Paseo por el bosque, sintiendo la suave brisa cargada de aromas de romeo y flores que hacen sentir en mi ser, una sensación de infinita felicidad, de estar en un Edén dorado, donde las fragancias del mundo fluyen de las manos del Altísimo. La sensación de panacea inunda mi ser, teletransportándome, haciéndome flotar.
Me siento en una piedra, rodeada de musgo y observo un ejemplar de un árbol desconocido de gigantescas proporciones. Su corteza me recuerda a los rostros llenos de arrugas de los ancianos; arrugas que guardan infinita sabiduría y experiencia que manan en forma de palabras y sonrisas buscando mis oídos, prestos para captar cualquier ruido, cualquier palabra que me reconforta y me sumerge en el mar de la imaginación.
El árbol tiene ramas secas, antaño poderosas como los brazos de un gigante, pero sigue elevándose majestuoso y firme a pesar del tiempo y las adversidades. Oigo un ruido. Un batir de alas y ulular bajo. Mi imaginación se desbocó, recordando miles de poesías y cuentos de terror, recordando viles y malvadas criaturas escondidas en la espesura, buscando a víctimas despistadas. mas no era ninguna vil criatura, sino un búho.
Ese majestuoso animal me observa desde la rama del árbol con curiosidad. su majestuoso plumaje le convierte sin duda en le rey de la noche, quien vigila a sus súbditos y siempre siente curiosidad por los extraños.
Me mira con sus ojos brillantes, con su iris negro en esas pupilas naranjas. Por un instante, siento miedo y retornan en mí historias de brujos, fantasías infantiles, siervos del diablo que, desde sus oscuros refugios, reaparecen en forma animal.
Pasado el miedo, le miro fijamente a los ojos. Se para el tiempo. Impera el silencio. Sólo estamos nosotros: el búho y yo.
Símbolo de brujería y sabiduría, escudriñando sus ojos intento abrir las puertas al vasto conocimiento del universo. Nuestras miradas se cruzan y el puente del Bifröst se alza entre nosotros. Parece que me está estudiando y entabla conmigo un silencioso diálogo, roto por los batir de alas de las demás aves. Ese nexo parece profundizarse cada vez más mientras nuestras miradas se sostienen intentando escudriñar nuestras almas. un creciente respeto nace en mi ser ante tan majestuosa criatura. Cada vez que le veo, siento más admiración por él. Es el silencioso maestro que escucha, observa y analiza con sus ojos color ámbar al alumno, mi ser, que se sorprende y guarda silencio mientras lo mira.
El tiempo parece detenerse y el instante se eterniza. Miles de preguntas retumban en mi mente, y siento cómo el animal va respondiendo una a una, sin establecer diálogo, pero saciando mi sed de curiosidad.
Las horas transcurren lentamente pero todo llega a su final. Los rayos del sol anuncian el amanecer de un nuevo día. El búho ulula a modo de despedida y bate las alas, tal vez en busca de un manjar que degustar, tal vez en busca de un hueco en el árbol donde refugiarse… No lo sé.
Mi imaginación se desborda como un río cargado por las lluvias; pero dejo paso a la razón y lo analizo, poco a poco, pluma a pluma. Una animal de majestuosa belleza que me observa en la lejanía con sus ojos naranjas, sorprendido quizás por que un extraño se adentre en sus dominios sin permiso. batiendo por última vez las alas, el búho eleva el vuelo y se despide con una batir de alas, despareciendo como una estrella fugaz, con un parpadeo.
El búho se interna en el interior del bosque, donde la oscuridad predomina entre la espesura de los árboles y las barbas de plata de un riachuelo.
Con él se van mis dudas y mis pensamientos. ¿A dónde? No lo sé. ¿Volveré a verlo? Lo desconozco. Pero, siempre perdurará en mis recuerdos la imagen de este ser de la naturaleza que me sorprende y me causa respeto al mismo tiempo.
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