Se le representaba bajo la forma de un rey coronado que sostenía, en sus manos cruzadas, el cayado de pastor y el látigo de boyero. Ante su tribunal era pesado el corazón del difunto para ver si permanecía en equilibrio con el símbolo de la justicia y la verdad, colocado en el otro platillo de la balanza. En caso afirmativo, era admitido a la vida eterna, transformado como el faraón de otros tiempos, en un Osiris justificado ; de lo contrario, era devorado por un monstruo de cuerpo de hipopótamo y cabeza de cocodrilo que esperaba, al pie del trono divino, la sentencia.
El libro de los Muertos, colección de plegarias, que, como talismán, era depositado sobre la momia del difunto, relataba y representaba este juicio. Llamado a ocupar tan alto lugar en la otra vida, el hombre del pueblo mejoró también de condición en la vida presente.
La democratización del culto funerario fue una consecuencia de la elevación de las clases humildes a una situación de mayor igualdad , durante la dinastía XII, con respecto a los nobles y aun con relación al mismo faraón. Aunque la tierra siguió considerándose propiedad del soberano, que era su señor eminente, el campesino, desde el Imperio Medio, poseyó ya libremente su lote, que podía transferir por donación, venta o cambio, o legar por testamento a los suyos. El artesano dejó de ser la cosa de los talleres reales, o de los señores, o de los templos, para convertirse en un trabajador libre que disponía del fruto de sus afanes : todos, en fin, tenían acceso a las funciones públicas; desapareció el abismo entre las clases sociales, y el faraón garantizó a todo el mundo sus derechos. Todo este avanzado edificio social empezó a desmoronarse en las dos dinastías siguientes y rápidamente en tiempos de la dinastía XIV, bajo el impulso de la invasión de los hicsos.
Hacia el año 1650 a.C., los egipcios vieron llegar a su país a estos nómadas asiáticos procedentes del Nordeste, del lado de Palestina. Llevaban armas de hierro y caballos, y con estos medios de guerra, que los egipcios desconocían, obtuvieron una fácil victoria.
Los nuevos amos cometieron en el país toda clase de excesos; destruyeron templos, esclavizaron al pueblo, y la tradición egipcia recordó siempre, con horror, su paso por las tierras regadas por el Nilo. Pero no consiguieron subyugarlo por entero, sino que su dominio quedó limitado al Bajo Egipto, mientras los príncipes de Tebas se hicieron fuertes en el Alto Egipto (XVII dinastía) y emprendieron desde allí la reconquista del país. El príncipe tebano Ahmes, o Amosis, logró, finalmente, expulsarlos de todo el Egipto (1600 a. de J. C.) y abrió una nueva período que llenan las dinastías XVIII y XIX, durante la cual, Egipto alcanzó su mayor esplendor y poderío. Era la época del Imperio Nuevo o del segundo Imperio Tebano
Osiris |
El BUEY APIS
Desde la época en los hombres primitivos se agruparon formando las primeras tribus, dieron un carácter sobrenatural a las fuerzas de la Naturaleza y para interpretarlas crearon leyendas y dioses. La civilización más antigua que se conoce, la egipcia, concibió sus propios dioses y decían que su dios Osiris había creado la agricultura, fuente principal de sus riquezas, gracias a la riadas anuales del Nilo; el río nace en el Kagera, río de Burundi, que es afluente del Lago Victo- ria y, desde ahí recorre 5.600 kilómetros. (El Nilo fue llamado Hapi por los farao- nes, Crisonoas por los griegos y Barh (mar) por los árabes, y, en su recorrido, antes de entrar en Egipto, recibía los nombres de Nilo blanco y de Nilo azul.
A la muerte de Osiris, asociado como estaba con la agricultura, el pueblo creyó que el alma de su rey había pasado al cuerpo de un buey, que es el animal indispensable para realizar las labores del campo y, por ello, le prestaron completa adoración al transformarlo en un dios, al que dieron el nombre de Apis. Pero, no se crea que todos los bueyes tenían tal jerarquía, como sagradas son todas las vacas en la India; el Buey Apis, debía cumplir con ciertos requisitos para avalar su condición de dios y recibir la pleitesía de sus adoradores. Apis, debía ser un buey negro, con una mancha blanca en la frente y sobre el costado derecho la figura de una media luna, también blanca, más el diseño de un águila sobre la espalda. El pueblo creía que todas estas señales era naturales y no obra de los sacerdotes. Una vez hallado el animal que luciera las características exigidas, era llevado a Nilópolis; ahí, lo cuidaban y alimentaban durante una cuarentena, quedando al cuidado de un grupo de mujeres, que eran las únicas autorizadas para verlo. Cumplido el plazo, equipaban lujosamente un barco y el Buey Apis, ya dios Osiris, era conducido por el Nilo hasta la ciudad de Menfis, dónde era recibido por los sacerdotes con un ceremonial muy meticuloso y en medio de las aclamaciones del pueblo. Entonces lo conducían al santuario de Osiris, en el que había dos establos y lo colocaban al frente de ellos, y según el establo que eligiera para entrar - el de la izquierda o el de la derecha-, éste hecho era el anuncio de buenas o malas nuevas. En muy raras ocasiones, el Buey Apis era paseado por la ciudad y un cortejo de niños lo rodeaban, cantando sus alabanzas. Curiosamente, los sacerdotes habían prescrito en los libros sagrados que Apis solo podía vivir un determinado número de años y cumplido el plazo, el animal era ahogado en el Nilo, todo, dentro de un respeto reverencial. Luego lo embalsamaban y celebra- ban magníficos funerales, mientras el pueblo lloraba como si otra vez hubiera muerto el dios Osiris. El duelo duraba hasta que los sacerdotes consagraban a otro Buey Apis y, entonces, el pueblo lo celebraba con alegres y prolongadas actividades festivas, durante todo una semana.
Es que Osiris, el Buey Apis, guardaba de nuevo la suerte de Egipto.
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