases.

La Revolución Industrial acarreó un incremento de la producción que, superando al crecimiento demográfico, permitió un importante crecimiento de la renta per cápita y también una mayor distribución de la riqueza, la burguesía frente a los terratenientes. Junto a ello, las masivas migraciones produjeron una concentración obrera alrededor del lugar de trabajo, el hacinamiento de viviendas en los barrios obreros en torno a las fábricas y duras condiciones del trabajo. Todo ello magnificó la percepción de las desigualdades y desembocó en el conflicto social de las dos clases emergentes, burguesía y proletariado. 

De otra parte el éxito material alcanzado se atribuyó al progreso científico y más concretamente al empirismo del “método científico” basado en la observación de los hechos. Se pensaba que la aplicación del empirismo a las relaciones humanas, podía dar lugar al descubrimiento de las leyes que rigen el comportamiento social de las personas, y al desarrollo de las técnicas para modificar este comportamiento en beneficio de los individuos. Sería posible reordenar científicamente la sociedad, convulsionada por las revoluciones políticas y económicas precedentes, y remediar los males que le aquejaban. 

  • Nacimiento de la idea social 

La Revolución Industrial dio lugar a una sociedad más ágil, permeable y compleja. El cambio esencial que se produjo fue la sustitución de la estructura estamental del Antiguo Régimen por la clasista. Las clases privilegiadas en el Antiguo Régimen disfrutaban de exenciones fiscales y estaban liberados de otras servidumbres, mientras que los pertenecientes al tercer estado o pueblo llano debían pagar impuestos para sustentar a los otros estamentos. En la nueva sociedad, de acuerdo con los principios del liberalismo, la ley debía ser igual para todos y ningún puesto o función debía ser monopolio de un grupo social; también se contemplaba la libertad económica, con la desaparición de las normas que limitaban la posibilidad de producir bienes y comerciar con ellos. 

Como es lógico las diferencias económicas subsistieron, mientras que la riqueza y las posibilidades de hacer buenas inversiones y negocios continuaban estando en un número reducido de personas. Pero estas diferencias permitían el progreso sin las cortapisas existente en la sociedad estamental. Aunque los nobles continuaron a la cabeza de esa nueva sociedad de clases, la burguesía desempeñó importantes cargos políticos, se enriqueció gracias a los negocios y pudo incluso obtener títulos nobiliarios. 

El capitalismo, que se basaba en la propiedad privada de los medios de producción, fue el sistema económico del liberalismo, fundamentado en unos principios doctrinales propios que servían para dar respuesta a las necesidades planteadas en esos momentos. Tuvo como consecuencia la aparición del proletariado y el aumento de poder de la burguesía. Para la construcción de fábricas y adquisición de maquinaria los empresarios necesitaban acumular capitales y para conquistar mercado era preciso abaratarla producción en una etapa de gran competitividad. Las empresas encontraban con facilidad abundancia de obreros a los que podían variar las condiciones según las necesidades del que contrataba. 

Las mujeres y los niños debían trabajar también, pese a las malas condiciones laborales, para completar las necesidades de la familia. Los trabajadores más desarraigados eran los que venían del medio rural y se encontraban en un ambiente desconocido sin posibilidades de encontrar ayuda. Pero las ciudades industriales no eran peores que las míseras aldeas, ni las condiciones del obrero industrial se diferenciaban mucho, en lo que a calidad de vida se refiere, de las del campesino pobre. 

Hasta que se inició la industrialización la mayor parte de la población trabajaba en la agricultura y vivía en comunidades rurales de reducido tamaño. Las ciudades eran centros administrativos y comerciales relativamente pequeños. La creación de industrias en las ciudades y la emigración dio lugar a un mayor poblamiento de los núcleos urbanos, con barrios cercanos a los centros industriales, en los que se levantaron edificios sin ningún tipo de planificación en lugares contaminados por el humo de las fábricas,carentes de alcantarillado y agua corriente. En estas precarias casuchas era habitual que toda una familia viviera hacinada en una sola habitación. El trabajo en las fábricas era monótono, con jornadas interminables que llegaban hasta las 14 horas, en algunos trabajos se manipulaban sustancias peligrosas para la salud, como el fósforo, que producía malformaciones óseas y en la minería eran corrientes los accidentes mortales. 

Estas situaciones precarias fueron analizadas por los socialistas “utópicos”, o primeros teóricos del socialismo, críticos con el sistema capitalista, que ponían de manifiesto las grandes desigualdades sociales y ofrecían alternativas o proyectos tomando como base las ideas ilustradas; estaban en contra del liberalismo económico, del capitalismo y defendían un mundo más justo y solidario. Los representantes más destacados de este movimiento fueron: 

  • Robert Owen (1771-1858), nacido en Newton (Inglaterra). En 1801 se hizo cargo de un negocio de sus suegros que administró con eficacia consiguiendo una discreta fortuna. Fundó una escuela animándose a idear un sistema de educación para renovar la sociedad. En 1812 publicó su obra titulada New View of Human Society en la que proclamaba la igualdad absoluta de derechos y la abolición de toda superioridad, mostrando su preocupación por la vida de los obreros. En su fábrica de tejidos de Escocia, fundó una colonia de propiedad colectiva con viviendas para obreros y escuelas para sus hijos, pero este ensayó no triunfó. Siguió promocionando el socialismo y ensayó nuevas experiencias comunitarias sin éxito. Murió en 1858 en Newton, su ciudad natal. 
  • Claude Henri de Rouvry, duque de Saint-Simon (1760-1825), escritor, político, teórico del socialismo y positivista, nació en París. Se preocupó durante toda su vida por denunciar en sus escritos las injusticias sociales que veía a su alrededor. Renunció a su título y se hizo republicano. Fundó varios periódicos y murió en 1825 en la mayor de las miserias. 
  • Pierre Leroux (1797-1871) fue seguidor de las ideas de Saint-Simon. Inició su actividad como escritor publicando artículos filosóficos. Liberal y antimonárquico, entró en la Masonería y en la sociedad de los Carbonarios. Creador del término socialismo, lucho por los derechos de los trabajadores. 
  • Charles Fourier (1772-1837), nacido en Besançon (Francia), fue inventor de un sistema con el que pretendía encauzar las pasiones humanas hacia un fin útil para la comunidad. Proyectó una sociedad ideal llamada Falansterio que sus discípulos pusieron varias veces en práctica fracasando siempre. 
  • Jean Joseph Louis Blanc (1811-1882), nació en Madrid en plena Guerra de la Independencia. Desde muy joven publicó artículos sobre política, poesía y se interesó por la historia. Expuso ideas sobre la organización del trabajo, achacando la miseria social al individualismo y pidiendo solidaridad. En 1848 fue miembro del gobierno provisional revolucionario. Pidió la supresión de la pena de muerte y fundó “talleres sociales” mantenidos por el Estado para emplear a los parados. 
  • Louis Auguste Blanqui (1805-1881) nació en Puget-Teniers (Francia). Estudió derecho y medicina en París y tuvo que ganarse la vida como preceptor hasta que se sintió atraído por la política. Fue un destacado teórico del socialismo utópico. Sus obras ejercieron una gran influencia durante el siglo XIX. Sus continuas actividades revolucionarias y su activo liderazgo fueron la base de la corriente revolucionaria denominada Blanquismo. Pasó muchas etapas de su vida en la cárcel por revolucionario y murió desterrado. 
  • Etienne Cabet (1788-1856). Nació en Dijon, estudio la carrera de abogado, que ejerció unos años sin gran brillantez. Participó en la revolución de 1830. Fue miembro de la sociedad secreta de los Carbonarios, socialista utópico y en su novela Viaje a Icaria, publicada en 1842, trató de demostrar la superioridad del socialismo sobre el capitalismo. En 1848, después de la revolución en la que no participó, se instaló con un grupo de discípulos que cedieron sus bienes a favor de la comunidad en Texas. En su colonia ideal no había más que peleas y discordia y se trasladó a Illinois con unos pocos discípulos, de donde fue expulsado por los mormones. En 1854, después de pasar algún tiempo en Francia, volvió a Illinois para disolver su sociedad, y allí falleció. 

 El positivismo 

En su sentido más amplio se entiende por positivismo toda corriente filosófica que proclama que sólo el conocimiento basado en la observación y evaluación de los datos empíricos es sólido y fiable. Se contrapone al idealismo y excluye como fuente de conocimiento las especulaciones metafísicas y las ideas apriorísticas. 

En un sentido más restringido, se aplica a la filosofía derivada del pensamiento de Augusto Comte (1798-1857), que dio origen y nombre a la ciencia de la sociología. Comte, hijo de un funcionario del fisco, nació en Montpellier, Francia, en el seno de una familia profundamente católica y lealmente monárquica, pero los aires republicanos y el escepticismo que dominaban la vida francesa hicieron que desde muy temprano, a la edad de 14 años, abandonara deliberadamente estos orígenes ideológicos. Por su carácter indisciplinado fue expulsado de la École Polytechnique, donde se impartía una sólida formación en matemáticas, ciencia e ingeniería; pero ya por entonces los conocimientos adquiridos le han dado el impulso para concebir la necesidad y creer en la posibilidad de extender los métodos científicos de la física al estudio y mejora delas relaciones sociales. La creación de una nueva ciencia a la que dio inicialmente el nombre de “física social” y luego el de sociología pasó a ser la misión de su vida. Su carácter dogmático le llevó a concebir el positivismo como una religión oficiada por los científicos y de la que él mismo seria el sumo sacerdote. 

En 1817 entró a colaborar como secretario con Saint-Simon durante 7 años. Tras romper con él, por pensar que se había apropiado de sus ideas comienza su andadura en solitario. Murió en París a los 59 años. 

En su libro Curso de Filosofía Positiva estableció las bases de su doctrina con su aserto de que tanto la humanidad en su conjunto como el individuo en su desarrollo personal pasaban por tres etapas o estadios de desarrollo y conocimiento. En el primero, estadio teológico o mágico, el hombre busca la explicación delos fenómenos de la naturaleza en poderes sobrenaturales o divinos. El segundo estadio es el metafísico; lo teológico sobrenatural es despersonalizado y reemplazado por cualidades abstractas radicadas en las cosas mismas. Solamente la tercera etapa, la científica o positiva, permite al hombre “observar-preveractuar”. No importa saber lo que las cosas son sino cómo ocurren. La tarea de las ciencias es la de observar las regularidades de los fenómenos naturales y de ellas derivar las leyes generales que los rigen. De estaforma se podrá controlar la naturaleza e incluso la sociedad, asegurando el orden social. Junto a la “ley de los tres estadios”, Comte presentó la idea de que las ciencias están ordenadas jerárquicamente formando una pirámide de seis niveles. El nivel inferior lo constituyen las matemáticas, ciencia que tratando los aspectos más abstractos del conocimiento no necesita para su desarrollo de ninguna otra. En los niveles sucesivos nos vamos encontrando a la astronomía, física, química y biología. El vértice de la pirámide está constituido por la sociología, la última y la más grande de todas las ciencias a las cuales integra y sintetiza en un todo cohesionado. 

Dentro del positivismo del siglo XIX podemos citar junto a Comte, al filósofo, político y economista británico John Stuart Mill (1806-1873) y a Herbert Spencer (1820-1906), que gozó de una enorme popularidad en Gran Bretaña y en Estados Unidos hasta el punto de que su obra más famosa, Estudio de Sociología, llegó a publicarse por entregas. Frente al intervencionismo social propugnado por Comte, derivado de su concepción religiosa de la nueva ciencia, los representantes británicos, grandes admiradores de Adam Smith, defendían que el progreso se alimentaba del esfuerzo individual y propugnaban las ideas económicas del liberalismo.

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