viernes, 18 de noviembre de 2022

MARCEL PROUST

En pocas oportunidades, el lector llega a conocer aspectos de la vida de un autor que admira, pese a que estos conocimientos , le ayudarían a comprender mejor su obra. En el caso de Marcel Proust, a los 21 años, sus biógrafos lo describen como un joven agradable y conocido de sociedad que, a la vez, era excéntrico, frágil de salud, víctima de agobiantes alergias, y que solo apoyado en medicinas y en una voluntad decidida, logró vivir lo suficiente como para escribir "En busca del tiempo perdido", que no es un solo libro, sino un trabajo continuado, formado por 16 libros, sin duda, una de las mejores obras literarias del siglo XX.

Se le ha comparado con Fabre, porque éste analizó las sociedades de los insectos, lo que Marcel hizo con la sociedad humana., pero él no lo hizo como un observador imparcial sino se convirtió en un comentador analítico; también, fue comparado con Bergson que consideraba el tiempo como una fuerza creadora, pero, Proust, más bien calificó al tiempo como una fuerza destructora y en cuanto a la comparación con Joyce, la diferencia radica en que éste es subjetivo, mientras que las asociaciones de Proust no son libres, sino estrechamente ligadas a una cadena de recuerdos. Además, puede decirse que la obra de Marcel Proust, es una autobiografía de inusitada vastedad y, por cierto, una obra maestra de sensibilidad.



BIOGRAFÍA

Proust nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, un elegante suburbio rural de París. Su familia pertenecía a la alta clase media. Su padre, el doctor Adrien Proust, no sólo ejercía la Medicina, sino que era profesor de la Escuela de Medicina de París y figura prominente del cuerpo médico francés. Su madre era Jéanne Weil, una bella y culta judía alsaciana, que adoraba y mimaba a su pobre hijo desvalido. Robert, el más joven, heredó la robusta salud, la profesión y el gran sentido común de su padre; Marcel, dos años mayor, heredó los nervios y la sensibilidad enfermiza de su madre. A los nueve años padeció un ataque, diagnosticado como asma y que sucesos ulteriores contribuyeron a agravar. Proust se convirtió en un asmático crónico, un ser medio inválido que siguió siendo -quiso seguir siendo- un enfermo toda su vida. Se apegaba apasionadamente a su madre. En uno de los momentos más conmovedores de El camino de Swann, la primera parte de En busca del tiempo perdido, es la gran tristeza que experimenta el autor, cuando niño, motivada porque su madre había olvidado darle el acostumbrado beso a la hora de dormir, el cual, sin poder dormir, proyecta enviarle una nota para que se la deslicen en la mano de su madre durante la comida En La Introducción, escribe "Tanto amaba aquella despedida que llegué al extremo que se prolongara el rato de expectación durante el cual aguardaba la aparición de mi madre. A veces, cuando, después de haberme besado, abría la puerta para irse, ansiaba pedirle que volviera a mi lado, para decirle "bésame otra vez". Pero yo sabía que esto le iba a desagradar, ya que el miramiento que tenía con mi desgracia y su inquietud por ella, siempre molestaba a mi padre, quien consideraba absurdas todas aquellas ceremonias y el verla disgustada me robaba la tranquilidad que me infundía un momento antes, al inclinar su adorable cabeza sobre mi cama, y acercármela como una hostia, para el acto de la comunión en que mis labios bebían con deleite la sensación de su presencia real, y con ella la posibilidad del sueño"

Hay poca diferencia entre el Yo de la novela autobiográfica y el "Marcel" de la vida real. Cuando fue hombre, Proust frecuentemente se dirigía a su madre en el mismo tono quejumbroso y angustiado de niño dolorido. Este es un ejemplo: "La verdad -escribía en una carta a su madre, -después que ella le había amonestado por llevar una vida que no sólo era frívola, sino peligrosa que, tan pronto como me siento mejor, mi género de vida, que me ayuda a mejorar, te irrita. No es ésta la primera vez. La otra noche agarré un resfriado -si se convierte en asma, estoy seguro de que serás benigna, nuevamente conmigo. Pero es algo triste no tener salud y cariño al mismo tiempo." El acento de mortificación frecuentemente se une en Proust a una mezcla de histeria reprimida y propia conmiseración.

Marcel fue criado y educado casi exclusivamente por su madre. Ella trató de fortalecer su espíritu incitándole al trabajo -era muy perezoso para sus lecciones-, pero siempre que le regañaba. Si Marcel tenía un prolongado ataque de tos, su madre se veía obligada a abandonar el papel de preceptora trocándolo por el de enfermera. .Él se retiraba a la biblioteca, donde convertía la vida en literatura; se decía que tragaba los libros y leía a la gente. Esperaba con ansiedad las épocas en que su familia veraneaba en Illiers, donde había una gran biblioteca en casa de su padre. Entretanto recibía una instrucción irregular.

A los 21 años, Proust era un joven de sociedad, agradable y muy conocido. Era como su madre, de tez morena aceitunada, de lustroso cabello negro y soñadores ojos negros "embrujadamente expresivos". Una sonrisa continua, agradable y acogedora se dibujaba en sus labios y su risa estallaba al menor pretexto. Daba la impresión de un niño muy crecido, indolente y extremadamente observador. De constitución delicada, por sus modales tímidos y afeminados, se convirtió en favorito de las damas de mayor edad. Hizo su aparición en el exclusivo mundo de la aristocracia en el salón de madame Geneviève Strauss, que había sido esposa del compositor Bizet y madame Arman de Cailavet, provocativa inspiradora de Anatole France.

Proust tenía 25 años cuando publicó su primer volumen Les plaisirs et le tours, que tuvo el prefacio que obtuvo de France madame Caivallet. La dedicatoria, decía: "A mi amigo Willie Heath, muerto en París el 3 de octubre de 1893". Entonces, Proust tenía 22 años, y su dolor fue tan grande que, pasados tres años, describía de la siguiente manera a su compañero, con el que se solía encontrar en el Bois:
"Acostumbrábamos vernos por las mañanas; tú, que me habías visto llegar, esperándome bajo los árboles, permanecías allí, descansando, como uno de los jóvenes señores que Van Dyck gustaba pintar. Parecías participar de su pensativa elegancia…, pero si el aire distinguido de tu porte pertenecía al arte de Van Dyck, tenías más de Vinci, por la intensidad misteriosa de tu vida espiritual. Frecuentemente, con tu dedo levantado, tus impenetrables ojos, y sonriente en la contemplación de algún enigma que no revelabas, me parecías el joven Juan Bautista de Leonardo. En aquella época teníamos el anhelo, casi el proyecto, de vivir cada vez más próximos el uno del otro, en un ambiente de comprensión y de hombres y mujeres magnánimos, protegidos por ellos de los vulgares ataques de la maldad y de la estupidez… Demasiado débil para desear el bien, demasiado respetuoso para disfrutar del mal plenamente, conociendo solo el sufrimiento, he tenido el valor de hablar de ellos con lástima suficiente para publicar estos ligeros esbozos".

Marcel era bondadoso, delicado y agradecía el más insignificante favor y la menor atención, y cuán terrible e insensata tristeza le invadía si se sentía mortificado, o creía que debía sentirse herido. Le gustaba la compañía de las muchachas, así como de los jóvenes -ya que no podía practicar ningún deporte tan agitado como el tenis, gustaba de planear sus excursiones campestres-, pero ninguna muchacha tomó en serio sus atenciones, y sus compañeros únicamente fingían estar celosos de él, para halagarlo.

Cierto es que el constante cariño por su madre, hizo que su vida emocional fuera equívoca, en cambio. no hubo vacilación en su vida intelectual. Sabía que iba a ser escritor, aun antes de ponerse a escribir. Después de cumplir los veinte años, formó parte de un grupo que, cultivado en los salones de madame Strauss, floreció en una pequeña revista: Le Bouquet. Tenía algo del valor y algunas de las pretensiones del The Yellow Book.

Antes de alcanzar los treinta años Proust mostró tendencia a destruirse a sí mismo. Casi derrotado por una desesperada disyuntiva, vacilaba entre la pureza y la necesidad. Por una parte, deseaba hablar y escribir con franqueza, pero se daba cuenta de la exigencia social de recatarse y sufrir la lucha entre lo que quería revelar libremente y lo que debía ocultar al público, a sus padres y hasta a él mismo. Su vida cotidiana, en esta situación era muy difícil. Vivía ocasiones y momentos en que le resultaba literalmente difícil hasta respirar. Con la muerte de su padre, sucedida en 1903, y la de su madre, dos años después se volvió un hipocondríaco y fue muy desgraciado. La muerte de su madre fue un golpe del cual nunca se recobró. Proust se volvió un huérfano desamparado a los 34 años y se sintió hasta el fin de sus días como un niño abandonado.

Durante la producción de su gran obra, Marcel se encerró, aislándose como un neurasténico, cuyos nervios de irritaban por las cosas más nimias, como los ruidos de la calle, el polen de los árboles, incluso, se sentía afectado por la luz del día. Para evitar escuchar los ruidos, amortiguó con corcho la habitación que ocupaba y las ventanas las cubrió de celosías para evitar la entrada de la luz del sol. En el invierno, dormía completamente vestido y aun, en verano se forraba con un jersey, medias, gorro de dormir, guantes y bufanda. Permanecía en cama por más días, los frascos de medicinas y los pomos vacíos estaban esparcidos por todas partes, mezclados con sus manuscritos. Y en un desorden completo, reposaban los veinte grandes cuadernos que contenían las últimas partes de su obra.

Viviendo a costa de analgésicos y falsos estimulantes, su situación empeoró rápidamente. Tenía que tomar narcóticos para descansar; y, después de dormir tres días merced al veronal, se requería la adrenalina y la cafeína para que permaneciera despierto. A los cincuenta y un años contrajo una pulmonía, pero no quiso llamar al médico. Su hermano, el doctor Robert, tuvo que valerse de la fuerza para atenderle. Proust se negaba a hablarle y desechaba los medicamentos, quejándose de que él tenía que trabajar. Su última hora la dedicó a corregir pruebas. Sobre todo, quería hacer unas modificaciones a su descripción del escritor moribundo, Bergotte, "porque -decía- tengo que hacer varios retoques, ahora que me encuentro en el mismo predicamento".

Proust estaba listo para comenzar su gran obra. Había sabido granjearse el favor de la alta sociedad. Su encanto y afabilidad, reforzada por su reputación de autor de agradables trivialidades, despertaron el interés del conde Robert de Montesquiou, el degenerado que era la comidilla del día, ante el cual se humilló, y de la princesa Matilde, sobrina de Napoleón, a cuyos pies se arrodilló literalmente besándoselos. No le importaba ser servil, si con ello conseguía su propósito. Inmoderamente ambicioso y extraordinariamente curioso, Proust lo observaba todo y no olvidaba nada. Sus recuerdos de niño abandonado se convirtieron en una leyenda de decadencia y desintegración universal. Las horas muertas y los momentos magníficos, los maliciosos rumores difamadores y las aventuras francamente escandalosas, lo inocente y virtuoso y lo cínico y vicioso, se mezclaban promiscuamente. 

Imperceptiblemente cambiaban las proporciones, transformada en vasto ejemplo del desmoronamiento de las barreras de clase, la lenta compenetración de la poderosa burgue­sía y la decadente aristocracia. Con un ligero disfraz, Proust incluyó a todas las personas que conoció en su Recuerdo de las cosas de antaño. El infame conde Robert de Montesquiou fue el modelo que tomó para el siniestro barón Palamede de Char­lus; ambos· se jactaban exageradamente de sus tiempos, y eran francamente pervertidos, y no se avergonzaban de su indiscri­minada homosexualidad. Charles Haas, el banquero amigo de la familia, se convertía en el misterioso, estoico y admirable Charles Swann. El ama de llaves de Proust, Céleste Albarret, era el prototipo de la sabia criada campesina, Francoise. Proust negó que éstos, como sus otros personajes, hubieran sido toma­dos de la vida real, y sostenía que todos eran imaginarios; pero no hay casi duda de que estos retratos fueron dibujados, reto­cados y, posiblemente, alterados, sirviéndose de modelos vivos.

Elogiado por la exactitud de sus menores detalles, Proust se negaba a aceptar el cumplido. "Aun aquellos que quedaron impresionados favorablemente -escribía- me felicitarán por la exactitud "microscópica" con que (los detalles) los había mos­trado, cuando, por el contrario, yo había empleado un telesco­pio para revelar cosas que parecían ser tan pequeñas debido sólo a que se encontraban a gran distancia, y eran, en realidad, un mundo, cada una de ellas."

Sólo hay un personaje que no llega a convencer jamás: la joven Albertine, de la que el narrador está perdidamente ena­morado, defrauda al lector por la misma razón que defraudó a su creador. Aunque se pretendió que fuera un enigma, es tan sólo un sustituto sintético. Albertine es descrita como una les­biana típica que acepta los regalos de su amante, su protección y su casa, pero que le traiciona burlando su imperiosidad y engañándole a cada oportunidad que se le brinda. Si uno se imagina a la Albertine real como un homosexual y no como una lesbiana, el fracaso de Proust se comprende, si bien no se justifica del todo. "Está generalmente admitido que esa historia alude -escribe Charlotte Haldane-, en efecto, a un muchacho joven con el que el narrador pudo tener algún enlace sentimental." Como la mayor parte de los personajes de Proust son retratos combinados de varios personajes reales, es posible que hubiera más de un "Albert". Pero si recordamos que la imagi­naria Albertine murió en un accidente automovilístico, cobra gran relieve un ensayo que Proust escribió en 1919. Parte del ensayo se refiere a Agostinelli, chofer de Proust (después su secretario), y contiene esta nota aclaratoria: "No podía prever que siete u ocho años más tarde este joven me pediría que se le permitiese publicar uno de mis libros, y que aprendería a volar bajo el nombre de "Marcel Swann", con lo cual su amis­tad ideó combinar mi nombre de bautismo con el nombre de uno de mis personajes, y que a la edad de veintiséis años encon­traría la muerte en un accidente de aviación."

La obra Recuerdo de las cosas de antaño ha sido caracteriza­da como una novela que fue escrita para explicar por qué había sido escrita. En cierto sentido, esto es verdad, ya que a Proust le preocupó lo que había de ser tanto una confesión personal como una crítica social. El crítico tuvo que alabar al advenedizo; el snob hubo de convertirse en satírico. Proust comenzó su descomunal novela un año después de la muerte de su madre, cuando tenía treinta y cinco años, y trabajó en ella hasta el día de su muerte, acaecida diecisiete años más tar­de. Tardó siete años en acabar las primeras mil quinientas páginas. Ninguna revista quiso publicarla como folletín; por fin, Marcel pagó a un editor de poca importancia, y casi desconocido, para publicar la primera parte, El camino de Swann (1913), que apenas fue tenida en consideración por los críticos. Cinco años más tarde apareció la continuación A`lOmbre de Jeunes filles en Fleurs, que le ganaron el Premio Goncourt, y en los cuatro años siguientes vieron vida Le coté de Guermantes, Sodome et Gomorrhe, Le Prisionniere, Albertine Disparue, el Pasado recuperado.

La memoria subconsciente de Proust fue el medio que le dio la victoria sobre el tiempo destructor. Examinándose a sí mismo, se dio cuenta finalmente de la razón por la cual ya no le preocupaban las contradicciones, "indiferente a las vicisitudes del futuro".

Durante la producción de su gran obra, Proust se encerró en un aislamiento neurasténico. Dormía completamente vestido en Invierno, incluso en Verano se ponía jersey y bufanda y, ya en la cama, agregaba medias, gorro de dormir y guantes.

En cierta ocasión, aventuró a salir de noche, pero a las pocas salidas debió recluirse en su inhóspita habitación. Vivía a base de analgésicos y falsos estimulantes, por lo que su situación empeoró rápidamente. A los 51 años, contrajo una pulmonía, forzándolo, su hermano Robert, médico, lo atendió pero no hizo caso de sus consejos. Por el contrario, sus últimas horas las pasó corrigiendo pruebas, porque quería corregir su descripción del escritor moribundo "ahora que me encuentro en el mismo predicamento." Solo dio término a estas correcciones, hasta que el lápiz se escurrió de su mano. Estaba muerto.

Era el 18 de noviembre de 1922.
Marcel Proust

1 comentario:

  1. Hoy he visitado su blog y me he llevado una sorpresa agradable. Gracias por la precisión, variedad y pasión que emergen de sus trabajos.

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