jueves, 2 de febrero de 2012

CARTA DEL ÚLTIMO ADIÓS

Querida mía:

Ya falta poco tiempo. Mi hora ha llegado. Lo último que veras de mí es esta carta que te escribo. Te pido que no me llores cuando me haya ido. Hemos pasado mucho tiempo juntos: desde que nos conocimos aquel día de febrero en el parque; yo, con uniforme de soldado; tú, con ese vestido azul claro.

Hace algún tiempo que vengo sintiendo algo por el estilo a la tristeza, la desilusión y la desesperanza Creí ver ese día a un ángel, pues relumbrabas con tanto brillo que las estrellas parecían sombras, ahogadas por la luz de tu figura. Un ser divino que inundó la ciudad con su sonrisa y sus palabras, todo cambiaría de color a un tinte opaco y sin claridad. Portadora del fulgor, cuando la penumbra parece eterna, apareciste en un haz de luz para tomarme de la mano para seguir andando por aquel camino que tan lúgubre parecía. 

Recuerdo tu mirada esmeralda, con tus labios esbozando una sonrisa reluciente, con tu larga melena que se agitaba como una bandera negra por el viento. La primera vez que te besé supe que no iba a querer besar otros labios jamás.

Luego, nos cogimos de la mano. Paseamos hasta llegar al olmo donde nuestros cuerpos se fundieron en un abrazo eterno, con un beso de tus labios de fresa paramos el tiempo, enmudeció la naturaleza, llegamos al Edén: Desde ese momento, mi amor por ti fue eterno. Y es que la tierra tiembla cuando caminamos en busca de nuestro objetivo común, hundiendo al poderoso, alzando al perezoso, siempre adelante, en pos de nuestro sueño juntos. Paso a paso fuimos derribando barreras y muros, mientras  nuestras banderas se tranzaron uniéndose en un mismo estandarte de manera que no haya soledad. 

Las cosas cambiaron con el paso del tiempo. Llegó el invierno del hambre y de la guerra. La dicha se va en tantas formas, pero de igual manera regresa, nada se pierde, todo se transforma. Ya sea con una cálida mano, con una brisa de recuerdos o con un abrazo en el que se acabe el mundo, uno se inunda de gratitud, ventura y felicidad. Nos separaron los hombres y sembraron entre nosotros distancia y fronteras, pero el amor nos mantuvo unidos a pesar de la lejanía. 

Oigo los rezos resonar. Mi hora está cada vez más cerca. Espero que esta carta llegue a tus manos. Albergo la ilusión de que así sea.

No llores por mí. Las lágrimas que derrames no me harán volver a tu lado. Los recuerdos serán tu consuelo. Sólo quiero que sepas que estaré en tu recuerdo, como una sombra del pasado.
Camino hacía la horca. El verdugo viste una túnica negra que le cubre por completo. Un hacha afilada se sitúa en su mano izquierda.

Se acerca un sacerdote. Me pregunta si quiero confesión.

Confieso que amé y creí en Dios, pero ese ente se difuminó cuando nos separaron. ¿Por qué nos negó el estar juntos? ¿Acaso no es el dios del amor y el perdón? ¡Cruel hipocresía! un dios caprichosos que juega con nosotros en un terreno llamado destino, que crea trampas en pos de su diversión y de nuestro sufrimiento.

Termino esta carta con un beso y unos versos. Nunca me olvides. Yo estaré a tu lado, donde quiera que estés. Salgo de mi prisión física y me dirijo a mi destino. El frío aire de la madrugada golpea mi rostro sudoroso mientras camino lentamente hacia el patio de ejecuciones. una caravana de miradas huecas y rostros serios me recibe en silencio mientras me siguen con la mirada. El camino se hace eterno y recuerdo esos versos que te escribí el día que nos conocimos.

Un ángel cayó del cielo
Un regalo me fue otorgado
Algo inesperado
Que de mis ojos quitó el velo
Gran alegría recorrió mi ser
Mi corazón retumba con la fuerza de un bisonte
Mientras tu cuerpo resplandeciente iluminaba el horizonte
Tu sonrisa, más que generosidad, es derroche
Tu blanco rostro siempre hará brillar mis noches
A pesar del tiempo y la distancia
En mi corazón tienes estancia
Cuando llegue el fatídico día del adiós
Te pido que no albergues dolor
El sonido de mi voz
En tu pecho estará
Mi corazón es mi regalo
Espero que lo mimes y lo cuides
Querido ángel alado.

El viento sopla con fuerza. Me colocan en la horca. Veo por última vez al verdugo. Al caer, mi cuello resiste el impacto y lentamente mi cuerpo se agita con los últimos resquicios de aire luchando por respirar. Noto cómo la sangre deja de fluir por mi ser y cómo mis órganos fallan y no responden. tras una breve agonía, mi alma abandonada el recipiente de carne al que llamamos cuerpo.

Silencio. Todo ha acabado


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