domingo, 25 de junio de 2017

LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN NOS DICEN EN QUÉ PENSAR


Bernard Cohen venía a decir que los medios no tienen mucho éxito a la hora de decirle a la gente que pensar, pero en cambio tenían una gran capacidad de decir a la audiencia sobre que pensar (primer nivel de la agenda). El segundo nivel, por su parte, es aquel en el que los medios no solo influyen estableciendo su agenda, sino que además afectan al modo en que la gente piensa sobre estos temas.

Los medios son contextualizadores de la realidad, y al presentárnosla seleccionan y dan énfasis a atributos concretos de los temas u objetos de los que tratan, confirmando lo que se denomina como agenda de atributos.

Esta agenda de atributos es el conjunto de calificativos que acompañan a un objetos. De estos calificativos algunos tienen más posibilidades que otros de ser percibidos y recordados por la audiencia al margen de su repetición o posición dominante. Determinadas características de un objeto pueden alcanzar una resonancia tan grande que se conviertan en argumentos especialmente convincentes para la relevancia del objeto.

Por eso determinadas maneras de escribir un objeto son más convincentes que otras a la hora de que ese objeto o tema tenga relevancia para el público. Del éxito de cómo se presente ese objeto por medio de los atributos, puede llegar incluso a que sea un atributo el que le de el impacto y relevancia necesaria para llevar el tema a la agenda del público.

Creación de opinión en temas nuevos según Klapper

Klapper dice que es más fácil influir en la opinión de la gente en los temas que desconoce. Cuando encontramos un tema nuevo que produce incertidumbre social, nos volcamos en los medios, y por lo tanto la influencia es más directa.

De un modo muy general, el problema de la efi­cacia comunicativa puede formularse señalando que los signos-estímulo transmitidos provocan unas mu­taciones psíquicas en el destinatario, que se manifiestan en forma de signos-respuesta. Este fenómeno constituye una de las preocupaciones centrales de los pedagogos, de los moralistas, de los políticos que buscan los votos o la adhesión de las masas, de los profesionales de la publicidad y en general de todos aquellos cuyas profesiones están en mayor o menor  grado basadas en la formación o mutación de los estados de opinión pública y de las conductas consiguientes a tales estados de opinión. Tan importante es este fenómeno en la vida social contemporánea, que en una conferencia de profesionales norteamericanos de publicidad, uno de los ponentes, con énfasis pragmático, pudo declarar que el objetivo principal de la comunicación es el de formar o cam­biar las opiniones de otras personas.


martes, 6 de junio de 2017

VELÁZQUEZ

Nacido en Sevilla, en 1599, ingresó a los 11 años en el taller de Pacheco, con cuya hija contraería matrimonio años más tarde y del que aprendió el arte de la pintura.

Durante su etapa sevillana mantiene un estilo tenebrista y un gusto especial por los temas realistas, de escenas de la vida cotidiana, como El aguador de Sevilla, interpretado como una alegoría de las tres edades del hombre, o La vieja friendo huevos. En ambas obras muestra un gran domino de la luz, con un primer plano iluminado y el fondo en penumbra y una composición muy cuidada.

Con el apoyo de su suegro, el aval de las obras sevillanas y credenciales de los nobles locales consiguió trasladarse a la Corte y ser nombrado en 1623 pintor de cámara del rey, gozando del favor del Conde Duque de Olivares. En esa época pinta fundamentalmente retratos y temas mitológicos (Los borrachos o el Triunfo de Baco), influenciado en estos últimos por la estancia de Rubens en Madrid en 1628, quien además le aconseja que viaje a Italia. Con ayuda del rey realiza este viaje y como consecuencia de él cambiará sus preferencias cromáticas, abandonando el tenebrismo, al tiempo que se interesa por el desnudo y la perspectiva aérea. Obras de este periodo son La túnica de José y La fragua de Vulcano. En esta última obra, de tema mitológico, los personajes se representan de forma totalmente humana y con una cierta ironía.

A su regreso de Italia se afianza como el retratista de la Corte: retratos ecuestres del Príncipe Baltasar Carlos, del Conde-Duque de Olivares y una larga serie dedicada al rey Felipe IV, a quien retrata desde la juventud a la vejez, con una mirada profundamente melancólica. En estos retratos omite todo recurso escenográfico, salvo los fondos de la sierra que resaltan la importancia de las figuras, y acentúa los símbolos (la caza es uno de ellos) y la hondura psicológica de la expresión, lo que le acerca a Rembrandt, a quien no conoció. Al mismo tiempo realiza retratos de tipos curiosos, como la serie de bufones: el niño de Vallecas, a los que trata con dignidad, humanizando a personajes generalmente despreciados en la época.

La obra cumbre de este periodo es La rendición de Breda, en el que destaca su composición y la creación de profundidad mediante la técnica de la perspectiva aérea, con fondos brumosos de un tono azulado, la superposición de elementos, como las lanzas de los soldados españoles, y los escorzos de algunas figuras, como el caballo del primer plano. Al mismo tiempo, integra al espectador en la escena al representar figuras que continúan fuera del cuadro y situar a un personaje que mira directamente al observador.

En 1649 realiza un segundo viaje a Italia, con el encargo de comprar obras de arte pura para las galerías reales españolas, ya que Felipe IV era el mayor coleccionista de la época. Durante su estancia en aquel país pintó los retratos del Papa Inocencio X, y el de su propio criado Juan de Pareja.

También en Italia pinta dos pequeños paisajes: Los jardines de la villa Médicis, en los que capta la vibración lumínica mediante pequeños toques de color y las formas no son dibujadas sino que las crea la retina del espectador al mezclar las diferentes manchas de color. Su técnica se anticipa en estas obras en más de doscientos años al Impresionismo del siglo XIX.

En 1651 vuelve a la Corte, donde pintará sus obras más importantes: La Venus del espejo, Las Meninas y Las Hilanderas. Estas pinturas constituyen la plenitud del arte barroco. En ellas consigue plasmar la profundidad mediante la alternancia de zonas de diferente intensidad luminosa, creando incluso la sensación óptica que la luz circula por dentro de la tela (polvillo que flota en las habitaciones)

Velázquez