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miércoles, 13 de enero de 2021

LA LEY DEL TALIÓN

Las lágrimas perlaban su pálido rostro mientras intentaba sostener su maltratada cabeza con sus manos magulladas y llenas de cortes, moratones y arañazos. Demasiadas palizas se acumulaban en su cuerpo, que ya no podía aguantarlo y permitía que las marcas de numerosas humillaciones salieran a la luz. El dolor, la rabia, la impotencia... todos esos sentimientos iban dejando poso en ella, acumulándose y ahogándola.

La oscuridad sobre ella se cernió, sin poder siquiera respirar. Era como una droga que le aturdía, y, al mismo tiempo, la llenaba de algo en su vacío ser. El asco, la impotencia y el dolor se acumulaban en sus pulmones, como el humo de tabaco de miles de cigarrillos. La sensación de ahogo y de rabia crecía cada día, convirtiendo su existencia en una pesadilla, en una carga. Caminaba intentado rehacer su vida, volver a tener una vida normal, como si nada de esto hubiera pasado, pero era imposible: nada podía ser igual después de ese suceso.

La sensación de ahogo iba a más. Su respiración no captaba todo el oxígeno necesario. Necesitaba más aire. Empezó a respirar violentamente. Esa sensación la aturdía y la mareaba. Sus miembros no respondían. Intentó ponerse en pie, pero los golpes recibidos de numerosas palizas, de eternas humillaciones la obligaron a estar sentada, intentando que su piernas respondieran.

Intentó hacer memoria de qué había, por qué había llegado a esta situación donde la rabia nublaba su juicio pero le daba fuerzas para seguir con su idea inicial. Llegaban a su cabeza vagos flashes de una fiesta popular, fiesta donde había conocido a un grupo de que un grupo de personas. Parecía majos, parecía que todo iba a salir bien. Pero nada es lo que parece.

La llevaron a un callejón apartado, lejos del bullicio de la gente: la intimidaron mientras lentamente iba toqueteándola, iban turnándose, tomándose tu tiempo. Ella intentó deshacerse de ellos, diciendo que no es no, con palabras y con sus gestos, pero ellos tenían más fuerza y, aunque no la golpearon, la sometieron entre todos. Uno a uno iban turnándose. Sus jadeos  se entremezclaban con los gritos mudos de la mujer,  que resonaban por el callejón, pero nadie oyó nada, ni nadie vio nada.

Los jóvenes la obligaron a practicar sexo oral. La mujer vomitó al recordar el repugnante sabor a semen que le recorría la boca. la sensación de impotencia, de dolor y de humillación volvía a golpearla, pero esta vez se convirtió en una rabia roja que la quemaba por dentro. sabía que debía hacer. tenía que hacerlo. No podían quedar impunes. No podía permitirlo.

Una voz empezó a gritar en su interior exigiendo venganza. Venganza por lo que había pasado, por lo que había sufrido, porque nadie tenía que volver a pasar por su situación , nadie se merecía eso. La voz retumbó en el interior de todo su ser, animándola a seguir adelante, a continuar con su plan. Ley del Talión: Ojo por ojo. Era justo. Era necesario.

A las mujeres se nos representaba como objetos sexuales, deshumanizadas, un simple objeto o instrumentos desechables. Un objeto sexual que necesitaba de la humillación y del dolor para el disfrute; que experimentan placer sexual en la violación o el incesto para satisfacer la libido de animales y monstruos. Pero eso no iba a quedar impune. No podía. No iba a ocurrir.

Sabía dónde estaban. Los había localizado. A esta hora estarían demasiado borrachos. Eso era una ventaja. Cuando llegó les vio: demasiado borrachos para mantenerse en pie, dormidos, patéticos, con botellas de vodka rotas y con su contenido desperdigado, demasiadas drogas, demasiados dormidos para reaccionar. El plan seguía su ritmo.

Vertió todo el alcohol que pudo en el suelo, y lo mezcló con los papeles y las ramas secas que llevaba. Tras salir, tancó las puertas de la habitación, dejando un pequeño hueco para echar la lumbre que ardería con todo. Desde el porche, lanzó un fósforo que prendió con todo, primero lentamente, luego convirtiéndose en una llamarada que reduciría todo a cenizas y a polvo. Las llamas empezaron a quemar la casa, extendiéndose rápidamente por la estructura de madera, mientras sus inquilinos intentaban averiguar qué estaba pasando,  mientras el alcohol les embotaba el cerebro. La sobriedad apareció cuando los gritos de dolor y de pánico brotaron de sus gargantas. Intentaron abrir las puertas, pero estaban trancadas. Intentaron romper los cristales de la ventana, pero ya era demasiado tarde. el fuego les devoró y la estructura de la casa no pudo soportarlo. derrumbándose por el calor y aplastando a sus inquilinos.

Ella se alejó lentamente, con una sonrisa en su rostro mientras llamaba a emergencias para avisar de un incendio que estaba devorando una vivienda alejada del vecindario.

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