Se reúnen en un bar un viejo sabio y un joven sabio. Empiezan una conversación:
Viejo: Has de ver que, en esta sociedad, aquel que piensa está de más.
Joven: ¿Por qué? ¿Acaso no hay libertad? ¿Acaso no hay motivos por los que merece la pena luchar?
Viejo: Te darás cuenta con la edad. Las cosas son así, y así tienen que continuar. Es ley de vida, es lo natural.
Joven: Estoy en un brete: ¿Por qué dejar las cosas? ¿Por qué no proseguir? ¿ es la edad la decadencia de nuestro porvenir?
Viejo: Cuando yo era joven, luché por cambiar el mundo. Mas aprendí a las duras que con sueños no pagas facturas. Es un consejo lo que te voy a dar: adáptate a la sociedad o excluido serás.
Joven: Ser realista no está mal, pero ser romántico es lo normal a esta edad. Si me niegas mi rebeldía, ¿Acaso olvidaré por lo que lucho cada día?
Viejo: La lucha es la supervivencia. La lucha es el vivir y el convivir. Si esto no cumples, pronto llegará tu fin.
Joven: gracias por el consejo, anciano. Muchas de tus palabras son sabias, pero la rebeldía en mí no encuentra salida: Para cambiar el mundo, he de cambiar primero mi vida.
Se va el joven sabio y el viejo medita:
Tener rebeldía todo el día, no garantiza una próspera cosecha. Pero tener rebeldía en la cabeza, nos garantiza ser seres humanos. No cambiaremos el mundo en un día, pero tenemos la certeza de recordar nuestra lucha con melancolía.
Como conclusión: La rebeldía es efímera, pero más vale haber sido rebelde que haber sido vegetal: este último se cultiva y es fácil de arrancar; la rebeldía en los recuerdos perpetuará.
Seamos rebeldes para aprender y sabios para comprender, pues más vale ser un hombre libre y sabio, que acabar como una oveja en un rebaño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario