Los seres humanos somos seres
sociales: necesitamos vivir en sociedad para cubrir nuestras necesidades
básicas. El deseo de evitar el aislamiento en la sociedad es un hecho latente
que afecta a todos por igual y que determina y explica muchos de los procesos
sociales.
La sociedad se sostiene por
el consenso y los valores comunes: todo aquel que discrepe de la ideología dominante sufrirá la amenaza del aislamiento. El
individuo que no actúe de acuerdo con esos valores será aislado, se le
retira el trato y se le hace el vacío. La amenaza persiste cuando no hay
acuerdo sobre los valores, es decir, cuando la sociedad, por una u otra razón,
busca nuevas perspectivas y nuevos valores y encuentra muchos.
Existen una serie de personas
que, por afinidad al sistema vigente, se encargan de perpetuarlo en el tiempo a
través de valores culturales: los líderes de opinión, los escritores, los
directores de periódicos, los artistas, los profesores y otros creadores
perpetúan la ideología dominante a través de la cultura en el sentido amplio
del término.
Esta opinión dominante que ha
surgido como consecuencia de los medios de comunicación, de la mediatización de
los mensajes y del trasvase de información, que son canales de los cuales
procede la estimación, al menos en un primer momento, del clima de opinión. Los
medios se constituyen en empresas informativas, las cuales tienen unos
intereses propios que ponen, en ocasiones, en boca de los periodistas. Que un
individuo se vea apoyado por los medios de comunicación con respecto a un tema
en cuestión le hace tender a la elección de la expresión pública, porque en
cierto modo se siente respaldado por una gran fuerza y le hace perder ese miedo
constante que tenemos al aislamiento, que nos hace evaluar continuamente el
clima de opinión.
La sociedad amenaza con la exclusión a quienes se alejan del
consenso; de lo moral y supuestamente válido; de lo establecido, que es
establecido, a su vez, por ellos mismos y por los medios de comunicación de
masas, en contra de cuyos criterios asentados nos cuesta tanto opinar. Ese
temor al aislamiento forma parte integrante de todos los procesos de opinión
pública. Aquí reside el punto vulnerable del individuo; en esto los grupos
sociales pueden castigarlo por no haber sabido adaptarse. Hay un vínculo
estrecho entre los conceptos de opinión pública, sanción y castigo.
Maquiavello, en el siglo XVI, es quien se aproxima a la raíz
de esta teoría de la espiral del silencio cuando diferenció la política de la
moral y anunció que nunca hay que parecer contrario a la opinión que tenga la mayoría:
“Todos ven lo que tú aparentas, pero pocos sienten
lo que eres, y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la
mayoría”.
Este miedo al aislamiento es el que pone en marcha la
hipótesis del silencio: “Correr en el pelotón constituye un estado de
relativa felicidad; pero si no es posible, porque no se quiere compartir
públicamente una convicción aceptada aparentemente de modo universal, al menos
se puede permanecer en silencio como segunda mejor opción, para seguir siendo
tolerado por los demás”.
En consecuencia, los ciudadanos con opiniones distintas a
las de la mayoría se sienten a menudo tentados a mantenerse callados. Su
silencio les hace invisibles en la esfera pública, lo que provoca que acaben
teniendo la sensación de que su opinión es más marginal de lo que es en
realidad. Esto refuerza aún más su temor al rechazo social, creándose así una
espiral donde las voces minoritarias van progresivamente enmudeciendo.
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