jueves, 25 de abril de 2013

CLAVELES DE ABRIL.LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES EN PORTUGAL

Se acerca el aniversario del 25 de abril y es un buen momento para destacar algunos puntos de la llamada “(pen)última revolución de Europa”. Ese día un levantamiento militar acababa con la dictadura derechista que había gobernado Portugal durante 48 años, bajo la denominación de “Estado novo”. El gobierno de Marcello Caetano (el cual se exilia en Brasil, donde fallece en 1980 sin ser juzgado), sucesor del sempiterno Salazar, era desalojado del poder al ritmo del ya célebre “Grandola Vila Morena”. Se abre así el periodo conocido como la “revolución de los claveles”.

Puede ser útil colocar a la revolución portuguesa en el contexto político internacional en el cual se desarrolla. En todo el mundo había “un gran desorden bajo el cielo”. La crisis de 1973 golpeaba el proceso de acumulación capitalista. Las revoluciones coloniales culminaban en procesos de independencia, donde se ensayaban otros modelos de construcción política y las relaciones entre países, no sin dramas y con muchos sueños frustrados. En Europa, la onda larga de agitación anti-sistémica que comienza en el 68 se expresa en una puesta en cuestión del modelo de desarrollo imperante que busca nuevas formas de entender y construir la democracia. Todas estas cuestiones influyen decisivamente en Portugal, si bien las desigualdades centro- periferia no solo se expresaban en el desarrollo económico sino también en la posición política de partida. Mientras que en los países del centro europeo se cuestionaba un modelo democrático basado en la integración de amplios sectores de las clases subalternas pero incapaz de satisfacer muchas de las necesidades de los trabajadores, mujeres y jóvenes, en los países del sur (Grecia, Estado español, Portugal) el hilo de las resistencias está fuertemente condicionado por la lucha contra unas dictaduras que representan los intereses de una casta militar, religiosa y empresarial minoritaria pero que domina toda la estructura del Estado.


Portugal durante los años 70

Portugal vivió durante las décadas de los sesenta y setenta un proceso de desarrollo económico relativamente potente, similar al español, aunque menos explosivo. Para un sector de la burguesía, era necesario acelerar la conexión económica y política con Europa, un proceso de homologación que vinculara a Portugal al espacio europeo, y que a la par actualizara las formas de gestión del poder político, buscando vías de integración de las clases subalternas que no alteraran la estructura de propiedad, pero que permitieran ciertas libertades y espacios para organizar el disenso. Otro sector sin embargo se aferraba a los mecanismos de dominación del estado corporativo, con una postura inmovilista muy marcada por su dependencia de los mercados coloniales y su temor a ser absorbido por los capitales extranjeros.

Por abajo, una incipiente movilización del mundo del trabajo y del área estudiantil aparece en la vida del país paralelamente al desarrollo económico. Desde finales de los sesenta, un nuevo movimiento obrero se forma a través de la movilización, fundándose la Intersindical, embrión de lo que sería la futura CGTP (IN), principal sindicato de Portugal. En 1973, más de cien mil trabajadores participan en huelgas. Se suceden las ocupaciones de facultades y las luchas de los estudiantes de enseñanza media. El Partido Comunista Portugués es, durante los años de la resistencia a la dictadura, la organización hegemónica a nivel de implantación popular, aunque progresivamente surge una izquierda radical que introduce nuevas temáticas y perspectivas, y que, pese a no alcanzar los niveles del PCP, es capaz de dialogar e implantarse en medios obreros y estudiantiles.

Con todo, no podemos olvidar que toda la vida social en Portugal estaba marcada por un duro conflicto armado que tenía como objetivo mantener las colonias africanas (Angola, Mozambique, Guinea, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe), implicando directamente para ello al 10 % de la población activa. Un conflicto sufrido por las clases populares y por los países colonizados, pero que también erosionaba el papel dominante de la casta gobernante, empeñada en resolver el conflicto colonial desde un punto de vista militar, opción que sobrepasaba a un país del tamaño y recursos de Portugal, y sin duda, fuera de época en un contexto donde la descolonización era un proceso irreversible a nivel global.

Este precario equilibrio entre fuerzas sociales antagónicas instaura la sensación de “fin de ciclo” en la sociedad portuguesa. Desde principios de los setenta, la clase dominante ya no podía gobernar como hasta ese momento y a la vez, las clases dominadas no aceptaban seguir gobernadas de la misma forma. La acumulación de contradicciones internas abría paso a una crisis de régimen, que solo necesitaba de un detonante para estallar y abrir el camino para que las masas populares intervinieran activamente en la política nacional.

La guerra de Angola

La lucha de Angola pronto se replicaría en otros sitios del imperio portugués, ante la negativa de Salazar de iniciar la reforma política. Movimientos nacionalistas se embarcaron en el combate. De modo que una guerra de guerrillas emergió en la pequeña y occidental Guinea Bissau, en 1963, y en Mozambique en 1964. En ambos casos fue iniciada por grupos en el exilio que utilizaron los países vecinos como bases para lanzar ataques y sumar miembros y armas. Fue el caso del Partido de la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC) en Guinea-Bissau y del Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) en la colonia oriental portuguesa. Al comienzo los portugueses pudieron detenerlos porque los movimientos estaban divididos al interior y no eran fuertes. Pero la semilla del descontento ya había estallado violentamente en toda el África portuguesa mientras buena parte del continente accedía a la independencia, excepto algunos casos puntuales, en forma consensuada y pacífica.

Para 1970 los sublevados no estaban teniendo éxito más allá del control de determinadas zonas, mientras Portugal empleaba en la mitad de sus ejércitos coloniales a africanos y con nuevos métodos de contra-insurgencia reforzaba el éxito en la empresa bélica, a la par que consideraba la posibilidad de una retirada muy remota. El sucesor del viejo Salazar desde 1968, Marcello Caetano, siguió la misma estrategia intransigente al considerar a Portugal una nación indivisible.

Pero tres guerras en simultáneo desgastaban la energía y la moral lusitana. Eran necesarias unas 100.000 tropas metropolitanas para hacerles frente y, además, pesaba la falta de oficiales. La jerarquía militar, cansada por el esfuerzo bélico y convencida de que la guerra en África no se podía ganar, tomó el poder por asalto en la Revolución de los Claveles, el 25 de abril de 1974, dispuesta a terminar con una guerra vista como impopular. Se llegó a un acuerdo que concluyó la beligerancia en Guinea Bissau y en septiembre de ese año Lisboa reconoció su independencia. Restaban Mozambique y Angola, en las cuales reinaron, desde el principio, la confusión y el caos.

Bajo este contexto de guerra colonial se va gestando dentro de los mandos medios del régimen militar portugués un descontento con la forma de llevar a cabo la política, aunque aún respondiendo a intereses capitalistas. Ese malestar se expresó a través del general Antonio Spínola quien publica en febrero de 1974 el Texto “Portugal o futuro” donde declaraba que el país no debía continuar con el conflicto militar en África y buscar una salida política para el mismo, pero siendo funcional a otra fracción de la burguesía.

Bajo esta atmósfera nace el MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) que en marzo de 1974 encabeza el levantamiento de Las Caldas, contra Caetano, sublevando un regimiento de infantería, levantamiento que fracasa.

El 24 de abril a las 22:55 se escucha en la radio de Lisboa la canción “E depois do Adeus” esa fue la señal para el comienzo de la revolución. A las 00:25 del 25 de abril suena una segunda canción que representa la orden de ocupar los puntos estratégicos del país y que los mismos sean tomados bajo el mando del MFA.

Al amanecer los obreros, estudiantes y amas de casas impulsados por un fuerte sentido revolucionario salieron a las calles, desobedeciendo las órdenes del MFA quienes pedían que se queden dentro de sus hogares, y tuvieron participación directa en el derrocamiento de la dictadura.



Celeste Martins Caeiro

Ni lo pretendió, ni tan siquiera imaginó que su pequeño gesto daría pie a la mayor revolución incruenta de la historia no solo de su país, sino del mundo.

Celeste Martins Caeiro volvía a su casa aquel 25 de Abril del 74 con un ramo de claveles, sobrante de las ventas del día. Se cruzó con unos soldados y uno de ellos le pidió un cigarrillo y Celeste que no tenía le ofreció uno de sus claveles. El soldado lo cogió y lo colocó en el cañón de su fusil, ella siguió repartiendo flores entre los soldados hasta acabar su ramo y después al correrse la voz, otras floristas salieron a las calles y continuaron ofreciendo flores a los militares. Este insignificante gesto dio pie a la que mundialmente se conoce desde entonces como La Revolución de los Claveles, y que fue el detonante para la caída definitiva del autoritario régimen de Antonio Oliveira de Salazar el dictador luso que mantuvo bajo la terrible bota de la dictadura a Portugal durante 48 largos años.

Celeste Martins Caeiro


25 de abril de 1974. Grandola vila morena

El 25 de abril de 1974, un sector significativo del ejército portugués lleva a cabo la destitución del gobierno dictatorial de Marcello Caetano. Estos oficiales, organizados en el MFA (Movimiento de las fuerzas armadas) abren así una crisis en los aparatos del estado pero su acción desata toda la energía y ansias de libertad latentes en el pueblo portugués. La situación se vuelve compleja. Se abre el llamado “proceso revolucionario en curso”, donde las clases, tendencias políticas y diferentes concepciones de sociedad batallan por convertir su proyecto particular en un proyecto de país para el conjunto de la sociedad. Esa confusión y esos intereses contrapuestos también atraviesan al MFA, dividido entre sectores continuistas vinculados a Spínola (primer jefe de gobierno tras la caída del régimen) y otros más vinculados a los movimientos populares y a la izquierda que buscaba organizar una transición al socialismo, como el mítico Otelo Saraiva de Carvalho. A pesar de la importancia del MFA, su papel está condicionado por su nexo con las masas revolucionarias, pero también por las presiones que sufría de la burguesía: por dar un dato significativo, solo 400 de los 4000 oficiales que por aquel entonces tenía el ejército portugués pertenecían orgánicamente al MFA. Los militares fueron la vanguardia que inició la revolución portuguesa, pero sin duda respondían a un movimiento de cambio mucho más profundo que subyacía en la sociedad.

Sin duda lo más fascinante que abre el 25 de abril es el proceso de autorganización popular posterior, magníficamente narrado por Raquel Varela en “Historia do Povo na revoluçao portuguesa” (no disponible todavía en castellano). Aparece el movimiento de “moradores” (vecinos que ocupan viviendas y gestionan la vida en los barrios). Surgen las comisiones de trabajadores (CT) que se organizan de forma autónoma implicando a diferentes sectores productivos, y que se configuran como espacio unitario de los obreros más allá de las diferentes tendencias políticas, realizando experimentos de autogestión contra la propiedad privada. La banca es nacionalizada por los mismos trabajadores y al gobierno no le queda más remedio que sancionar esta acción. Los soldados no son inmunes a este proceso de empoderamiento colectivo y forman sus propios órganos, Soldados Unidos Vencerán (SUV), que encabezan con uniforme múltiples manifestaciones populares. Las clases subalternas presentaban de esta forma, como un movimiento real, su proyecto alternativo de país. Mientras la clase dominante acusaba al movimiento popular de sembrar el caos económico (el Times llegó a decir que el capitalismo había muerto para siempre en Portugal) con titulares irónicos como “Portugal no produce sino portugueses”, desde las calles se respondía con seriedad que “la mayor riqueza de un pueblo es su población”.

No cabe duda de que aquellos fueron días de felicidad popular. El recién fallecido Gabriel García Márquez escribía por aquellos días que en Lisboa “toda la gente habla y nadie duerme. Hay reuniones hasta altas horas de la noche, los escritorios están con las luces encendidas hasta la madrugada. Si alguna cosa va a conseguir esta revolución es aumentar la factura de la luz”.

La revolución sin duda consiguió mucho más que eso (derechos sociales, libertades, fortalecimiento de un sector público que garantizaba un mínimo salario en especie para los trabajadores), pero quizás mucho menos de lo que pretendía. El Partido Socialista encabezó la reconstrucción de la estabilidad capitalista y el Partido Comunista, sin llegar a legitimar el régimen posterior, nunca llegó a apostar claramente por las formas de nuevo poder impulsadas por los sectores populares: en 1975, en su periódico “Avante” calificaba de “ilusiones idealistas” todo aquello “que lleva a algunos sectores a ver en las formas de organización popular los futuros órganos de poder del Estado”. La extrema izquierda y los sectores más radicalizados del movimiento popular hacen una última demostración de fuerza a través de la candidatura de Otelo Saraiva de Carvalho a las elecciones presidenciales de 1976, que logró el 16% de los votos, pero fue incapaz de institucionalizar los embriones de poder popular surgidos desde abajo. La revolución portuguesa consiguió importantes mejoras para las clases populares pero no acabó con el dominio de los banqueros y empresarios. Francisco Louça, en su último libro “Os burgueses” hace un recorrido histórico por las familias más ricas de Portugal: siguen siendo los mismos que antes de la revolución.

El legado de la revolución 

No todo son motivos para el pesimismo. El poso simbólico que deja el 25 de abril y la revolución de los claveles es enorme. No hay más que pasear por Lisboa y ver lo profundamente implantado que está en la conciencia nacional aquel acontecimiento. “Posters” conmemorativos en pequeñas tiendas, múltiples reconocimientos institucionales, una continua presencia de Abril en todo el panorama político. Las mujeres, estudiantes, trabajadoras y trabajadores que hoy luchan contra la Troika y la austeridad en Portugal y en Europa tienen en el 25 de abril algo que celebrar, pero no para caer en la nostalgia sino para mirar al futuro.


Hoy como ayer llegan a mi memoria
los rojos claveles de abril en Portugal
tan presentes en la historia
tan necesarios en el panorama actual

La rebelión de un ejército popular
contra la cruel dictadura de Oliveira Salazar
recordaron la idea del ejército de Lenin y de Marx,
un ejército dispuesto a todo para luchar por la paz

¿Dónde quedó aquella idea, aquella utopía?
ahora sois más necesarios que nunca, camaradas
en esta época cruel, tiránica, despótica y fría
la voz de la revolución no debe ser silenciada

Grândola, Vila Morena, canto de revolución 
claveles rojos que cuelgan de los fusiles
cada primavera, recordando abriles
calentando nuestras gargantas y nuestro corazón

Os reivindico con vuestros fusiles y claveles,
compañeros y camaradas de la Revolución
que forjasteis entre el pueblo y los cuarteles
sembrando semillas de rebelión

vosotros, que sembrasteis las semillas del socialismo
tras una larga época cruel y oscura
de un pueblo silenciado por la dictadura
de los militares leales al fascismo

Es necesario que vengan nuevas revoluciones
en esta época terrible y oscura para el proletariado
son necesarias nuevas barricadas y rojas banderas

que acaben con este régimen de banqueros y ladrones
que tanto daño y dolor han causado
al pueblo entero, a la clase obrera

martes, 23 de abril de 2013

ANCHA ES CASTILLA


Vivo en una tierra entre dos mares
Cercada por el Atlántico y el Mediterráneo
Tierra de poetas, vaganes, trovadores y juglares
Y cantaautores contemporáneos

Nació como tierra de castillos
Mano derecha del reino de León
Donde arraiga la tradición
Cabeza del imperio español

Por bandera una fortaleza
con un pendón morado
de un pueblo de gran braveza
de una tierra labrada por el campesinado

una tierra de vasta extensión
una tierra de señores y soldados
una tierra de curas y tradición
una tierra de paisajes sembrados

La cabeza de un imperio donde no se ponía el sol
el centro del mundo conocido en época ya pasada
ahora ya a suerte abandonada
ahora ya recuerdos en el cancionero español

una tierra de tradiciones y de  amplia cultura
de numerosas historias y relatos
donde estaban dispuestas las armas y la armadura
las canciones de los trovadores y las plumas de los literatos

Pues ancha es Castilla y el sol que brilla
una tierra que unía dos mares
una tierra narrada en gestas y cantares
una tierra recordada en cada cancioncilla


lunes, 22 de abril de 2013

ANCHA ES CASTILLA COMUNERA

DÍA DE CASTILLA

La batalla de Villalar fue el episodio decisivo de la Guerra de las Comunidades en la que se enfrentaron las fuerzas imperiales de Carlos I y las de la Junta Comunera capitaneadas por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, ocurrida el 23 de abril de 1521 en la localidad de Villalar (hoy Villalar de los Comuneros, provincia de Valladolid, España).

La batalla fue ganada por las fuerzas imperiales y puso fin a la Guerra de las Comunidades en el norte de Castilla, donde fueron decapitados el 24 de abril los tres capitanes comuneros.

El ejército comunero se encontraba acuartelado en la localidad vallisoletana de Torrelobatón, tras haberla tomado en el mes de febrero de 1521. Juan de Padilla mantenía a sus hombres dentro del castillo a la espera de poder partir hacia Valladolid o Toro. Mientras tanto, el ejército de Carlos V se instalaba en Peñaflor de Hornija, esperando movimientos del ejército comunero.

A la batalla acudieron tropas mandadas por el Condestable de Castilla, entre las cuales figuraban las alistadas en el repartimiento efectuado por el Ayuntamiento de Burgos.El ejército comunero salió el 23 de abril de 1521 de madrugada hacia Toro, ciudad levantada en comunidad. Era un día de lluvia, el menos propicio para hacer un desplazamiento militar. Los soldados del ejército comunero habían presionado horas antes a Padilla para que realizara algún movimiento en la zona. Éste decidió partir hacia Toro en busca de refuerzos y aprovisionamiento. El ejército fue recorriendo el camino hacia Toro, cuando, a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla ya era inevitable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y Padilla se vio obligado a buscar un lugar propicio donde presentar la batalla.

La primera localidad elegida fue Vega de Valdetronco, pero el ejército no atendía a las órdenes que él daba. La siguiente localidad en el camino hacia Toro, pasada Vega de Valdetronco, era Villalar, y aquel fue el lugar donde se desarrollaría la batalla.

El ejército comunero, en clara inferioridad respecto a las tropas de Carlos V, intentó que la batalla se produjera dentro del pueblo. Para ello, instalaron los cañones y demás piezas de artillería en las calles del mismo.

Muchos de los combatientes aprovecharon la incertidumbre inicial para huir a sus localidades de origen u otras cercanas a Villalar.

La contienda fue toda una masacre, y al anochecer en el pueblo tan sólo se oía el gritar de los comuneros heridos que yacían en los campos mientras eran rematados. Los principales capitanes comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado, fueron apresados con vida, recluidos y puestos en espera de ser juzgados.

Vienen a mi memoria
recuerdos que caminan
por la ancha llanura de Castilla

Una canción que recuerda la historia
de un pueblo que no termina
y los gritos de los comuneros dirigidos por Padilla

por Bravo y por Maldonado
por María Pacheco y Juan Zapata y demás comuneros 
ejército popular contra el rey Carlos Primero

que reprimió al ejército popular 
con mano dura y la bota de sus soldados
que la rebelión aplastó y la libertad 

pero, a pesar de la crueldad y la represión,
y la sangre derramada saliste triunfante
y, con sentimientos de revolución,
continuaste siempre adelante

Común es el sol y el viento común 
a de ser la tierra que vuelva común 
al pueblo, lo que del pueblo saliera. 
Viva Castilla comunera

Pueblo de Castilla, que por tus venas corren
miles de voces y canciones
que gritan cantos de revoluciones
cuentos, poesías y ovaciones

La gran perla de España y su historia
donde Unamuno y su Generación
intentaban hallar la respuesta sus problemas buscando la solución
dejando un hueco en mi memoria

Por tus tierras caminan los fantasmas
del Cid y don Quijote con Sancho Panza
mientras miles de moradas almas
con el morado comunero como espíritu avanzan

y sigan gritando:
Castilla entera
es y será por siempre comunera
mientras van avanzando

por tu ancha meseta, por tus tierras
continuando la lucha, resistiendo
miles de contiendas y guerras
donde, a pesar de la derrota, sigues combatiendo.


lunes, 15 de abril de 2013

MITOLOGÍA GRIEGA

Durante más de mil años y extendiendo su influencia a lo largo de todo el mundo mediterráneo y más allá, la religión de los griegos ofrecía planos muy diversos. Desde luego, estaban aquellos, como los héroes sobre los escribió Homero, que no abrigaban la esperanza de tener una existencia bendita después de la muerte, y aquéllos, como los de Platón, que esperaban un juicio después de la muerte, que separara al bueno del malo.

La religión abarcaba con la piedad a los simples campesinos y, además, era la fuente de las especulaciones de los pensadores sofisticados; la religión griega tuvo diversas formas de observancia que iban de los excesos orgiásticos de los adoradores de Dionisio a los que se esforzaban para la purificarse con rígidas restricciones dietéticas. Los griegos aceptaban que los extranjeros reverenciaran a sus propios dioses, siempre que se respetaran los cultos locales. Los dioses fijaban su morada en los templos, donde recibían ofrendas de los fieles, consistentes, entre otras cosas, en sacrificios de animales. Cada polis tenía sus propias divinidades, aunque el más importante de todos, considerado padre de la humanidad, fue Zeus.
 
Los orígenes de religión griega se pierden en la prehistoria. En el siglo II a. C. pueblos que hablaban griego vinieron desde el sur a la península, que ahora conocemos como Grecia, trayendo sus dioses; más tarde, en la segunda mitad del siglo II a.C.la civilización griega de Micenas, se centró en el continente. Escritas en tablillas de arcilla en una escritura conocida como B Lineal, se grabaron archivos que detallaban las ofrendas - los vasos de oro, las ovejas, el trigo, los agasajos de miel-, con la que estos griegos presentaron a sus deidades, algunas de los cuales siguieron siendo adoradas cuando se formalizó la nación griega.




La multitud de dioses griegos, se distinguían de los hombres porque los dioses eran inmortales. Se pensaba que controlaban varias fuerzas naturales o sociales: Zeus, el tiempo, Poseidón, el mar, Remeter, la cosecha, Hera, la maternidad y el matrimonio y, así, sucesivamente. Las actividades de las deidades mayores fueron expresadas por sus epítetos: Zeus Maimaktes, era tormentoso; Zeus Xenios, protegía a los invitados; Zeus Ktesios, era el protector de la casa. Las deidades distintas eran adoradas en lugares diferentes, pero los bardos crearon un sistema unificado de pensamiento, referido en las épicas Homéricas, que retrataron a los dioses mayores y su comportamiento en Monte Olimpo, bajo el soberanía de Zeus Padre. Además del Olimpo, los griegos adoraron varios dioses campesinos: Las Ninfas, las Nalas, las Neridas (que vivían en primaveras), las Driadas (que moraban en los árboles), los Sátiros, y otros. Además, estaban los poderes oscuros del mundo subterráneo, como Funes, que perseguía a los culpables de crímenes contra los parientes consanguíneos. Los griegos establecieron cultos para las figuras que fueron héroes en el pasado, entre los más importantes estaban Heracles y Asclepius(el sanador).


El acto más importante de culto griego era el sacrificio. Las víctimas para el sacrificio eran distintas, según fuera el dios al que se les ofrecía: las vacas para Hera, los toros para Zeus y los cerdos para Demeter. El procedimiento del sacrificio también variaba: una ofrenda se dirigida a un dios del Olimpo se hacía en un altar al venir el alba; del animal sacrificado, ciertas porciones eran reservadas para el dios; el resto era compartido en una comida común de los participantes. Los sacrificios a los dioses del mundo subterráneo se ofrecían por la tarde; las víctimas eran característicamente negras, y en lugar de comerlos, íntegros, los metían en un hoyo y los lapidaban. Las ceremonias comprendían oraciones, libaciones y otras ofrendas, incluidas procesiones y otros actos, especialmente la adivinación, a través de los oráculos y pájaros. El adivinador se pasaba la noche de víspera en un templo, esperando ser visitado por la divinidad en un sueño.

Los dioses se dirigían a los hombres por medio de oráculos o respuestas expresadas a través de sacerdotes y sacerdotisas. El dios más consultado era Apolo, a quien se erigió un importante templo en la ciudad de Delfos.

Los griegos recurrían frecuentemente a las artes de adivinación, especialmente, cuando deseaban acometer una empresa importante para sus vidas. Las observancias religiosas podrían ser privadas, limitadas a los grupos particulares, o por toda la ciudad-estado. 
 
En este caso estaban las grandes fiestas que tenían nombres propios, como el Panathenaea en que los atenienses ofrendaban una nueva túnica a Alhena Polias y a la Ciudad Dionisia en Atenas, en el curso de las cuales los actores representaban tragedias famosas. Estas fiestas y otros actos de culto se centraron, a menudo, en los templos, pero en los tiempos micénicos, se realizaron en la explanadas de los palacios, al lado para los dioses; sin embargo, a finales de las Edades Oscuras, la celebración a esos dioses tenían lugar en sus propios templos. Cada cuatro años los griegos celebraban una fiesta a Zeus, en el Peloponeso Occidental, que data del 776 a.C, fiestas que incluyeron los juegos Olímpicos que contemplaban cuatro concursos panhelénicos de atletismo. No todos los griegos adherían a su religión con igual fervor. Ya en el VI siglo a.C., hubo filósofos en Ionia, que estaban desarrollando una crítica racionalista de las creencias tradicionales y de las prácticas, tarea crítica continuada por los sofistas y los dramaturgos Eurípides y Aristófanes. La historia griega sigue con la conquista de la ciudad-estado y el imperio del persa por Alejandro, el Grande, de Macedonia y el periodo de helenístico vio el florecimiento de las religiones como los cultos egipcios de Isis y Osiris, y la astrología. Durante los trescientos años, después de la muerte de Jesús Cristo, las nuevas religiones cristianas, despacio, pero inexorablemente conquistaron a un creciente número de griegos. Finalmente, con la muerte de emperador Julián, las viejas religiones perdieron a su último gran defensor, pero los elementos de religión griega sobrevivirían en los cultos del cristianismo y en las tradiciones locales. 


La Mitología nacida en los pueblos de Egipto, Fenicia y Caldea. Fue llevada a su cúspide por los pueblos de Grecia que la embellecieron con ingeniosas concepciones y l a enriquecieron con ficciones nacidas de su brillante imaginación. A sus ojos pareció demasiado sencillo lo que era tan sólo natural; los relatos de acciones verdaderas se animaron atribuyéndoles circunstancias extraordinarias. A sus ojos los pastores se tornaron sátiros y faunos; las pastoras, ninfas; los jinetes, centauros; los héroes, semidioses; las naranjas, manzanas de oro; en un bajel que navegaba a velas desplegadas vieron un dragón alado. Si un orador conseguía cautivar a su auditorio con los encantos de su elocuencia, atribuíanle el poder de haber amansado los leones y de haber tornado sensibles a los duros peñascos. De esta manera la poesía animó la naturaleza toda y pobló el mundo de seres fantásticos.

Por más que la Mitología sea, casi en su totalidad, tejido continuo de fábulas, no por eso deja de tener una utilidad incontestable. Por ella nos ponemos en condiciones de poder explicar las obras maestras de los pintores y escultores que admiramos y nos facilita la lectura de los poetas y la hace interesante. La Mitología aclara la historia de las naciones paganas, nos hace conocer hasta qué punto los egipcios, griegos y romanos vivían sumidos en profundas tinieblas. Sin duda que la mayor parte de las fábulas que la integran son falsas y absurdas: unos dioses cojos, ciegos, vulgares, luchan entre sí o contra los hombres; nos dioses pobres, desterrados del cielo, se ven obligados, mientras permanecen en la tierra, a ejercer el oficio de albañil o de pastor, quedando, de este modo, ridiculizados en extremo. Pero la Mitología ofrece frecuentemente fábulas morales en las que bajo el velo de la alegoría se ocultan preceptos excelentes y reglas de conducta.

Las Furias que se ceban encarnizadamente en Orestes, el buitre que roe las entrañas de Prometeo, trazan la maravillosa imagen del remordimiento. La historia de Narciso ridiculiza la vanidad estúpida y el exagerado amor a sí mismo. La trágica muerte de Icaro es una lección admirable para los hijos desobedientes Faetón es el tipo de los orgullosos castigados. Los compañeros de Ulises convertidos en viles puercos por los brebajes de Circe, son una imagen fidelísima del embrutecimiento a que conducen la intemperancia y el libertinaje.

¿Creían todos los sabios de la antigüedad en la verdad de las fábulas mitológicas? Seguramente que no, pero no se atre­vían a combatirlas abiertamente y contentábanse con burlarse de ellas en el seno de sus familias o en la intimidad de sus amistades. Quiso Sócrates demostrar a los atenienses la existencia de un solo y verdadero Dios y atacar, por ende, el politeísmo, y pagó con la vida sus nobles propósitos. En Roma, Cicerón se atrevió en una de sus obras a chancearse al tratar de los dioses y mereció por ello la censura de sus contemporáneos.


VENEZUELA EN REVOLUCIÓN

Era la perla del corazón de Simón Bolívar,
libertador de la Gran Colombia del imperio español
y desde las montañas transandinas
su espíritu y su espada caminan
con el amanecer que anuncia la llegada de un nuevo sol
mientras sus palabras de libertad en los corazones cultivan
la esperanza de un mañana mejor

Se abre un nuevo frente de lucha contra el imperialismo
con Hugo Chávez al frente como timonel
sembrando semillas de socialismo
en un mundo devastado, asolado, maldito y cruel

Sabemos que un nuevo mundo es posible
un nuevo mundo que está en nuestros corazones
un sentimiento que debe materializarse y hacerse visible
enarbolando banderas rojas y nuevos cantos de revoluciones

Y, a pesar de todo, seguiremos adelante
seguiremos gritando con el puño levantado:
socialismo o barbarie, comandante
nos queda mucho camino, sólo hemos empezado

a andar por la senda de la revolución
a caminar persiguiendo la utopía
a sembrar en las mentes semillas de rebeldía
sabiendo que el socialismo es la única solución

a este mundo que se hunde en la arrogancia y la avaricia
a este mundo que se asoma al precipicio de la barbarie
a este mundo donde reina la maldad y la injusticia
a este mundo que parece que ya no le importa a nadie

domingo, 14 de abril de 2013

EL HIMNO DE RIEGO

El 2 de mayo de 1931, el Gobierno de la II República española adoptó como himno nacional el Himno de Riego. ¿Por qué levanta tanto escozor este himno si es tan español como la Marcha Real?

El Himno de Riego, primer himno nacional español
 
El Himno de Riego ha sido en nuestra historia el primer himno nacional. Su letra es obra del destacado escritor y político asturiano Evaristo San Miguel. Esa letra vino recogida en el folleto que «el ciudadano Mariano Cabreriza dedica al ciudadano Riego y a los valientes que han seguido sus huellas», folleto que recopilaba canciones patrióticas del Trienio Constitucional 1820-23.
Dudosa es, en cambio, la paternidad de la música. En la Historia de la Revolución española desde la Guerra de la Independencia hasta la Revolución de Sagunto, Vicente Blasco Ibáñez atribuye la composición del Himno al maestro Gomis.

Rafael de Riego
José Melchor Gomis Colomer (1791-1836) había nacido en Onteniente (Valencia). Había comenzado su carrera musical en el coro de la catedral de Valencia. A los veinticinco años fue nombrado director de la banda de un Regimiento de Artillería de Barcelona. Trasladóse a Madrid en 1820 para dirigir la banda de la Guardia Real. De convicciones liberales, el músico alicantino siempre militó en las filas antiabsolutistas. Triunfante la revolución liberal de enero de 1820, el maestro Gomis fue ascendido a director de la banda de la Milicia Nacional, al frente de la cual siguió hasta la invasión europea de 1823, que impuso la restauración del poder absoluto de Fernando de Borbón y Borbón. 

En 1823 Gomis se exilia en París, donde descuella como compositor. Compuso la ópera «Riego en Sevilla», que fue repuesta en Barcelona en 1854 (al triunfar la cuarta de nuestras revoluciones liberales del siglo XIX).
Discútese la participación exacta del maestro Gomis en la composición del Himno de Riego. Hay quien sostiene que sólo lo arregló o adaptó para banda. El hecho es que Gomis aparece como autor del Himno en el libro --publicado en 1822 (impreso en Valencia por Venancio Olivares)--: Colección de Canciones patrióticas que dedica al ciudadano Rafael del Riego y a los valientes que han seguido sus huellas el ciudadano Mariano de Cabrerizo. Otros han sostenido que la reelaboración de Gomis es más profunda, haciendo de él el verdadero compositor del Himno.

Pero hay otras atribuciones (aunque es posible que se refieran a una versión inicial, sustancialmente modificada por Gomis):
  • Muy frecuente ha sido reconocer como compositor al guitarrista alicantino Francisco Huerta.
  • Mesonero Romanos había asegurado, en cambio, que el compositor original del Himno de Riego fue el teniente coronel José María de Reart y Copóns (1784-1857), oficial de Guardias Walonas.
  • En 1871, en la revista El Averiguador, Grimaldi sostuvo que el maestro Manuel Varo habría compuesto el Himno en Morón, siendo músico mayor de la charanga de la caballería que Riego llevaba en su columna.
  • Adolfo Salazar, en Los grandes compositores, afirma que, entre los papeles inéditos de Barbieri, se encuentra una carta en la que se da como autor del Himno de Riego a Antonio Hech, músico mayor del regimiento de Granada. Hech, de origen helvético, habría escrito el himno en 1822, recibiendo una recompensa de las Cortes y luego represalias de Fernando VII.
  • José María Sans Puig, en un trabajo titulado «Riego, un mito liberal», aparecido en Historia y Vida, remite a una inspiración del Himno en la Danza de los Mayordomos del valle de Benasque (Huesca).
Sea todo ello como fuere, el hecho es que no aparece mención del compositor en el Decreto aprobado por las Cortes el 7 de mayo de 1822, que dice: Se tendrá por Marcha Nacional de Ordenanza la música militar del Himno de Riego que entonaba la columna volante del Ejército de San Fernando, mandada por este caudillo.

Repitámoslo: en la historia de España, el primer himno nacional es el Himno de Riego. Pero en 1823 la Europa unida manda que venga invadida España por los Cien Mil Hijos de San Luis (al mando de «mi primo, el Duque de Angulema», como lo llamó Fernando VII). Restaurado en el trono absoluto, el Rey prohíbe el Himno de Riego.

La historia de Rafael de Riego

Rafael de Riego y Núñez fue ajusticiado ( ahorcado ) y después decapitado a los 39 años en la Plaza de la Cebada de Madrid el 7 de noviembre de 1823 entre los insultos de la misma población que antes le había aclamado. Fue político liberal ,militar ( general ) y masón. Firme defensor de las libertades civiles. Dio nombre al himno adoptado por la II República, conocido como Himno de Riego.

Nació el 7 de abril de 1784 en la aldea de Tuña (Asturias), en el seno de una familia noble. Entró en la Guardia de Corps y combatió en sus filas como oficial en la guerra de la Independencia. Fue apresado por las tropas francesas en 1808, por salvar al General Acevedo jefe del Estado Mayor. Permaneció preso en Francia durante seis años y fue allí donde contactó con las corrientes librepensadoras más avanzadas.

Regresó a España en el año 1814. El 1 de enero de 1820, siendo teniente coronel, se subleva en Cabezas de San Juan (Sevilla), proclama la Constitución de 1812 e intenta reunir bajo el espíritu de su causa a los oficiales y soldados del ejército expedicionario (reticentes a abandonar sus cuarteles en Cádiz por los sangrientos campos de batalla de Venezuela y Nueva Granada; así como la actividad conspiradora de las logias masónicas que habían proliferado tanto en el ejército como en la ciudad de Cádiz.

El pronunciamiento se extendió rápidamente a otras provincias: Zaragoza, Barcelona, Pamplona. El rey, anuncia el 7 de mayo que aceptaría la constitución. Tres años más tarde y tras un juicio le condenaron a morir en el patíbulo, aunque como mariscal le correspondía morir fusilado.

Se abrió así un periodo de monarquía constitucional (el Trienio Constitucional de 1820-23), enormemente difícil por la deslealtad del rey al régimen que le habían impuesto los liberales. El propio Riego se convirtió en símbolo del liberalismo radical y colaboró con los gobiernos liberales como capitán general de Galicia y de Aragón y presidente de las Cortes (1822).

Cuando se produjo la invasión francesa de los «Cien mil hijos de San Luis», que venía a restablecer el absolutismo, Riego encabezó la resistencia en Andalucía (1823); pero fue derrotado, capturado y ejecutado. Pervivió, sin embargo, en la memoria popular como un héroe mítico de la lucha por la libertad; la marcha que tocaban sus tropas durante los hechos de 1820 siguió sonando como himno revolucionario a lo largo del siglo XIX y fue declarada himno nacional de España por la Segunda República (1931-39).

Un himno Nacional para la República española
 
Cerrado el infausto paréntesis borbónico de los dos Alfonsos, y restaurada la República Española el 14 de abril de 1931, el cambio de bandera lo impuso el pueblo español en la calle inmediatamente (y fue simplemente acatado y oficializado por el gobierno provisional de la República); mas no se planteó con la misma claridad y contundencia el cambio de himno oficial.

Todos estaban concordes en que no podía continuar usándose la ramplona Marcha Granadera o Marcha Real, por ser un toque de poca monta que no había tenido más significado que el de un compás ceremonial de pleitesía a la Corona.

¿Por qué reemplazarlo? El candidato obvio era el Himno de Riego, o más exactamente «Himno a Riego», puesto que --según lo hemos visto-- ya había sido declarado por las Cortes Himno Nacional el 7 de mayo de 1822.

Cuatro corrientes de opinión estaban en contra de ese himno:
  • En la extrema izquierda estaban quienes, frente a la república burguesa, abogaban por una república obrera soviética, cuyo himno fuera «La Internacional».
  • En segundo lugar quienes aspiraban a una República más innovadora y radical, menos ligada a un liberalismo decimonónico nunca del todo puro, y en cualquier caso socialmente más avanzada. Entre sectores intelectuales y progresistas próximos a esa sensibilidad tenía más aceptación la composición que, con letra de Antonio Machado, hizo el maestro Óscar Esplá, estrenada en el Ateneo por la cantante Laura Nieto y la Banda del Cuerpo de Alabarderos el 27 de abril de 1931.
  • En tercer lugar militaban los próceres del «republicanismo europeísta», socialmente conservadores, que querían una República lo más parecida posible a la difunta monarquía borbónica; un régimen que fuera más conservador incluso que la Alemania de Weimar, y que, dejando intacta e inalterada la propiedad, no ampliara ningún derecho social ni concediera nada a las masas trabajadoras. Al círculo de magnates de ese euro-conservadurismo pertenecían Pérez de Ayala, Ortega y Gasset y Gregorio Marañón (todos los cuales acabarán apoyando la reacción aristocrática, oligárquica y monárquica de Francisco Franco). En abril de 1931 El Sol, su portavoz mediático, apenas se resignaba a que se desechara la Marcha Real; mas, en todo caso, se decantaba porque no se aceptara en su lugar ninguno de los himnos entonces conocidos «pues son muy malos» (tanto el de Riego como el del maestro Esplá).
  • En cuarto y último lugar (aunque en íntimo vínculo con la posición recién mencionada) estaban los noventayochistas con su visión antihistórica, su nihilismo y su elitismo aristocratoide y oclofóbico. Aquí podemos incluir a los Azorín y los Pío Baroja, p.ej. Éste último admiraba al liberalismo aventurero, militar e individualista de la primera mitad del siglo XIX, al paso que odiaba al liberalismo intelectual, universitario, teorizante, democrático y de masas de la segunda mitad. Muy a tono con el mensaje que le conocemos por sus fascinantes novelas, vio con malos ojos que la República adoptara el Himno de Riego: «El himno es callejero y saltarín; la República fue sesuda y jurídica. La República no era heredera de los hijos del liberalismo: Mina, Riego, el Empecinado, sino más bien obra de los hijos espirituales de Salmerón, Pi y Margall y Ruiz Zorrilla.» En suma, esa adopción no habría sido veraz.
Frente a todos esos reparos, se impuso el Himno de Riego:
  • Porque encarna y expresa la continuidad de la lucha liberal de varias generaciones de españoles;
  • Porque siempre ha sido y es un himno verdaderamente popular.
Ni los regeneracionistas ni sus amigos noventayochistas se habían percatado del enorme progreso de España gracias al liberalismo. No se daban cuenta de la continuidad que liga los dos períodos liberales. antes y después de la revolución callejera y popular de 1854, alias la Vicalvarada, que fue la versión hispana de la «Primavera de los Pueblos» de 1848.

Cierto que la Corona borbónica, restaurada por el golpe militar de Martínez Campos en 1874, había llevado a España al descalabro de 1898 (aunque, frente a la diabólica y demoníaca prepotencia del imperialismo yanqui, hay que reconocer que no era nada fácil la defensa de la integridad nacional a la que tuvo que atender el gobierno liberal de Sagasta).

A pesar de esa derrota, a pesar de todas las insuficiencias y las carencias sociales --que habían empezado a curarse en los años 1901 a 1923--, en 1931, al iniciarse la sexta de nuestras revoluciones liberales (llevando más adelante el legado de las de 1808-1814, 1820-23, 1854-56 y 1868-74), España se perfilaba como una nación avanzada, moderna, culturalmente esplendorosa, en pleno apogeo de las letras, con un renacer de las ciencias, y hasta un cierto grado de industrialización; con un nivel medio de prosperidad (por delante de Italia); una nación que hubiera podido ser algo en el mundo si no hubiera sido por la sublevación franquista, con el retroceso histórico que supuso, para acabar con una vuelta al borbonismo, ahora bajo la bota yanqui, que ha llevado a nuestra Patria, en este comienzo del siglo XXI, a un extremo de sumisión, decadencia, degradación, postración y anonadamiento.

¿Qué significa el Himno de Riego?
 
Fue un acierto de la República la oficialización del Himno de Riego en 1931. Fue uno de sus muchos méritos, que lamentablemente se unieron a insuficiencias y equivocaciones, que no faltaron. Un tanto a su favor, igual que la adopción de la bandera tricolor, la proclamación jurídico-axiológica de España como una democracia de trabajadores de toda clase, la reforma agraria, la introducción de derechos sociales y la opción por una República unitaria, no federal (con un régimen limitado y transitorio de autonomía excepcional para tal o cual región --en la práctica sólo para Cataluña).

Ni puede en rigor separarse la elección del Himno del cúmulo de esas otras opciones (aunque desde luego sí de cada una de ellas en particular).

Un himno carece de suyo de significado. Un himno, una melodía, es una pieza de música, y la música ni es un lenguaje ni es ningún sistema semiótico. Las piezas musicales no son señales. No están codificadas según unas reglas sintáctico-semánticas para transmitir mensajes. Ni el destinatario, el oyente, puede tampoco captarlas para percibir un mensaje desde la previa posesión del mismo código semiótico. Por la sencilla razón de que no existe tal código ni hay nada que transmitir.

El «Concierto Emperador» de Beethoven o el de Aranjuez de Rodrigo no significan nada. Nada significa un aire de sardana, nada significa la melodía de un tango.

Otra cosa es que tales aires puedan suscitar tales o cuales emociones, aunque eso seguramente tiene al menos un 50% de componente culturalmente condicionado. Aun admitiéndolo, no por ello vamos a sostener que «La Primavera» de Vivaldi expresa alegría ni nada similar. Para expresar --en un sentido semióticamente interesante-- tiene que haber una (mayor o menor) regulación sintáctico-semántica codificada, un sistema de señalización. No hay expresión cuando la captación de lo expresado es infinitamente variable y totalmente desregulada.

Se me objetará que también las señales de un sistema semiótico, sea el que fuere, tienen un significado u otro únicamente en un determinado contexto histórico-social, por haber sido adoptado el código de reglas estructurales de ese sistema en una determinada comunidad, a través de convenciones explícitas o implícitas. Fuera de tal contexto, una ristra de sonidos ni siquiera es una secuencia de fonemas, ni una yuxtaposición de garabatos es una concatenación de letras. No hay fonemas, no hay letras sino con relación al contexto, y el contexto pertinente es el de un lenguaje, o más en general un sistema semiótico convencionalmente establecido en una comunidad o sociedad de seres con capacidad intelectual y volitiva.

Eso es verdad. Mas cada señal tendrá un significado, o un abanico determinado de significados, una vez que se haya establecido la comunidad (aunque sea una colectividad difusa) y se haya acordado el sistema de reglas (aunque sea también un cúmulo difuso y aunque unas reglas vinculen más, otras menos).

Diferente es lo que sucede con aquellas creaciones del espíritu humano que, no vehiculando mensajes, carecen de significado, las producciones mentales no-semióticas. Éstas ni tienen significado en general, ni lo tienen en un contexto, porque su formación no se hace siguiendo unas reglas sistemáticamente trabadas y que permitan hacer corresponder señales y mensajes. Quien crea que una manifestación de la creatividad mental o intelectual humana es también un sistema semiótico habrá de probar que están ahí en acción unas reglas sintácticas y semánticas compartidas por el creador y los destinatarios, al menos inmediatos.

A falta de tal sistema de reglas, no son sistemas semióticos ni significan nada la arquitectura, ni seguramente la pintura, ni la escultura, ni las artes decorativas en general, como tampoco las utilitarias (la culinaria, la alfarería, o cualquier otra). (Claro que en un pastel se puede escribir una fórmula, pero ésa es cuestión aparte.)

Pues bien, aunque una pieza musical en sí carece de significado alguno, sí son señalizaciones, en determinados contextos histórico-sociales, ciertas sonorizaciones de piezas musicales (o de otros productos sonoros del artificio humano, como toques de silbato, o de sirena, repicar de campanas etc).

En los usos políticos modernos, el toque de una determinada pieza musical en un contexto sí señaliza algo. Hay ahí un código muy limitado y además de empleo también limitado.

Ni el himno abstractamente tiene significado ni sus partes lo tienen. Es totalmente inverosímil que aporte modificación semiótica alguna añadir o quitar notas a una marcha o a un himno (en vías de composición y todavía no conocido públicamente).

Por su asociación con unos valores, unos ideales, unas instituciones, una determinada pieza musical pasa a vehicular, en un contexto histórico-social, la validez de esos valores, o la adhesión a los mismos --aparte del uso protocolario que establezcan los preceptos legales o reglamentarios del caso.

Tocar o cantar el Himno de Riego, que ha perdurado ya cerca de 2 siglos de lucha liberal antimonárquica, es, en el contexto histórico-social de la España de estos últimos siglos, una señal de adhesión a la causa del patriotismo, de la libertad y del progreso de España; una causa que, naturalmente, evoluciona a lo largo del tiempo, y en cada coyuntura histórica incorpora unos u otros valores político-jurídicos que la generación respectiva vincula estrechamente a esos tres valores perdurables del patriotismo, la libertad y el progreso de España.

Así ya en 1931, y hoy más, vinculamos a ésos tres otros valores: los del bien común, la felicidad individual y colectiva, la vida humana, el trabajo, la justicia, la igualdad social, el reparto equitativo de la riqueza, el conocimiento, la paz, el amor, la amistad y hermandad de todos los miembros de la familia humana.

Por eso tocar y cantar el Himno de Riego significa algo en nuestro entorno histórico-social, aunque se trata de una significación circunscrita --en principio-- a contextos prácticos determinados. Fuera de tales contextos, es dudoso que se dé esa significación. ¿Qué contextos? Actos públicos de determinada índole (en principio solemnes), o emisiones al público. En tales circunstancias es relevante la alternatividad entre ese Himno y otros sones (o eventualmente ninguno), encerrando la opción por el de Riego una expresión de adhesión a tales valores y a la historia de lucha que hay detrás de su afirmación.

sábado, 13 de abril de 2013

HISTORIA DE LA BANDERA REPUBLICANA



Por Margarita Márquez Padorno

La historia de la bandera tricolor responde a un sentimiento esencialmente popular. Heredada a través de una decisión fugaz en el trienio liberal sobre el espíritu comunero castellano, la voluntad del pueblo fue la encargada de llevarla a los mástiles oficiales de la II República en un arranque improvisado de diferenciar al nuevo régimen que comenzaba tras las votaciones del 12 de abril en sus símbolos más necesarios.

La unión del rojo, el amarillo y el morado en tres franjas de igual tamaño se hace oficial en el decreto de 27 de abril de 1931 y es refrendada con la elevación a artículo en la Constitución Republicana de 9 de diciembre de ese mismo año. En dicho decreto se aclara la inclusión del color castellano a los tradicionales catalano-aragoneses: "Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España".

Para averiguar los orígenes de esta nueva enseña, hemos de remontarnos a 1829. En ese año el General Riego tras "reproclamar" la constitución de Cádiz en Cabezas de San Juan provoca durante un breve lapso de tiempo - apenas tres años- la apertura liberal del gobierno de Fernando VII. Durante este periodo se funda la Milicia Nacional a la que se le asignan banderas moradas con el escudo de Castilla y León. Poco duró dicha divisa pues ese mismo año es sustituida por otra rojigualda con el lema Constitución en su franja central.

En 1823 el regreso de Fernando VII al Absolutismo acabaría también con la propia Milicia Nacional. En 1843 bajo el reinado de Isabel II se decretó por primera vez, el 13 de octubre, la unificación de la bandera de España. En dicho decreto regulador se permite a los regimientos que antes tuvieran banderas moradas el uso de tres corbatas (corbatas son los cordones que cuelgan de los extremos superiores de las banderas) con los colores rojo, amarillo y morada. Es éste el verdadero antecedente de la actual tricolor.

Tras el destierro de Isabel II, el Gobierno Provisional cambia el escudo monárquico sustituyendo en él a la corona real por la mural y añade las columnas de Hércules. Ambos símbolos los heredará el escudo que adorne la bandera tricolor en la Segunda República. El breve reinado de Amadeo I de Saboya concluyó con la proclamación de la Primera República. La bandera proyectada durante este régimen emulaba los colores revolucionarios de Francia: el rojo, el blanco y el azul. Modificación que no se llevó a cabo por su corta duración y, con la restauración Canovista, la bandera recupera sus elementos de 1843.

Es en esta etapa (1875-1930) cuando el Partido Federal adopta los colores de la Milicia Nacional de 1820 como símbolo de la facción antidinástica y rechazo al sistema establecido. Comienza a verse la bandera tricolor en casinos, periódicos y centros de adscripción republicana. Y es tal el fuerte vínculo de estos colores con la idea de República, de cambio y de progreso, durante los reinados de Alfonso XII, Alfonso XIII, la regencia de María Cristina y las Dictaduras de Primo de rivera y Berenguer, que, en un arranque de espontaneidad, una vez conocidos los primeros resultados de las votaciones del 12 de abril de 1931, especialmente en Madrid el pueblo se echó a la calle portando insignias, escarapelas y banderas con los tres colores de la República. El decreto y el artículo mencionados al comienzo de este pequeño relato no fueron más que el refrendo oficial a un sentir popular. La bandera, hija del pueblo español ondeó desde abril 1931 en los mástiles oficiales, en el ejército y en nuestras embajadas y consulados por todo el mundo. Para ella se adaptó el escudo que en 1868 eligió el Gobierno Provisional: cuartelado de Castilla, León, Aragón y Navarra con la Granada en punta, timbrado por corona mural y entre las dos columnas de Hércules. Como novedad destaca su menor tamaños -1 m x 1 m -, la misma medida para las tres franjas y los flecos dorados en el contorno de las pertenecientes al ejército.

Poco tiempo ondeó libre esta bandera: días después del 18 de julio de 1936 fue sustituida por otras divisas y apenas sobrevivió ahogada en la contienda. En el bando leal las milicias prefirieron casi siempre banderas rojas o rojinegras adornadas con emblemas partidistas: hoces y martillos, puños cerrados y otros símbolos que arrinconaron también al escudo oficial. A pesar de que gracias a la creación del ejército popular volvió a reglamentarse como única la tricolor, en la práctica, la proliferación de banderas propias por parte de las distintas unidades hizo que no hubiera nunca más una enseña oficial.

El bando rebelde tuvo en sus inicios a la tricolor como bandera, pero a partir de agosto se restablecía la rojigualda anterior a 1931. El no disponer de banderas propias y tener que cubrir improvisadamente de rojo la franja morada (cosida o pintada) dio lugar a curiosas insignias rojigualdas con franjas de la misma anchura y escudo republicano en su centro. En febrero de 1938 se cambió el escudo por el de los "Reyes Católicos" que no era otro que el republicano con la corona real y sobre el pecho del águila negra de San Juan.

Herencia de Castilla, de los seguidores de Riego, del trienio federal y los liberales y, sobre todo, del sentimiento del pueblo español, la bandera tricolor pesa más en los corazones que en la historia. La fidelidad a ella ha sido y es un símbolo de fe y de esperanza hacia un futuro más utópico que real. Sin tiempo para consolidarse como símbolo de un estado, sus colores acogen a un pueblo que se quedó sin patria y sin referencias cuando ahogaron, junto al morado de su tercera franja el progreso, la igualdad y las libertades que representaban.