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viernes, 8 de enero de 2021

TRABAJO Y SALARIO

La primera teoría moderna del salario, la teoría del nivel de subsistencia o salario mínimo, en el siglo XVII, subraya que el salario estaba determinado por el consumo necesario para que la clase trabajadora pudiese subsistir.

Más tarde sería desarrollada por Adam Smith y David Ricardo, que defendían que los salarios se determinaban a partir del coste de subsistencia y procreación de los trabajadores, y que los sueldos no debían ser diferentes al coste.

La teoría de los salarios de Marx, una variante de la de Ricardo, sostenía que en un sistema capitalista la fuerza laboral rara vez percibe una remuneración superior al nivel de subsistencia, pues los capitalistas se apropian de la plusvalía generada por los trabajadores, sumándola a sus beneficios.

La teoría del salario mínimo fue modificada al incorporara el concepto de demanda de trabajo como principal determinante del nivel de salarios; era la teoría liberal de la oferta y la demanda como únicos reguladores del mercado. Stuart Mill propugnaba la teoría del fondo de salarios: la demanda de trabajo, definida como la cantidad de dinero que los empresarios están dispuestos a pagar para contratar a trabajadores, determina el nivel salarial.

Esta teoría fue sustituida por la de la productividad marginal que intenta determinar la influencia de la oferta y la demanda de trabajo: los salarios tienden a estabilizarse en torno a un punto de equilibrio donde el empresario obtiene beneficios al contratar al último trabajador marginal. Es una teoría inexacta pues supone que existe competencia perfecta e ignora el efecto que genera un aumento de los salarios sobre la productividad y el poder adquisitivo de los trabajadores.

Según Keynes, principal opositor a esta teoría, los aumentos salariales pueden producir un crecimiento del consumo y no del ahorro, lo cual genera una mayor demanda de trabajo; a pesar de que haya que pagar mayores salarios, se consigue una mayor riqueza gracias a una disminución del nivel de desempleo.

Casi todos coinciden con Keynes en que mayores salarios no tienen por qué provocar un menor nivel de desempleo, pero uno de los efectos negativos de un aumento salarial es el incremento de la inflación, ya que aumenta el coste de los productos.

Dado que la participación de los salarios permanece estable a lo largo del tiempo, los salarios aumentan si aumenta la productividad.

La cara opuesta de esta moneda son las huelgas “a lo japonesas”: los trabajadores realizan un nivel enorme de productos. Al aumentar el número y si no aumenta la demanda, se produce una bajada de los precios con el objetivo de ser más accesibles a la gente; pero llegado al extremo frena los beneficios de la empresa y la plusvalía.


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